viernes, 29 de mayo de 2015

Un extraño presentimiento


 
Hola ¿Cómo están? Hoy les quiero compartir el capítulo 2 de Una bruja entre tinieblas. Si no leyeron el primero, pueden hacerlo aquí. Lean y díganme su opinión.

2

Un extraño presentimiento


Samantha colgó el teléfono. Muchas tinieblas oprimían aún su interior y no se sentía bien todavía, pero la reciente charla con su amiga le había hecho recuperar un poco el juicio: decidió que, como Agatha le había sugerido, debía dejar el llanto a un lado de una vez por todas. Reprimió con todas sus fuerzas los oscuros pensamientos que la acosaban y se levantó del sillón.
Lo primero que hizo fue ir a la cocina y servirse un gran vaso de agua, pues luego de su loca carrera desde el colegio y sus sollozos, su garganta estaba dolorosamente seca. Mientras bebía, Samantha se dio cuenta de que su padre no estaba en la casa como debía haber sido, y resulto un verdadero alivió para ella, ya que, de otra manera, la habría pasado terrible explicándole la razón de su aflicción. Saciada su sed, pensó en comer algo, pero antes creyó que lo correcto era librarse del uniforme del colegio, por lo cual camino hasta su habitación. Arrojó su mochila sobre las alisadas mantas de su cama, se despojo de sus sudadas vestiduras y se dio una confortante ducha.
Lucía un bello vestido azul que le llegaba hasta las rodillas cuando retorno nuevamente a su habitación, después de tomar un pequeño refrigerio en la cocina. A manera de mantener su mente distraída por algún tiempo, se dispuso a empacar para el viaje a Londres: la idea de abandonar Cambridge la disgustaba pese a todo, mas no existía forma de evitarlo ya.
Toda una montaña de blusas, zapatos y vestidos fueron a parar al interior de la maleta esa tarde, y a pesar de lo ardua que resultaba la tarea de elegirlos y clasificarlos, no logró sofocar los tristes recuerdos de Peter tal como Samantha hubiera esperado. Por más que se esforzó para impedirlo, muchas lágrimas continuaron escapándose de sus ojos esa tarde. Para cuando hubo terminado de empacar, el sol estaba ya muy cerca de los limites occidentales del cielo y resplandecía a escasa altura entre los edificios de la ciudad. Sus padres ya no tardarían en volver a la casa.
Sorprendida por la hora, Samantha se apresuró a lavarse el rostro en el baño, en un esfuerzo por borrar las marcas del llanto, y fue a la sala a volver en su lugar el sillón que ella misma desordenara en su sombría llegada del colegio. Fue justo cuando lo hacía cuando su padre y su madre cruzaron juntos la puerta de entrada.
Hola, Samantha ¿qué tal ha estado todo?
Muy bien, papá. ¿Dónde has estado toda la tarde? Pensé que no trabajabas hoy— dijo Samantha al cabo que le daba un beso en la mejilla.
Así era, pero surgió un asunto de último momento en la oficina y tuve que ir a resolverlo, pero ya está. Me encontré con tu mamá justo cuando tomaba el ascensor hasta aquí— dijo Edward dejándose caer sobre el sillón. Encendió el televisor—. El noticiero no debe tardar en comenzar ¿no? Henry me llamó hoy temprano; me dijo que el gerente del banco donde él trabaja fue encontrado muerto esta mañana. Fue asesinado. Es probable que a Henry le den el puesto que ahora está vacante a causa de esto…
¿Me hablas en serio?— preguntó Bárbara mientras se sentaba junto a su esposo y se ponía la cartera sobre el regazo.
Claro que si— afirmó Edward—, por eso quiero ver el informativo: seguro tendrán que decir algo sobre el tema.
La música que indicaba el comienzo del noticiero invadió la sala. Samantha, aliviada de que ninguna marca de su aflicción fuera notada por sus padres, se paró detrás de estos y apoyó sus manos sobre el respaldo del sillón: sentía algo de curiosidad por lo que Edward acababa de contar.
Las noticias de asesinatos, muertes y todo tipo de atroces circunstancias siempre aparecían al principio de los noticiarios, y este caso no sería la excepción.
Una horrible tragedia sacude hoy a todos los londinenses— decía el presentador del programa—. En la mañana del día de hoy, Stephen Elkins, el gerente del famoso banco Welfare and Castle, fue encontrado muerto, al igual que su esposa y su hijo, en su domicilio de Walnut Stain. Fueron brutalmente asesinados. Según nos comunicó un vocero de Scotland Yard, el estado en el cual las víctimas fueron encontradas era tan terrible, que en un principio se tuvo en duda la identidad real de las mismas, no obstante, ya no caben dudas de que son precisamente los dueños de la casa donde fueron ultimados. Aun se desconoce quién y por qué cometió tan bárbaro crimen, pero se ha iniciado una exhaustiva investigación para asegurar que este criminal vaya a parar tras las rejas lo antes posible.
Una larga sucesión de entrevistas a las autoridades invadieron la pantalla a continuación, pero Samantha apenas les pudo prestar atención, sumida como estaba en sombríos pensamientos. Encontraba que todo cuanto a ella la rodeaba tenía un tinte de dolor y tristeza, pues aunque le parecía bueno que a su tío le dieran un puesto tan importante en el banco, era cruel que hubiera sido a causa de un acontecimiento tan tétrico como la muerte de una familia. Entonces se imagino lo que sentiría si un día llegara a su casa y se encontrara a sus padres muertos en la sala, en mitad de un enorme charco de sangre.
Sacudió la cabeza con violencia, debía disipar esa idea de su mente. ¡Sentía asco de sí misma por haber tenido un pensamiento tan enfermo! Trató de decirse a sí misma que no existía razón para temer a algo así, pero de inmediato recordó que al día siguiente sus padres y ella viajarían a Londres, y un extraño escalofrío le recorrió toda la espalda. El sádico asesino del que hablaban las noticias debía estar aun en esa enorme ciudad, era el sitio perfecto para esconderse y pasar desapercibido.
¿Te sucede algo?— preguntó Bárbara, quien al parecer había notado en Samantha un aire de extrañeza.
¡No!— exclamó Samantha escapando de manera brusca de sus pensamientos. Su mamá le miró con cara de no estar conforme con su respuesta, por lo que agrego—: Estoy bien, solo pensaba en el tío Henry… ¿por qué me lo preguntas?
Tienes la piel muy pálida, y tu rostro… ¿acaso has estado llorando?
¡Claro que no!— explotó la chica, y en un tono más convincente continuó—: Yo estoy perfecta, no he estado llorando ¿por qué lo haría?
De verdad, Samantha— comenzó a decir Bárbara—, sabes que a mí puedes contarme tus problemas: si existe un chico que te haga sentir mal, yo…
