viernes, 27 de febrero de 2015

El salto


Las olas, cabellos acuosos rizados por la brisa, rubios de sol. Un mundo de arabescos, formas que danzan al son del quejido de las gaviotas. Una alfombra que iba hasta el horizonte. Olor a sal. Azul y blanco sobre mi cabeza. Tierra bajo mis pies, y nada al frente. Detrás, un mundo vacío. Uniformes. Una carta en el suelo de la cocina. Dolor. El futuro deshecho por una bala. Héroe mártir de una guerra sin sentido.
La brisa tiraba de mi vestido, pedía que la siguiera. Un paso y el mundo giró, desapareció en un torbellino de colores. Vacío. Mar, rocas, huesos rotos y sangre. Una voz que pronuncia mi nombre. Brazos. Dedos cerrándose como candados a mi cintura. Dos cuerpos que se pegan. El sabor se unos labios. Un principio en el fin.


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miércoles, 25 de febrero de 2015

Idiomas ficticios


Hola ¿Cómo están? Hoy voy hablarles de un idioma ficticio. Son comunes en los libros y las películas de fantasía. Muchas veces son palabras extrañas puestas para parecer una lengua de otro mundo, pero hay creadores que se tomaron la molestia de idear lenguas funcionales.
Famoso es el caso de J.R.R. Tolkien, autor de El señor de los anillos. Creó varios idiomas ficticios, aunque el más conocido es el Élfico. Este se puede aprender, y de hecho se habla en la Sociedad Tolkien de Estados Unidos. El éxito de su obra influyó a toda una generación de escritores de fantasía, llevándolos a crear sus propios mundos, e idiomas.
La verdad es que esta entrada es una excusa para mostrarles el idioma que creé para mi primera novela. Esa novela, que nunca terminé, se titulaba: Una bruja entre tinieblas y el tesoro del rey vampiro (Sí, todo eso). Para que tengan una idea de que se trataba, imaginen la historia de Harry Potter protagonizada por una chica de quince años. Ella era la única sobreviviente de un hechizo prohibido que mató a sus padres, descubrió que era una bruja y que existía todo un mundo mágico (Tenía incluso mi propia versión del Callejón Diagon).
A pesar de todo ese arsenal de plagios, la historia tenía algunos detalles originales, que me gustaría aprovechar para otras historias. Desgraciadamente, no puedo decir que mis idiomas sean uno de esos detalles. A continuación les dejo una muestra (Tienen permiso de saltarlo).

Hes thesentem rubea hak derhiam
deliedah hellan wodlarg ih holl ellisie,
alsines hes win ih hatnase les hellan wodlarg etnem
beandry selin niwinberd selinsie.

Disem landar earuh alad luh searamdel
milis laephure has gnirtes euh had hetseles,
samales hall ecuald beldrimes euh lobra
hes pirihas on ale leraterde landar earuh ceahald arines.

Isinstam ih selin niwinberd
hes enverd sah milis laephure,
eh milis veranima´es hellan cansur ven
disem milis brene dain les la orsure.

Si alguien lo leyó completo, se merece una medalla. Ese bloque era un hechizo escrito en el idioma de Hetsire Nos, un idioma ancestral de los magos. Tenía un equivalente en español que no recuerdo ni yo, pero en el mundo de la historia, te volvía invisible. Básicamente, tomé el poema en español y fui cambiando las palabras por otras que creaba mediante un sistema de anagramas. Seguía cierta lógica, pero no una tan compleja como para que fuera un idioma funcional.
El poema aparecía en medio de un capítulo. En ningún momento se me pasó por la mente que una persona podría odiar leerlo, y lo peor es que más adelante había otro poema tres veces más largo.
Una bruja entre tinieblas quedó en un cajón, pero lo recuerdo con cariño. A veces, para hacer algo que vale la pena, primero hay que equivocarse y echarlo todo a perder. No digo que ahora soy un gran escritor, pero soy mejor gracias a que cometí errores y supe reconocerlos.

