lunes, 26 de octubre de 2015

La niña y el vendaval


Un viento cruel sobre el bosque se cernía y el corazón de María se helaba al pensar, en que lejos de su casa la fuera a encontrar. Sus pies oscilaron entre las trémulas flores mientras corría a su hogar, donde su mamá la esperaba con comida calentita.
Aconteció en uno de los recodos del camino, que María se encontró a un duende blanco de pies a cabeza. Coronado en escarcha, una sonrisa nevada esbozaba.
— Detente, niña— ordenó—. Mi nombre es Eldor, y soy el rey del viento helado. Ante mi todos hacen reverencias ¡Solo tú no me respetas!
— Tú no eres mi rey— dijo María—. Amo correr por los verdes pastos y bebo agua del río trasparente. Déjame seguir mi camino, malvado, y molesta con su escarcha a otra jovencita.

Enojado, el duende se lanzó sobre la niña. María luchó y lucho contra ese helado señor y, cuando menos lo esperaba, su frente se topó con una puerta. Estaba en su casa, donde festejó con sopa caliente de su mamá, mientras Eldor golpeaba la ventana con furia, porque existía solo un dominio que era incapaz de conquistar.

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