Ya te dije que estoy bien, no te preocupes…—Samantha estaba bastante nerviosa. Intentó desesperadamente cambiar el tema de la charla—. ¿Quieres que te ayude a preparar la cena?
Si— cedió la mujer, siguiéndole la corriente a su hija—, y será mejor que empecemos a hacerlo cuanto antes. Quiero irme a dormir temprano: en la mañana tendremos mucho que preparar para nuestro viaje.
Haciendo un poco de esfuerzo, ya que entendiblemente estaba cansada luego de un largo día de trabajo, Bárbara se levantó del sillón y caminó hacia la cocina. Samantha la siguió, dejando a su papá viendo televisión solo en la sala.
A veces, sobre todo cuando estaba triste, Samantha solía enojarse por detalles que en otros momentos le hubieran parecido mínimos. La actitud de su padre de dejar que las mujeres de la familia se dedicaran a preparar la cena y otras comidas, la irritaba bastante: no podía entender como su papá jamás se ofrecía a ayudar en las tareas de la casa. Si bien era verdad que este llegaba siempre muy cansado de su trabajo, también era cierto que Bárbara llegaba muy agotada de dar clases en el colegio y se abocaba a realizar más tareas ni bien ponía un pie en la casa. A pesar de todo ello, aún si compartía los sentimientos de su hija, ninguna queja sobre su esposo escapaba de los labios de la mujer.
Emociones como esta podía abordar a Samantha también cuando estaba muy nerviosa. Muchas veces había hecho el ridículo frente a chicos que le parecían atractivos: se enojaba cuando su voz se ponía temblorosa al hablar con ellos o cuando sus propios comentarios no despertaban el menor interés a nadie. Ese enojo hacía que la gente que la rodeaba comenzara a hacer comentarios en broma sobre su extraña manera de actuar, y estos últimos la irritaban un poco más. Al final, su enojo la hacía siempre decir cosas que estaban fuera de lugar, y las personas siempre se aprovechaban de ella por eso y se le reían en la cara.
En una ocasión, cuando tenía trece años, una catarata de comentarios machistas por parte de unos chicos, provocaron que Samantha terminara discutiendo con un muchacho que le gustaba sobre lo injusta que era la sociedad con las mujeres, y acabo asestándole un fuerte puñetazo en el rostro a este luego de que dijera:— Basta de tonterías, Samantha. Las mujeres son todas unas descerebradas: ustedes solo sirven para decir estupideces, y lo único que les interesa es casarse con un hombre para fastidiarlo toda la vida con la indeseable carga de tener un hijo, cuyo único propósito es garantizar que estará junto a ustedes el resto de su miserable existencia…
Ese chico dejó de gustarle desde ese instante, de hecho, jamás volvió a hablar con él. En el futuro la chica se arrepentiría de tal manera de actuar, pero nunca quiso ir a pedirle perdón, porque una parte de ella creía que él se merecía el golpe ¡Si había sido de lo más patán y machista que hubiera visto! Además, sus amigas recordaban el suceso como una increíble lección de humanidad que ella le había aplicado al desalineado muchacho.
Minutos antes de que Samantha y su madre terminaran de preparar la cena, Edward contestó a una llamada de teléfono en la sala, y estuvo hablando un buen rato. La joven sintió mucha curiosidad sobre esto, pero trató de concentrarse en lo que hacía, sabiendo que luego tendría la ocasión de enterarse. Fue Bárbara la primera en expresar su inquietud al respecto, cuando los tres estaban sentados ya a la mesa.
¿Con quién dialogabas hace un rato en el teléfono, Edward?— preguntó—. Por tu manera de hablar parecía que charlabas con una mujer…
Así era— confirmó Edward—, platicaba con Mary Ann, la esposa de Henry.
¿Y qué quería?
Pues hablar de Henry, por supuesto. Me ha confirmado que ahora él es el nuevo gerente del banco.
¡Que buena noticia!— exclamó Bárbara.
Pero eso no es lo único— se apresuró a continuar Edward—. Celebrando su nuevo puesto, Henry nos ha invitado a la sede del banco para hacernos un recorrido por sus instalaciones, por lo cual hemos de dirigirnos directo hasta ahí cuando viajemos a Londres mañana: luego del recorrido iremos todos juntos a Rose Garden.
Lo del recorrido suena algo aburrido— comentó Samantha, quien había seguido todo con atención. Su curiosidad se vio un tanto decepcionada al saber que la charla telefónica tenía que ver con el viaje, pues tenía la esperanza de distraer su mente de esos asuntos. Estaba bastante irritada.
Pues nos esperan a las once— agregó su padre.
Mary Ann debía estar encantada con todo—dijo Bárbara.
Ni que lo digas: parecía una niña a quien le han hecho cientos de regalos en navidad— dijo Edward en un tono divertido—. ¡Me repitió todo cuanto menos tres veces!
Me parece genial que todo esto les pase a ellos dos— dijo Bárbara—. Había sido un golpe muy duro para Mary el enterarse de que no puede tener hijos…
Aunque Henry no parecía estar triste cuando lo supo: no sé si me entiendes Bárbara— dijo Edward guiñando un ojo a Samantha. Esta última esbozó una sonrisita, intentando seguir el juego de su padre en vez de estar simplemente amargada.
¡No hagas esos comentarios frente a Samantha!— exclamó la madre de esta un tanto sonrojada.
Es la verdad— dijo Edward—. Además, Samantha ya no es una niña: entiende perfectamente estas cuestiones.
Así es mamá, ya casi soy una mujer— dijo Samantha.
Está bien, entiendo— dijo Bárbara soltando una risa nerviosa—. La cuestión de todo esto es que, para cumplir los designios de Mary Ann, mañana tendremos que partir cerca de las nueve hacia Londres. El viaje por la autopista no ha de llevarnos mucho tiempo, pero movernos entre las calles de la ciudad es un trabajo lento.
Eso significa levantarse más temprano…—bufó Edward.
Espero verlos a ambos en la cocina poco después de las seis— confirmó la mujer.
¡A las seis de la mañana!— exclamó el padre de Samantha—. ¿Te das cuenta de que estas son nuestras vacaciones, Bárbara?
Se que son vacaciones— respondió esta ultima—, pero hemos de hacer las maletas aun: ninguno ha tenido tiempo de dedicarse a ello.
Yo si preparé mi equipaje— dijo Samantha. Ya estaba resignada a que el viaje era inevitable, y de nada le valía poner trabas al asunto, no tenía energías para hacerlo—. Si quieren, puedo ayudarles a preparar el suyo.
Además, hay que asegurarse de que todo en la casa quede en orden— Continuó Bárbara—. Ya le entregué una copia de la llave a Claire, y ella se encargará de mantener las cosas en su lugar mientras no estemos.