¿Qué les pareció la entrada de hoy? ¿Les gustaría leer algo de Una bruja entre tinieblas? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo por la red. ¡Hasta la próxima!

lunes, 23 de febrero de 2015

El castillo de Lorena


Hola ¿Cómo están? Es lunes y toca compartir el sexto capítulo de La princesa valiente, pero antes quiero hacerles un par de confidencias.
La primera, es que todavía no terminé con la novela. Me propuse hacerlo a principios de febrero, pero surgieron obstáculos inesperados. El final de la historia cambió mucho en mi cabeza a medida que me acercaba a él, y decidí parar un poco para ordenar las ideas. Si bien el resultado final será el mismo, los personajes tendrán que sortear problemas bastante diferentes a los que planeé. Quiero retomar la escritura el primer martes de marzo, porque da la casualidad de que hasta ese día voy a estar estudiando (El viernes tengo que rendir examen de Contabilidad y el lunes de Prácticas Administrativas).
La otra es más un anuncio que una confidencia: la semana que viene voy a publicar dos capítulos. La razón es que uno de ellos es bastante corto y, aunque es importante, no hace que la historia avance demasiado. Además, al principio eran uno solo, que dividí en dos porque considero que uno no tiene que ver con el otro. Pero ya lo verán la semana que viene. Los dejo con la historia.


6
El castillo de Lorena

El avión tocó tierra. Mi estomago se sacudió y me puse una mano en la boca, evitando que se saliera todo lo que comí. Fue un alivio deshacerse del cinturón y bajar por la escalera. En el pasillo, un cartel me dio la bienvenida al aeropuerto de Heathrow.
En Francia fue más difícil. Cuando vi la enorme máquina  y escuché el silbido constante de sus motores, tuve el impulso de correr a esconderme. Si no lo hice, fue porque Evangeline me arrastró con ella. La azafata me susurró palabras tranquilizadoras mientras me aseguraba a la butaca, y pasé el viaje rezando para que el vuelo no se viniera a pique.
La noche que conocí a Evangeline, ella quiso advertirme. Después de prestarme la ducha, ella y yo nos reunimos a cenar.
— ¿Te gusta la ropa que conseguí?— preguntó—. Es lo que usan las chicas de tu edad en Francia.
— Más o menos— dije—. La blusa es bonita, pero es la primera vez que uso un vaquero. No estoy segura sobre él.
— La ropa de aquí suele ser más ajustada que en Dermorn. Ya te acostumbrarás.
Hubo un minuto de silencio.
— ¿Cuándo partiré a Londres?
— Mañana— Evangeline sonrió—. Me gustaría que te quedaras algunos días, porque de alguna manera te siento como mi pariente… Pero sería peligroso. Yo misma te llevaré a tomar el avión.
— ¿Avión?
— Será tu transporte a Inglaterra— Evangeline deslizó unos papeles sobre la mesa—. Te conseguí documentos. Desde ahora, si alguien pregunta, te llamas Madeleine Becker y tienes dieciséis.
Miré el pasaporte.
— ¿Cómo que soy de Glasgow? ¿Dónde queda eso?
— En Escocia. Ahí tienes unos folletos para que sepas algo del lugar. Así será más convincente cuando lo digas.
— Vale.
— Eso me recuerda hablarte sobre el equipaje...
— ¿Qué tiene de malo mi equipaje?
— Los libros están bien, pero no puedes llevar la espada.
— No dejaré mi espada ¿Cómo practicaré si no la tengo?
— Me temo que no tienes opción. Jamás pasará por el aeropuerto: te la confiscarán y te meterás en problemas.
— Entonces iré a Londres de otra manera.
— No se puede. Si quieres vivir este tiempo como chica común, tendrás que sacrificar eso…
Fui a dormir con un nudo en el estomago, pues la espada era lo único que me unía a Dermorn. Papá la envió a forjar para mí, para evitar que siguiera robando hojas oxidadas de la armería. No quería darle la espalda a eso solo por una fantasía.
Era tarde para arrepentirse. Dermorn quedó atrás y Londres me esperaba adelante, pellizcándome la piel, llenando mi vientre de cosquillas. Un paso me separaba de la aventura de mi vida.
Al salir del túnel vi a una mujer de rizado cabello castaño. Tenía un cartel con mi nuevo nombre escrito, y esbozaba una sonrisa dulce. Me acerqué a ella.
— ¿Tía Lorena?— pregunté.
— La misma— respondió. Me tomó del hombro y me dio un beso en cada mejilla—. Estás enorme ¿Te lo han dicho?
— ¿Tú me conocías?— me sorprendí.
— Claro. Viví muchos años en el castillo ¿No lo recuerdas?
— No… lo siento…
— Yo jugaba contigo a las escondidas… Pero eras demasiado pequeña, es lógico que lo olvidaras.
No supe qué decir. Lorena me tomó de la muñeca.
— Acompáñame. Ya reservé un taxi que nos llevará a casa.
— Vale.
Cruzamos el gran hall del aeropuerto y salimos al sol de la tarde. Lorena me guió hacia el pintoresco taxi negro y abrió la puerta.
— Más máquinas…— suspiré. Me acomodé en el asiento trasero, junto a Lorena, y el vehículo arrancó. Pegué la cara al cristal y me perdí mirando al resto de los coches, a la gente que caminaba por las aceras. Sonreí al ver edificios parecidos a castillos, y me cegué con el resplandor de enorme torres de cristal.
— ¿De dónde sale esa música?— pregunté.
— Es la radio, señorita— respondió el conductor.
— Me gusta— era la primera vez que escuchaba una canción así. No reconocí los instrumentos con los que se tocaba, pero me pareció preciosa.
Lorena sonrió.
—Creo que tú y yo nos llevaremos muy bien. Me fascina la música de Inglaterra.
Le devolví la sonrisa. No hable durante el resto del viaje, empapándome de Londres, despidiéndome del silencio de Dermorn y de mi vida como princesa. Ahora era Madeleine Becker, una chica de Glasgow que venía a vivir unos meses con su tía.
— Aquí es— Lorena le pagó al chofer y ambas nos bajamos del vehículo.
— ¿Vives en una librería?— pregunté, mirando la vidriera repleta de libros. Sobre ella, un cartel rezaba: El castillo de Lorena, librería.