Tienes razón con todo— dijo Edward por lo bajo—. También tengo que cargar gasolina al coche: iba a hacerlo de vuelta de la oficina, pero lo pase por alto…
Bárbara dio un bostezo.
Está decidido, no más allá de las seis y treinta hemos de estar desayunado todos aquí ¿vale?— dijo levantándose de su silla—. Será mejor que nos vayamos a la cama cuanto antes.
Edward y su hija dejaron sus sitios junto a la mesa. Samantha ayudo a su madre a levantar los platos para posteriormente lavarlos, y dejo la cocina atrás conteniendo un suspiro cansino. Una almohada mullida la esperaba para intentar aclarar sus pensamientos fríos, mientras se escapaba de ellos en el mundo de los sueños.
La habitación aún estaba a oscuras cuando Samantha despertó. Un fuerte escalofrío le había oprimido el pecho de forma repentina, cortándole la respiración por un instante. Permaneció boca arriba, con la vista clavada en el techo al tiempo que reflexionaba sobre lo ocurrido. Su respiración era agitada y un extraño miedo la embargaba.
Estaba confundida ¿Habría tenido una pesadilla? El único problema era que no recordaba ningún sueño de esa noche. Eso le hacía sentir más miedo, pues no era algo que le hubiera pasado nunca antes. Después se sintió un poco tonta: tenía que haber sido una pesadilla, no era la primera vez que se olvidaba de un sueño ni bien despertaba. Por otra parte a esa hora su mente no pensaba con claridad. Con todo, la chica no podía dejar de sentir que le faltaba algo…
Miró hacia la ventana. Un leve resplandor comenzaba a escabullirse por la misma, y pensó que su despertador no tardaría en sonar. En efecto, unos instantes más tarde un desgarrador sonido invadió la pieza, y Samantha se inclinó para detenerlo. Dejó sus mantas a un lado algo apesadumbrada, fue al baño, y luego, todavía con el pijama encima, se dirigió a la cocina. Al entrar esta se encontró con que sus padres ya estaban ahí. Edward estaba junto a la mesa leyendo el periódico mientras Bárbara terminaba de preparar el desayuno.
Hola, Samantha— dijo la mujer al ver que su hija se ubicaba en la mesa—. Estaba a punto de ir para avisarte que el desayuno está listo—. Puso un plato y un vaso con jugo frente a la chica y también se sentó a desayunar.
Ninguno de ellos habló. Edward estaba concentrado en su lectura y Bárbara permanecía concentrada en quien sabe que pensamientos. Samantha tenía la mente en blanco, demasiado somnolienta como para perderse en nada que no fuera comer lo que su mamá le había preparado. Aún así, por motivos ajenos a su entendimiento, al levantar su vista del plato para beber un poco de jugo de naranja, no pudo evitar interesarse por la primera plana del periódico que su padre sostenía en alto. En la misma había una gran fotografía que mostraba el rostro de un hombre alto y de alborotado cabello canoso, sonriendo junto a un pulcro automóvil negro. Sobre la imagen, escrito en grandes letras oscuras, aparecía el siguiente titulo.
CONMOCIÓN EN LONDRES
Y a continuación, en letras más pequeñas, decía:
La brutal muerte de Stephen Elkins y su familia: detalles sobre este caso que ha conmovido a la opinión pública.
Cuando leyó esto, Samantha tuvo un tremendo escalofrió que le oprimió el tórax e hizo que soltara todo el aire de los pulmones. Fue solo un segundo, pero fue suficiente para asustar a la chica, quien no podía entender qué o por qué le había ocurrido. Aunque le parecía claro que no era culpa de una pesadilla. ¿Sería que lo de Peter la afectaba tanto? ¿Su aflicción era tan enorme para causarle una cosa como esa?
No encontró respuesta. Algo en ella le decía que no podía ser que ese chico la pusiera así, porque si bien ver a Susan en sus brazos la había deprimido muchísimo, ese sentimiento en nada se parecía al compulsivo miedo que la había abordado ahora. ¿Estaría enfermándose?
Trató de tranquilizarse bebiendo un poco de jugo, se puso la mano izquierda sobre el corazón y dio un suspiro de indignación. Al mover su cabeza a un lado se dio cuenta de que su madre la observaba con cierta curiosidad.
Es por comer muy rápido: me atraganté— dijo Samantha entre nerviosas risitas de excusa. Su madre no pareció divertirse mucho con esto, de hecho puso una cara terrible. Era como si hubiera percibido el aroma de una canasta llena de calcetines usados.
A veces me sorprenden las boberías que haces, niña— dijo—. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? ¡Podrías haberte ahogado!
Lo siento, no volverá a pasar…
Eso espero— terminó Bárbara, indignada.
Ni bien acabó con su desayuno, Samantha fue a su habitación. Ahí, se quitó el pijama y comenzó a vestirse con la ropa que había dejado preparada para ese día, diciéndose a sí misma que debía olvidarse de lo ocurrido. No podía continuar mortificándose con algo que ya había pasado, ya no se sentía aterrada y podía respirar muy bien. Se puso una falda que le llegaba apenas más arriba de las rodillas y una hermosa blusa, la cual era su favorita. Luego se calzó con unas sandalias, tomó un bolso de tela donde guardaba su celular con mp4, su billetera y su maquillaje, y fue al baño para terminar de arreglarse. Inmediatamente después que acabó de hacerlo, se colgó el bolso (como tenía un tiro largo se lo colgó atravesado de derecha a izquierda). Llamó a la puerta de la habitación de sus padres. Desde adentro, la voz de su mamá le indicó que podía pasar y así lo hizo. Los padres de la chica ya habían empezado a hacer el equipaje, y ella se sumó a la labor.
Como Bárbara había previsto, la tarea les llevó mucho tiempo. Cuando por fin hubieron terminado, Samantha salió de la habitación, pues sus padres aún tenían el pijama e iban a cambiarse ahora. Lo que hizo fue entrar a sus propios aposentos una vez más, dispuesta a sacar su maleta para llevarla a la sala. Debía admitir que esta tenía un peso bastante considerable, pero aun así pudo lograrlo sin mayores dificultades. Se sentó en un sillón a esperar. Al cabo de un rato, Edward apareció cargando dos maletas: una suya y otra de su esposa (la que pertenecía a Bárbara era la más grande debido a que ella poseía un guardarropa más variado). Tenía puesto un vaquero y una camiseta del Manchester United.
Samantha no entendía la pasión de su padre por el futbol. A ella le parecía un deporte muy tonto y la aburría muchísimo, aunque debía admitir que había algunos jugadores muy atractivos. Claro, no creía que esta ultima fuera la razón por la cual Edward amaba aquel deporte, pues ni siquiera era una razón lo suficientemente fuerte para que ella, que era una chica, le prestara atención.