— A decir verdad, vivo en el apartamento que está encima, pero sí: la librería es mía—. Una campanilla sonó cuando Lorena abrió la puerta y me invitó a pasar—. Este mundo tiene muchas cosas fascinantes, pero la gente lee poco. Yo intento cambiar eso.
— Genial.
Cruzamos el comercio y subimos por una escalera de caracol. Su apartamento esperaba en la cima.
— Bienvenida a mi hogar— dijo.
Di unos pasos en él. A primera vista, la única diferencia entre este y la librería, era que habían sillas donde sentarse. Los libros se apilaban aquí y allá, en precarias torres que no respondían a la lógica básica de la arquitectura. Sin embargo, el olor a papel y tinta se relegaba a un segundo plano, como un perfume más en ese aire viciado: era como un cuadro en el que todos los aromas del mundo tenían una sutil pincelada. Sobre una mesa vi una bola de cristal y una decena de pequeños huesos con runas, y en una esquina había un armario repleto de botellitas con líquidos de colores. El olor provenía de ahí.
No me animé a preguntar. Lorena caminó hacia una puerta y la seguí. Del otro lado había una habitación con una cama y un par de armarios.
— Esta es tu habitación— dijo. Me acerqué a la ventana y vi a las personas que pasaban por la calle. El sol brillaba cerca de los edificios, enrojeciendo el cielo y las nubes.
— Tiene una linda vista— dije.
— Acomódate a tu gusto. Me tomé la libertad de llenar el armario de ropa para ti, así que si quieres darte una ducha y cambiarte, puedes hacerlo. Te espero para cenar en un par de horas, así que aprovecha a descansar. Más tarde hablaremos lo que haya que hablar ¿Te parece?
— Vale— me senté en la cama y vi como Lorena se me volvía hacia la puerta. Tomó el pomo y se detuvo.
— Bienvenida, Madeleine.
— Gracias…
Obedecí a mi tía al pié de la letra. Me duché y, ya con la ropa nueva, me recosté en la cama hasta que Lorena me llamó. Para Entonces, la luz del alumbrado público se metía por la ventana.
Nos reunimos en la cocina. Estaba tan abarrotada de libros como cualquier sitio de la casa, pero Lorena tuvo la previsión de correr las precarias torres a un lado, dejando espacio para cenar juntas. El olor a pescado se metió en mi nariz.
— Bienvenida al mundo de la comida rápida— dijo Lorena. En mi plato había un par de fetas de pescado rebozado en harina y huevo, acompañado de patatas fritas. Tomé una y el sabor del vinagre y la sal me inundó la boca.
— Me gusta— dije. La situación me incomodó un poco al principio, puesto que no conocía de nada a mi tía. Lo sobrellevé bien, respondiendo sus preguntas acerca de mi viaje.
— A mí también me asustó el viaje en avión— Lorena se rió—. Pero después de instalada aquí, de vivir rodeada de coches y aparatos eléctricos cada vez que salgo a hacer alguna compra, me acostumbre a verlos. También me incomodaba usar vaqueros, habituada toda la vida a lucir vestidos largos hasta el suelo, y me adapté. De hecho, no podría vivir sin ellos.
— ¿Cuánto hace que vives aquí?— me animé a preguntar.
— ¿Aquí en Londres? Siete años, pero hace doce que abandoné Dermorn.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué me fui? Por lo mismo que tú: mi total desprecio a las leyes medievales de Dermorn. Salvo que a mí no me quedó otra opción. Hice algo prohibido.
— ¿De qué hablas?— levanté las cejas. Lorena se rió.
— No soy una asesina— dijo.
— ¿Y entonces…?
— ¿No se te ocurre nada por lo que me habrían expulsado?
La pregunta catapultó la idea a mi mente.
— Brujería— dije, y fruncí el ceño—. ¿Te echaron por estudiar magia? Muchas mujeres lo hacen…
— Lo hacen en secreto— Lorena me miró a los ojos—. En Dermorn, la magia se les prohíbe a las mujeres desde que en 1867…
— Lo sé. Desde que Elektra Wolfestein intentó suplantar a la reina a la reina usando un hechizo de metamorfosis…
— Si aprendes magia en secreto, nadie viene a quitarte los libros de las manos. Sin embargo, si en tus venas corre la sangre Deveraux, las cosas cambian. Cuando me descubrieron, tuve dos opciones: abandonar la brujería o irme de Dermorn junto a mi madrastra… Elegí la segunda…
— ¿A Evangeline también la desterraron?
— Evangeline fue mi profesora. Si elegía quedarme en Dermorn, tu padre la hubiera desterrado de todas maneras.
Me quedé pálida. Nunca imaginé a mi padre capaz de algo así.


Gracias por leerme. ¿Les gustaría vivir en una librería? A mí sí, pero quiero saber su opinión. Comenten, y si les gustó el post, compártanlo. ¡Nos vemos!

viernes, 20 de febrero de 2015

Las mejores Piano Songs


Hola, chicos ¿Cómo están? Hoy les traigo una lista con las mejores Piano Songs. Es una lista que he visto en Youtube, y tenía ganas de hacer una propia. Son canciones en las que predomina el sonido del piano. No están en orden, aunque sí hay temas que me gustan más que otros. Como siempre, la elección fue siguiendo mis preferencias personales, sin tratar de influir o despreciar a alguien. Los dejo con la música.

1-    Into the fire, de Thirteen Senses
Es la canción más famosa de la banda. Adoro el video.



2-    1973, de James Blunt
Les dejo un enlace a All the lost souls, porque me gusta la versión del álbum. 1973 es la primera canción.



3-    Won´t be broken, de Keane
Toda la discografía de Keane podría entrar en la lista. Elegí esta canción porque no es tan conocida y es una de mis favoritas.



4-    The Scientist, de Coldplay
No podía faltar. Debo admitir que la banda me genera un cierto rechazo, porque sus canciones han sido repetidas hasta el aburrimiento en todos los medios de comunicación, pero admito que son grandes.



5-    Boston, de Augustana
La intro es lo mejor. También son buenas sus canciones Stars and Boulevards y Sweet and low, pero esta es la más emblemática.



6-    Gravity, de Embrace
Existe una versión de Coldplay, pero no se compara a la original.



7-    Please don´t stop the rain, de James Morrison



8-    Never say never, de The Fray



9-    Ceasefire, de Howie Day



10-     Swanee River, de Huge Laurie
Esta es un poco diferente a las otras, pero me gusta el Dr. House, y esta canción tenía que estar.



¿Qué les pareció? Busqué variar, porque las listas que vi en Youtube repiten las mismas bandas. Mi único pecado fue no incluir canciones en español. Tampoco incluí voces femeninas, pero cuando me di cuenta, la lista estaba armada y no quise modificarla. Adele, Birdy y Agnes Obel podrían entrar perfectamente.
(Toca aquí para ver la segunda parte)
¿Cuáles son sus mejores Piano Songs? ¿Incluirían alguna a la lista? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo por la red. ¡Hasta la próxima!

miércoles, 18 de febrero de 2015

Las recetas de la abuela



Hola, chicos ¿Cómo están? Hoy les quiero compartir una pequeña historia que encontré en un cuaderno. Lo escribí para la clase de Análisis y Producción de Textos, en la UTU, siguiendo una consigna. La profesora dio tres títulos y teníamos que escribir un texto a partir de uno de ellos. Yo elegí Las recetas de la abuela.

Le digo pequeña historia por llamarlo de alguna manera, porque no sé lo que es. Léanlo y díganme que les parece. Aquí va:


Existen muchas razones por las que alguien recordaría a su abuela. Para la mayoría de las personas, la suya es sinónimo de cariño, de irse a la cama tarde después de oír un cuento asombroso, de llenarse la barriga de delicioso pastel.
Cuando era niña, amaba las recetas de mi abuela. Podía pasarme horas acompañándola en la cocina, observándola, y el día en que no lo hacía era oscuro para mí.
Amaba el golpeteo de las cucharas y las ollas, el canturreo de su voz dulce mientras recortaba las zanahorias, y el especiado perfume que siempre floraba a su alrededor. Lo amaba y me inquietaba, pues mi lengua se derretía ante la posibilidad de probar los manjares que mis ojos ya devoraban de antemano.
Y es que las recetas de mi abuela ejercían un efecto raro en mí. Si llegaba enojada de la escuela, solo debía probar una rebanada de los majestuosos pasteles que preparaba, y mi ceño fruncido se transformaba en una sonrisa.
¡Qué rico, abuela!— solía exclamar, lamiendo mis dedos—. ¡Tú sí que haces magia!
Nunca pensé hasta qué punto eran verdad esas palabras…


¿Qué les pareció? ¿Tienen una abuela como esa? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo por la red. ¡Hasta la próxima!

lunes, 16 de febrero de 2015

El escape


Hola ¿Cómo están? Nuevo capítulo de La princesa valiente. Les quiero contar también que el viernes publiqué un índice del libro, donde hay enlaces a todos los capítulos anteriores, y se irán sumando los que aparezcan los próximos lunes. Si quieren verlo, toquen aquí. Ahora sí, los dejo con la historia.