Apenas unos minutos después, Bárbara entró a la sala. Lucía un vestido que bajaba hasta sus rodillas y unos zapatos muy bonitos. Edward se quedo mirando lo bella que estaba su esposa, pero esta, en cambio, tenía una mirada de reproche, y Samantha adivinó de inmediato por qué.
Quítate eso, Edward— dijo— ¡hoy no nos dirigimos a presenciar una función de ese circo al que tu llamas deporte! Ponte la prenda que te dejé preparada.
Bárbara odiaba el futbol más que a nada en el mundo. La única vez que había accedido a acompañar a su esposo a un partido, había terminado pisoteada y golpeada por los fanáticos enloquecidos. Incluso su blusa terminó arruinada en el proceso.
Por favor, Bárbara, no empieces con tonterías…
¡No son tonterías! Debes ubicarte en la ocasión, no puedes aparecerte frente a la gente del banco vestido así: te verías como un tonto.
Pese a que la idea de su esposa no le agradaba, Edward se dirigió a la habitación. Bárbara se quedó parada donde estaba, esperando. Mientras lo hacía, le dedicó una sonrisa de complicidad a Samantha: al parecer le divertía la imprudencia de su esposo. Su hija la entendió, pues la acompañaba en el sentimiento, así que le devolvió el gesto.
Edward regresó con una camiseta más pulcra. Su esposa se acercó para alisarle algunas partes que estaban dobladas y arrugadas.
¿Lo ves? Con esto pareces más hombre: te ves guapísimo.
Él forzó una sonrisa y Bárbara le dio un beso en la boca.
Corroboraron si todo estaba en orden. Como así era, salieron del departamento y aseguraron la puerta con llave.
El coche, que se encontraba en el estacionamiento del edificio, era de un azul tan oscuro que cualquiera habría dicho que era negro. Samantha no entendía nada de automóviles: para ella eran todos iguales. No obstante, para su papá el automóvil representaba su más grande orgullo, lo cuidaba como a un bebé. Su esposa pensaba que era un fanatismo exagerado, después de todo no era más que un coche común y corriente; pero cuando esta se lo manifestaba a él, este decía que eran cosas de hombres y que ella jamás llegaría a entenderlo.
Quizás las palabras de Edward tenían cierta verdad, porque Samantha no podía sentirse emocionada por tener un coche. No hay que malinterpretar, entendía perfectamente su utilidad y sabía que les ahorraba varios dolores de cabeza, pero de ello a pensar en el cómo en un hijo, era más de cuanto pudiera llegar a sentir jamás.
Mientras su padre cargaba las maletas en el baúl del coche, Samantha se acomodó en la parte trasera, cerca de de la portezuela de la derecha. Cuando se abrochaba el cinturón de seguridad, sus padres también entraron: Edward se ubicó detrás del volante, puesto que él conduciría, y Bárbara se sentó a su izquierda.
El coche emitió un leve rugido. Edward expuso una cara de satisfacción y su esposa puso los ojos en blanco, demostrando una vez más su postura ante el tema. Samantha mostró una sonrisita, pues siempre que viajaban todos juntos aquel hacía la misma broma.
El padre de la chica maniobró un poco en el estacionamiento, buscando la salida que los dejaría en la calles de la ciudad. En el momento que esto último sucedía, Samantha cerró los ojos y puso rostro en dirección al sol, que en ese momento invadía con su luz el interior del vehículo. Sin embargo, en lugar de disfrutar de su tibieza en la piel, sintió como si le hubieran arrojado encima un gran balde de agua. Por tercera vez esa mañana, su pecho se oprimió con fuerza, impidiéndole respirar. Esto hizo que abriera los ojos bruscamente y una intensa luminosidad llenó su visión.
Cuando todo eso pasó, tomó una enorme bocanada de aire. Se puso la mano derecha sobre el pecho y supo que su corazón latía a una velocidad vertiginosa. En su vista quedaron unas manchas oscuras e intentó borrarlas parpadeando muchas veces. ¡Casi había conseguido olvidarse de que eso le estaba ocurriendo! Estaba muy asustada, más que en las veces anteriores. ¿A que podía deberse tal horrible suceso? Una sucesión de recuerdos, pensamientos y sensaciones deprimentes comenzaron a llenar cada parte de su ser en ese momento.
Samantha vio que su madre la miraba por el espejo retrovisor e intentó dibujar una sonrisa que aquella le devolvió sin tardanza. No podía preocupar a nadie, pensaba con terquedad que todo tenía que ser una tontería, que todo tenía que deberse a que aún seguía triste por Peter. Creyendo que lograría borrar todo eso de su cabeza, la chica tomó el celular de su bolsito de tela, se conectó unos auriculares a los oídos, y comenzó a escuchar música.
Se sintió aún peor. Es que las hermosas canciones que hablaban de romances le recordaban sus pasadas fantasías de amor con Peter, las mismas fantasías que ahora estaban hechas trizas en su corazón. Entonces cerró los ojos deseando con todas sus fuerzas que todos esos sueños fueran reales, que su dolor actual fuera tan solo una pesadilla y que al levantar los parpados este se esfumara, pero nada ocurrió. Abrió los ojos y se encontró mirando a través de la ventanilla que estaba a su lado, donde los edificios pasaban a gran velocidad, quedándose atrás.
Samantha se sentía patética, no solo por lo de Peter, si no por sus amores en general. Es que, a pesar de que era una chica bastante bonita, ella nunca había tenido un novio…
Quizás no era la única chica en el mundo que a los quince años ni siquiera había tenido su primer beso, pero eso no la hacía sentir mejor, menos aun si se imaginaba utilizando esto como excusa ante las burlas de Susan Burton. No existía consuelo para tal pena. Es más, al pensarlo se daba cuenta de que no tenía amigas en su misma situación.
Alicia, por ejemplo, hacía meses que salía con un chico llamado Robert Patterson, de hecho jamás dejaba de hablar de él cuando estaba con Samantha. Incluso Agatha había tenido novio. Como si todo ello no fuera poco, estar cerca de Lucy, su mejor amiga en Londres, reavivaría su celos hacía ella. Samantha recordaba muy bien lo mal que lo había pasado el año anterior, encerrada en su habitación mientras veía por la ventana como Lucy se besaba tan apasionadamente con su novio Philip, que era sorprendente que pudieran respirar.