Capítulo 5
El escape

Solté su mano y di un paso atrás.
Esto es una broma de Danielle ¿verdad?
No sé nada de una broma— dijo el joven, mirándome de arriba abajo.
¿Tú eres James Grisham?
El mismo— se acercó para tomar mi mano y besarla. Se la quité de un tirón—. ¿Qué te pasa?
¿Y todavía lo preguntas?— limpié la mano en el vestido—. ¡Me dejaste en ridículo frente a toda la corte!
La luz de la luna delató el rubor en sus mejillas. James se dio vuelta y caminó hacia el grifo.
Eso forma parte del pasado— dijo—. Además, tampoco era mi intención.
¿No? ¿Y para qué me entregaste la rosa?
Eso hacen los caballeros ¿no?— me miró de reojo—. Ven a una princesa y le suplican por una sonrisa. Es parte del juego. Tú deberías entenderlo.
¡Yo no tengo que…!
¡Hey! ¿Piensas tenerme así toda la noche?— James montó al grifo—. Tus primas me pagaron para llevarte fuera del reino y lo pienso hacer, así que apúrate. Te ayudo a montar.
No toleraré que me des ordenes ¿No sabes quién soy?
Eres Madeleine Deveraux, la hija del rey— dijo James, apeándose del grifo. Caminó hacia mí—. ¿Por qué no dejas de comportarte como una niña?
Desenvainé la espada.
No te acerques más— dije.
¿Pensabas asesinar a mucha gente allá afuera?— James sonrió. Apunté a su pecho—. ¿Para qué llevas una espada?
Para defenderme de tipos como tú.
¿En serio?— James desenvainó su espada e intentó apartar la mía del camino. No se lo permití. Entre él y yo se desató una tormenta, y en el bosque retumbó el golpeteo de los aceros.
Fallé. Una hábil floritura me quitó la espada de las manos y la dejó clavada en la hierba, a tres pasos. Me moví para recogerla, pero sentí el filo rozando mi cuello.
Admito que eres buena— dijo James.
Déjame en paz…
James quitó la espada de mi cuello y la envainó.
No quiero hacerte daño. Solo me interesa cumplir con el trato— dijo, viendo como recogía mi espada. Caminó hacia el grifo y lo montó—. ¿Qué tal si dejamos a un lado las diferencias y nos vamos antes de que venga alguien?
Devolví la espada a su vaina y suspiré.
Vale— dije. ¿Qué otra opción tenía? Tal vez no me agradara, pero seguirlo era mejor que volver al castillo. No quería ser la esposa de un primo de Ámbarin.
Madeleine, te presento a Tormenta— dijo James, acariciando un flanco del animal—. Tormenta, te presento a la princesa Madeleine.
El grifo lanzó un graznido.
También es un placer conocerte— le dije. No estaba tan enojada para perder los modales ante un grifo.
El caballero me ofreció la mano y me ayudó a montar.
Es mejor que te abraces a mí: esto será un poco movido— dijo. Obedecí su orden de mala gana—. ¿Por qué apestas a retrete?
Llegué aquí a través de una alcantarilla— respondí.
Eres la princesa más loca que he conocido ¿lo sabías?
¿De verdad?— las mejillas se me colorearon—. ¿Y a cuantas conoces?
Solo a ti…
James agitó las riendas y el grifo extendió las alas. Corrió un corto trecho y las agitó con violencia. Las torres y paredes derruidas se quedaron ocultas entre las copas de los arboles, y las nubes se acercaron a darnos cobijo. La armadura de James se llenó de gotitas de agua condensada.
Solo se puede salir del reino viajando hacia uno de los puntos cardinales— grité. El viento húmedo me azotaba el cabello contra la espalda.
Lo sé.
La luz de la luna nos dio de lleno cuando salimos encima de las nubes. La respiración se me dificultó. El grifo pasó entre los afilados picos de las montañas del norte y se arrojó en picado. Solté un grito.