La chica creía que todo aquello era injusto. No podía creer que mientras ella trataba, sin éxito, de conciliar una relación amorosa, existían chicas, como Lucy o Susan Burton, a quienes salir con chicos le era inusitadamente fácil. La relación entre Lucy y Philip, según pensaba Samantha, había sido digna de entrar en el libro de los records mundiales, pues su noviazgo duró al menos el mes en el cual ella había estado en la capital. Eso sí, no era un vinculo de muchas palabras, o al menos ella nunca los vio hacer otra cosa que besarse como unos desquiciados.
Ahora ya habían cargado combustible y se encontraban transitando velozmente a través de una larga autopista que iba hacia el sur. Bárbara hablaba abiertamente sobre los chismes de su trabajo mientras Edward seguía el hilo de su conversación tratando de prestar atención al camino. Sin embargo, Samantha, miraba sin ver el paisaje que, siempre en movimiento, se ofrecía vasto al otro lado del cristal de la portezuela que tenía a la derecha. ¡Cuánto en que pensar! Su mente se veía inundada de intriga a causa de sus extraños ataques de terror, y una aun más horrible depresión la ofuscaba al asociarla a sus fracasos amorosos.
Debe ser mi carácter— susurró recordando el fuerte puñetazo que le había dado a Patrick Weasley por decir que las mujeres eran todas unas descerebradas. ¿Pero qué podía hacer? Su moral no le permitía aceptar tal ofensa hacia su ser. En todo caso era cierto que ella se había excedido un poco, pues su moral también le decía que golpear era para la gente incivilizada. Actuar de esa manera alejaría a cualquier chico. Por otra parte, mezclar eso con su timidez no la hacían la persona más querible del mundo.
Si quiero revertir esta situación debo cambiar todas esas cosas en mí— se dijo—. Después de todo, puede que este viaje a Londres no sea tan malo, ya que podre aprovechar para probar una nueva personalidad: podre empezar prácticamente de cero. Si todo funciona será excelente, pero si hago el ridículo no me afectara en nada. ¡Yo vivo en Cambridge! Doy vuelta a la página y asunto solucionado.
Esa idea de Samantha fue como un pequeño rayo de luz que nacía en su interior, resaltando magníficamente entre tanta penumbra. Durante bastante tiempo dio vueltas y vueltas a ese pensamiento. Era lo único en lo que le valía la pena poner su ánimo.
Por desgracia, muchas veces la luz se ve opacada por un eclipse de abatimiento, la esperanza se pierde, y terminamos cayendo en pozo sin fondo que nos traga hasta que las tinieblas son tan espesas que nos impiden respirar y nos congelan el corazón.
Londres, la capital de los reinos de Gran Bretaña, ciudad que tantas cosas había visto y vivido: desastres y guerras la habían azotado hasta casi convertirla en cenizas, pero ella seguía ahí, de pie, con el clásico estilo que caracteriza a los británicos. Una ciudad majestuosa a orillas del inmemorial río Támesis, y estaba frente a sus ojos.
Samantha, una chica inglesa como cualquier otra, con sus sueños y problemas de adolescente, respiraba agitada mientras su corazón, que, inquieto bajo su piel, parecía querer escapar de su pecho, delataba su ansiedad por razones que iban más allá de su entendimiento.
El coche avanzaba a lo largo de un admirable puente que, orgulloso, se alzaba sobre las aguas del río, uniendo sus dos orillas. Los nervios de la muchacha aumentaban con cada minuto que pasaba. Su madre parecía feliz, riéndose de los cuentos que ella misma le hacía a su esposo, y, en la cara de este, una sonrisa se dibujaba mientras movía la cabeza en señal de simulada indignación.
Los estilizados taxis negros y los clásicos autobuses rojos de dos pisos, rugían a su alrededor junto a un sinfín de coches diferentes. Por todas partes, la gente iba y venía inmersa en sus propios problemas, procurando apresurarse cuanto les era posible.
El corazón de Samantha latía cada vez más veloz, casi hubiera sido posible oírlo en todo el vehículo. ¿Qué le estaba pasando? No podía fijar su vista en un solo sitio, sus ojos se movían de un lado a otro, oscilando cual pelota de ping pong.
Habían llegado a una zona donde elevadas torres de oficinas parecían competir entre sí para alcanzar las abismales alturas del cielo. El sol, que para esa hora se alzaba cada vez más cerca de su cenit, destellaba sobre los cristales de las innumerables ventanas que cubrían las caras de los edificios, llenando todo de vida.
¿Por qué la chica estaba tan nerviosa? Sentía que le faltaba algo, creía que tenía que saber algo significativo, pero ¿Qué debía saber? ¿Ocurriría algo importante? Tal vez si…
Bárbara le hizo señas a su esposo para que virara en la siguiente esquina y este así lo hizo. El edificio en el cual el banco Welfare and Castle tenía su sede, era el más alto e imponente de toda la calle, y se encontraba en la esquina más próxima que tenían a su izquierda.
De repente, todo fue claro para Samantha. Su pánico hizo que sus latidos pararan y su respiración se cortó. Era demasiado tarde y ella lo sabía. Quiso gritar, mas no logró hacerlo, ni siquiera era capaz de moverse: fue el eterno instante entre la conciencia y el suceso en el cual se sintió inútil…
Una intensa y fugaz luz de un purpura tan brillante que parecía blanco, destelló en la cima misma del edificio del banco, y, por un breve momento, todo se vio iluminado por ella. Casi al mismo tiempo, Samantha escucho un ruido desgarrador, semejante al que hubiera provocado un rayo al caer a su lado. Este se prolongó en un grito horripilante.
Los cristales de los edificios explotaron en miles de trozos que cayeron como una lluvia mortal y las fachadas de las construcciones se agrietaron vertiginosamente. La chica presenció con horror como la calle comenzó a derrumbarse, abriendo un abismo oscuro, como las fauces de una bestia enorme que se tragaba todos los coches que estaban sobre esta. El automóvil donde ella y sus padres estaban osciló con violencia mientras corría el mismo destino, y acababa colgado entre un manojo de varillas retorcidas.
La joven estaba aterrada. Miró entre lágrimas los rostros de su padre y su madre, quienes dirigían sus ojos de miedo en dirección a ella al tiempo que intentaban librarse de los cinturones de seguridad para ir a protegerla, y luego observó por el parabrisas. Terroríficamente descubrió que una negra masa de escombros de piedra y hierro rugía cual si fuera un león, e iba a desplomarse justo sobre ella. Entonces supo que su fin había llegado y cerró los ojos con fuerza. Samantha sintió como con un brutal y aturdidor golpe el techo del vehículo se hundió, y luego todo fue silencio…