¿Quieres bajar el volumen?— gritó James—. ¡Advertirás nuestra presencia a todo el reino!
¡Detén a este animal! ¡Nos matará!— Jamás salió de mis labios voz más fina e histérica. Las nubes desaparecieron y la interminable alfombra del bosque se acercaba a una velocidad abrumadora.
Hace un rato parecías más valiente— James tiró de las riendas. Tormenta extendió las alas como freno y dibujó una amplia u.
¿Te vengas de mí?— pregunté.
¿Vengarme? ¿De qué? Ya te humillé con la espada ¿recuerdas?
Mi rostro quedó rojo de rabia. Abrí la boca para soltar un insulto cuando una intensa luz dorada nos rodeó. Miré a todas partes, asustada, hasta que vi la torre que dejamos atrás…
Era como un sol en mitad de la noche. Se alzaba a más de quinientos pies por encima de la tierra, sin una sola ventana. Sus paredes, llenas de adornos y florituras, brillaban como el oro. Un haz luminoso subía desde ellas y se perdía en lo alto, más allá de las nubes.
La Torre Aura— dijo James.
Lo sé— susurré. Una vez la señora Grislund quiso contarme la historia de la Torre Aura. Lo único que entendí es que uno siempre la veía al salir de Dermorn, sin importar por cual punto cardinal se hiciera. Al verla, me pregunté qué hechizo lo provocaba y, por primera vez, sentí lastima por no prestarle atención a mi institutriz.
Las montañas desaparecieron, pero el bosque continuaba sobre las colinas. Pasó más de una hora hasta que alcanzamos sus lindes y las ciudades asomaron bajo nosotros: galaxias de luces que tachonaban el suelo y que dejábamos a tras a medida que continuábamos hacia el norte.
James instó al grifo a bajar de altitud. Pasamos rozando los árboles de un bosque y giramos sobre el tejado de una casa.
Aquí es— dijo.
Un agitado movimiento de alas precedió al aterrizaje. El grifo caminó a través de un portón y se detuvo en mitad de un jardín. La puerta de la casa se abrió.
¡Qué bueno verlos a salvo!— exclamó la mujer, viniendo a nuestro encuentro.
Lo mismo digo— hablé. James me ayudó a apearme del grifo: tenía las piernas entumecidas.
¿Tú eres Madeleine?— la mujer me saludó con un beso—. ¡Estás igualita a Lorena cuando tenía tu edad!
Gracias— dije: no sabía si era un cumplido.
Me llamo Evangeline— dijo, poniendo una mano sobre su pecho—. Soy la madrastra de Lorena.
¿En serio?— pregunté, mirándola de pies a cabeza. Por las arrugas de su frente, conjeturé que pasaba los cuarenta años. Tenía la piel morena y el pelo recogido en un extraño tocado. Usaba un vestido amarillo y tenía las manos y muñecas llenas de anillos y brazaletes. James los admiraba cuando Evangeline reparó en él.
Tú debes ser ese joven del que me hablaron Catherine y Danielle…
James Grisham, para servirle— dijo, dándole un beso en la mano, justo sobre un anillo con una gema enorme.
¿Quieres pasar y charlar un rato con nosotras? Estoy preparando una cena que está para chuparse los dedos.
James y yo nos miramos.
Me encantaría— dijo él. Se volvió hacia el grifo—. Pero tengo que seguir mi camino. Solo vine a traer a Madeleine.
Será en otra ocasión, entonces…— dijo Evangeline.
James apoyó sus manos sobre Tormenta. Ladeó la cabeza y me miró de reojo.
Adiós, Madeleine. Suerte con lo que planeas, sea lo que sea…
Adiós…— me despedí. James montó al grifo y salió galopando a través del jardín. La luna lo iluminó hasta se perdió entre las nubes…

¿Qué les pareció? ¿Hay algo que nos les cierre en la historia? Comenten y, si les gustó la entrada de hoy, compártanla. ¡Nos vemos!