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Premio Liebster Awards Blogs


Hola ¿Cómo están? Montse Puchol, del blog de La alquimista de sueños, me nominó al premio Liebster Awards Blogs, así que, siguiendo las reglas, voy a responder a sus preguntas.

  1. ¿Tu primer libro?
El primer libro que leí completo fue el cuento de El gato con botas, pero la primera novela que leí fue La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne.

  1. ¿Te dejas aconsejar a la hora de elegir un libro?
Por supuesto, aunque no significa que confíe ciegamente. Si alguien me recomienda un libro lo primero que hago es averiguar un poco de él en internet.

  1. ¿Es para ti el nombre de un escritor una garantía?
En absoluto. Tengo mis ídolos, pero eso no quiere decir que me guste todo lo que hacen. Un artista de verdad no puede mantenerse siempre por el mismo camino solo por complacer, sino que debe experimentar, y esos experimentos no tienen por qué salir bien, ni gustar a las mismas personas. Un ejemplo es J.K. Rowling: ella podría haber multiplicado su fortuna escribiendo libros de fantasía, pero está escribiendo otro tipo de libros, para otro tipo de público.

  1. ¿Qué libro no leerías nunca más?
Hamlet, de William Shakespeare. Las obras de teatro no son lo mío.

  1. ¿Qué novela te gusta releer?
Los juegos del hambre, de Suzanne Collins. El primer libro de la trilogía es increíble. Estoy enamorado de Katniss, je, je. (¿Real o no real?)

  1. ¿Te gusta alternar varios libros a la vez?
No. Lo he hecho, pero soy muy indeciso. La última vez que lo intenté terminé devolviendo un libro que me prestaron sin haberlo acabado.

  1. ¿Qué opinas de las películas basadas en novelas?
La mayoría me decepciona, pero me gustan porque eso ha permitido que lleguen a mi país libros que no llegarían sin el furor de la película.

  1. ¿Qué valoras más en una novela, el argumento o la temática?
Ambas son importantes, pero si tuviera que elegir una, elijo el argumento. Se puede tener un buen argumento y no tener una temática, pero no importa que tan bueno sea el tema de un libro si el argumento es malo.

  1. ¿Qué sensaciones o experiencias buscas en un libro?
Me gustan los libros en los que sientes de todo: amor, curiosidad, intriga; me gusta reírme con las ocurrencias de algún personaje y maldecir en voz alta cuando el malo se sale con la suya. Pero lo que más me gusta es cuando a todo se le suma un final de esos que te sacan lágrimas (de tristeza o felicidad) y te dejan pensando.

  1. ¿Te gusta descubrir escritores desconocidos?
Creo que sí, pero el escritor me parece algo secundario. Lo que siempre me pregunto es si la historia de un libro me gustará. Si después resulta que es de un escritor que conozco o no, es algo que me tiene sin cuidado. Lo mismo me pasa con la música y las películas.

  1. ¿Has dejado algún libro a medias? ¿Cuál?
Desgraciadamente, varios. El último que dejé a medias fue Un saco de Huesos, de Stephen King. Me aburrió hasta límites insospechados.

Los blogs a quienes nomino son:




(Me hubiese gustado nominar a 11 pero ya me costó bastante elegir cinco. #YOLO)

Y mis preguntas son:

  1. ¿En qué te basas a la hora de elegir un libro?
  2. ¿Hay algún libro que te haya hecho llorar?
  3. ¿Prefieres las sagas o los libros autoconclusivos?
  4. ¿Qué opinas de las películas basadas en libros? ¿Hay alguna que te parezca mejor que el libro?
  5. ¿Cuál fue el primer libro que leíste?
  6. ¿Lees libros de poesía? ¿Cuál recomendarías?
  7. ¿Qué te motivo a crear un blog?
  8. ¿Qué libro relees una y mil veces?
  9. ¿Qué libro no leerías nunca más?
  10. ¿Te has dejado un libro por la mitad? ¿Cuál?
  11. ¿Prefieres libros con o sin ilustraciones?

GRACIAS A MONTSE PUCHOL


Las condiciones pare recibir el premio son las siguientes:
  • Agradecer y seguir al blog que te ha nominado
  • Responder a las 11 preguntas que te ha hecho
  • Nominar 11 blogs que tengan menos de 200 seguidores
  • Avisarles de que han sido nominados.
  • Realizar a los blogs nominados 11 preguntas



miércoles, 27 de mayo de 2015

Las hijas de Hanna




Hola ¿Cómo están? Hace unas semanas les compartí un post llamado El reto (pueden verlo aquí), donde incluí una lista de libros que pretendía leer en mayo, libros de los que voy hacer reseñas. Hoy le toca a Las hijas de Hanna, de Marianne Fredriksson.

Este libro lo tomé de la biblioteca sin saber nada de él. Me llamó la atención el título y me encantó la ilustración que aparece en la portada, que en realidad es un detalle de la pintura Jeanie Hughes, de George Watts. Más tarde, cuando abrí el libro y me puse a ojearlo, mi pecho se llenó de sentimientos opuestos. Por un lado, me llamaba la atención que se desarrollara en Suecia, un país del que, debo admitir, apenas sabía su existencia; por otro, ya inmerso en las primeras páginas, creí que el libro me iba a deprimir…
Les cuento por qué.
La novela empieza cuando Anna, una mujer que está cerca de cumplir los cincuenta años, visita a su madre Johanna, quien está internada en una clínica-asilo. Esta última, padece demencia senil: no puede hablar, y tal vez tampoco puede entender lo que escucha. Anna teme que su madre haya dejado de reconocerla…
En su visita, Anna tiene que pasar tiempo con su padre, quien está muy anciano, y su mente se llena de recuerdos de lo que fue su niñez. Estos la llevan a buscar entre las pertenencias de su madre y en ellas encuentra una foto de Hanna, su abuela. Entonces recuerda que le era muy difícil tratarse con ella, y se pregunta por qué. He aquí, que la historia se corta y la atención se traslada a una aldea en medio del bosque, durante el último cuarto del siglo XIX, para conocer el nacimiento de Hanna y las condiciones en que tuvo que crecer.



Al llegar a este punto, debo explicarles que la novela cuenta la historia de las tres mujeres: la abuela, la madre y la hija. La excusa es que Anna, la hija, piensa reunir en un libro las historias de sus antecesoras. Al principio con la excusa de que no se pierdan, pero más adelante con la intención de entender por qué su vida es de una manera y no de otra.


Las hijas de Hanna fue escrito en sueco, un idioma poco difundido, y acabó convirtiéndose en un bestseller en Europa y Estados Unidos. En Alemania incluso se compraron los derechos cinematográficos. Fue sin duda una sorpresa para Marianne Fredriksson, quien empezó su carrera literaria a la tardía edad de 53 años. Ella dijo que la historia no es autobiográfica, sino que imaginó a los personajes en base a un arduo trabajo de investigación.
La verdad, me encantó. Por varios motivos. Creo que todos hemos oído a alguien mayor que nosotros decir que no entienden a la gente de ahora, que en sus tiempos las personas eran mejores. Y a los jóvenes nos cuesta entender que el mundo no siempre fue así, que la idea de que vivimos en un mundo más civilizado que el anterior, también le perteneció a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Aunque ahora nos adaptamos a los cambios, llegará un día en que digamos basta, que los cambios serán tan bruscos, tan opuestos a lo que nos enseñaron antes, que terminaremos pensando que el mundo está loco, o que está mal.


Un ejemplo. En la época de Hanna, era inconcebible que una mujer se casara por amor. Si ella amaba o no a su marido, era tan irrelevante que ni siquiera la propia involucrada pensaba en ello. Además, la mujer estaba totalmente sometida a la voluntad del hombre, y eso tampoco se cuestionaba.


Esto me lleva a explicarles que en el libro, a la liberación de la mujer no se la plantea como una batalla de sexos, sino como una lucha contra el pensamiento de la sociedad en su conjunto. Cuando Johanna, la hija de Hanna, quería trabajar en un comercio, fue Hanna quien le dijo lo inapropiado de ello, que fuera de su casa una mujer solo podía trabajar como sirvienta. Los hermanos de Johanna, en cambio, la apoyaban porque sabían que ella era inteligente y merecía más. Esto sucede porque para Hanna las enseñanzas de su madre eran incuestionables, pero sus hijos varones estaban ajenos a estas, porque una mujer nunca les hubiera podido enseñar cómo moverse en el mundo de los hombres.
Si eres mujer, es un libro que te recomiendo, pues creo que te resultará interesante. Si eres hombre, no te asustes. No es un libro empalagoso y todos tenemos una madre, hermana o amiga a nuestro alrededor, cuya realidad es preciso que entendamos. Conocer lo que es y lo que fue nos da una ventaja para hacer frente a lo que vendrá.
Antes de despedirme, quiero dejarles una fábula que aparece en la mitad del libro. Los mitos y las creencias tienen un papel importante dentro de la novela, porque estas tuvieron más peso del que podríamos creer en la vida de nuestros antepasados. No hay spoilers, así que pueden leerla.

Había una vez una niña que había crecido en un palacio. Ese palacio tenía tres habitaciones llenas de secretos: armarios que contenían cosas maravillosas, libros llenos de ilustraciones, fotografías de personas extrañas muertas hacía mucho tiempo, aunque a ella la miraban con ojos muy serios. En torno al palacio había un enorme jardín donde crecían rosas y fresas. En una de las esquinas se levantaba una montaña, alta, muy alta, hacia las nubes. Un día la niña escaló la montaña y vio el mar azul juntarse con el cielo en algún lugar muy lejano. Desde aquel día, la niña hizo suya la montaña, subió a la cima y construyó allí sus mundos, entre piedras y peñascos.
La montaña hablaba con el cielo, ella misma lo había oído desde el primer día. Al cabo de un tiempo, comprendió que la montaña también hablaba con ella, y con los lirios que florecían a sus pies, y con los ásteres y las siemprevivas que crecían en las grietas de la roca.
Allí siempre era verano, y el tiempo era siempre bueno, y la niña siempre se sentía feliz. Su mamá la quería mucho. Y su papá estaba orgulloso de ella, porque era muy despierta y muy buena. Además, su madre se lo repetía casi todos los días: “Eres una niña feliz, y tienes de todo”. Y eso es lo que pasa, que cuando se tiene de todo no se está triste. Y eso acabó siendo una gran preocupación para la niña. Porque a veces se sentía incomprensiblemente triste. Y, a veces, hasta asustada.
Pero, asustada ¿de qué? No de que su madre tuviese que morir, y sin embargo, sí que lo estaba, pero vamos a ver, ¿por qué?
Nunca llegaría a averiguarlo.
Una vez, cuando la niña pensó que iba a morirse del espanto que le enloquecía el corazón hasta el punto de hacerle daño en el pecho, encontró una escalera invisible que conducía al interior de la montaña. Y entró en una cueva, bastante grande para ella, donde pudo sentarse y ver desaparecer ante sus ojos todas las cosas malas.
La niña se sintió elegida.
¿Cuánto tiempo duró ese juego? ¿Un verano solamente, o muchos? Sea lo que fuere, lo cierto es que la niña feliz tardó años en comprender lo peligroso que era aquel juego, el juego de hacerse invisible e insensible. Y cuando, finalmente, lo comprendió, ya era mayor y había tenido que irse de casa.
Y lo que hizo entonces fue llevarse la montaña consigo. Siempre la tenía a mano, de modo que, en cuanto se sentía triste o asustada, se metía en la montaña. Pero ahora ya no quería, porque le daba miedo la cueva por las paredes tan gruesas que tenía. Lo malo era que ahora la montaña tenía poder sobre ella.
Y cuando llegó el príncipe y el amor la hizo más vulnerable que nunca, la niña encontró una forma nueva de utilizar su lugar secreto del interior de la montaña.
El príncipe pensaba que la niña se volvía con frecuencia fría e inalcanzable. Eso era cierto. En la montaña hacía un frío de muerte, y el que está en su interior se queda petrificado apenas se descuida. La niña no sabía luchar por sus derechos, arder de celos, gritar, escuchar, preguntar, acusar.
De modo que, sin querer, siguió refugiándose en su cueva y haciendo daño al príncipe. Pero la sensación de culpabilidad la abrumaba cada vez que salía y se daba cuenta de lo que había hecho.
Y entonces lo que hizo fue casarse y vivir… todos los días de su vida.

¿Qué les pareció? ¿Les gustaría leer este libro? ¿O ya lo leyeron? Díganme en los comentarios. Si les gustó el post, compártanlo. No olviden que también pueden seguirme en Google+ y en Facebook. Los botones están a la derecha. ¡Nos vemos!

lunes, 25 de mayo de 2015

Walm


 
Hola ¿Cómo están? Es lunes y toca compartir el capítulo veinte de La princesa valiente, pero antes quiero contarles que el viernes publiqué el primer capítulo de Una bruja entre tinieblas, la primera novela que empecé a escribir (Véanlo aquí). Si les gusta, podría haber capítulos nuevos cada semana, lo que me servirá de excusa para darle un final. Ahora sí, los dejo con Madeleine.


20
Walm

Tu hermana es un poco tempestuosa— dije y Marcus dio un respingo. Esbozó una sonrisa al reconocerme.
No tanto— dijo. Estaba apoyado en la borda, lejos del griterío de la tripulación, que se apretaba alrededor de Bianca. La chica ocupó la tarde demostrando su valía con el arco, mientras los marinos aclamaban sus proezas y apostaban entre ellos—. Solo se comporta así por Oliver Fletcher.
¿Oliver?
Está enamorada de él.
¿En serio?— el clamor de los marinos reverberó en la cubierta. Bianca apostó que daría en el blanco con los ojos vendados y lo logró.
Oliver acapara la atención de todas las chicas. Medio Abismo suspira por él en secreto.
No parece que te guste la idea.
Él no les presta atención porque está demasiado ocupado siendo el caballero perfección. Piensa que luchando de tu lado caerá en gracia a los ojos del rey Alexandre o, en su defecto, de tu tío Philip.
Pero tú estás aquí para cuidar de tu hermana ¿verdad?
Marcus se puso colorado.
En realidad, si…— dijo.
No tienes de que avergonzarte: tienes tus razones y yo las mías. Me alegra contar con vuestra ayuda… Permiso…
Me incliné en la borda y vomité. Tres días de viaje en La Hermosa Stella no bastaron para acostumbrarme al choque de las olas. De a ratos, el contenido de mi estomago permanecía intacto, pero bastaba que el barco se meciera un poco más de lo debido y todo acababa. Aunque decidí no comer hasta el fin de la travesía, siempre quedaba algo que quería salir.
La primera noche, Lorena, James y yo nos reunimos en el camarote del capitán Jaques, a tomar una cena que solo él se animó a probar. Nos explicó que conocía una ruta rápida a través de los mares de la quinta dimensión. Esta llevaba a las aguas del norte de Irlanda, cerca de la desembocadura de un río que pasaba por Walm.
Pocos la conocen— dijo Jaques—. Solo aquellos que han navegado tanto como yo se atreven a explorar los secretos de la quinta dimensión. Esta es como una telaraña enorme, y hay que confiar mucho en las matemáticas para no confundir los hilos. Además, existen otros peligros.
¿Qué clase de peligros?— pregunté.
Monstruos, tormentas… y ningún agua está libre de piratas.
Nada de ello nos asusta—dijo Lorena—. Son peligros nefastos, sin duda, pero a diferencia de los Brendam, ninguno nos busca.
Jaques asintió. Las palabras de Lorena no me tranquilizaron en lo absoluto, pero tampoco dije nada. Había que llegar a Walm como diera lugar y no sería yo la que pondría obstáculos.
¡Tierra a la vista!— el grito llegó desde la cofia. Marcus y yo nos unimos a los curiosos que se reunían en la proa. Más allá, una línea gris cruzaba el horizonte.
Por fin habrá algo de acción— dijo Bianca.
Espero que te equivoques— dijo Marcus—. No soportaría otra emboscada de los Brendam.
Eres bastante cobarde para ser un caballero de La Torre ¿sabes? Deberías tener la gallardía de Oliver, que siempre es el primer voluntario para una aventura.
El capitán ordenó que echaran el ancla. Marcus bajó a la bodega y regresó con nuestros grifos: una montura para cada uno y otro para transportar carga. El mío tenía las alforjas llenas de pescado y un pequeño espacio para mis pertenencias.
James se unió al grupo apenas unos minutos antes de partir. Agradeció a Jaques por su ayuda y dio órdenes a Marcus y Oliver. En ningún momento se dirigió a mí…
La noche nos cobijó. Volamos encima de las colinas boscosas, sin perder de vista la línea del río. Pasó una hora hasta que James nos ordenó aterrizar. Desmontamos en un claro.
¿Qué pasa?— pregunté—. ¿Ya llegamos?
Tenemos que dividirnos. Es peligroso llegar volando hasta Walm— dijo James. Se volvió al resto del grupo—. Lorena, Madeleine y yo continuaremos solos. Los demás se quedan aquí, cuidando a los grifos ¿Entendido?
¿Seguro que es buena idea, mi señor?— preguntó Oliver—. ¿Qué pasa si están en peligro?
Esta vez estoy preparado— James metió la mano en el cuello de su jubón y sacó el extremo de una cadenilla. Un cilindro plateado colgaba de ella.
¿Qué es…?— pregunté.
Un silbato para grifos— dijo Lorena. James asintió.
Nelson me dio el suyo antes de partir. El capitán de la compañía lo usa para ordenar al escuadrón, y los grifos son atraídos por su sonido sin importar la distancia. Estén atentos a su humor.
Tomé el morral con mis pertenencias y seguí a James entre los pinos. El no quería saber nada de antorchas para iluminar el camino, pero lo convencí de utilizar mi vieja luz mágica.
Esto no es mágico— dijo—. Es una linterna para acampar. Las venden a un par de libras en cualquier tienda de Londres.
Cállate y enciéndela. No encontraremos la ciudad tanteando a oscuras.
Mantuve la mano en la empuñadura de la espada, atenta a los sonidos. El crujido de las hojas secas bajo nuestros pies, el aire que salía y entraba a nuestros pulmones, silbando: ambos se disolvían ante el canto cercano de las ranas. Una niebla subió desde el río, trayendo consigo el olor de algas descompuestas. La bota de James se hundió en el barro de la orilla.
Lorena señaló a nuestra izquierda, donde una retorcida estructura de madera se levantaba encima de la niebla. Era un puente. Nos acercamos, luchando contra los arbustos, y sus tablas se quejaron de nuestro peso. En la orilla opuesta, un grupo de sauces hacia las veces de cortina, ocultando lo que había más allá. La rueda inerte de un molino se asomaba entre las ramas.
Un camino de tierra atravesaba el follaje para terminar a los pies una pared de enredadera. Esta trepaba por las rocas de la muralla y solo respetaba el espacio abierto por un arco, que nos dio paso a una calle de adoquines que se metía entre un bosque de siluetas siniestras.
Los jardines traspasaban sus cercas, agrietando muros e invadiendo las aceras. Lo que en otro tiempo fueron casas pintorescas, ahora eran un cúmulo de fachadas sin vida, con ventanas huecas o paredes reducidas a pilas de escombros. La calle desembocaba en una plaza descuidada, con un frondoso roble echando raíces al centro.
Hace años que este sitio está abandonado— dijo Lorena.
Tragué saliva.
Nunca imaginé que los Brendam hubieran desatado una furia tan enorme…
Mataron a mucha gente en su afán por exterminar a los Everin.
Un chasquido, seguido del roce de unas ropas, quebró el silencio. James desenvainó la espada.
¿Quién anda ahí?— preguntó. Una silueta surgió de los arbustos que poblaban la plaza.
Aquí soy yo quien hace las preguntas— proclamó el desconocido—. Están invadiendo propiedad privada.
No tenemos malas intenciones. Soy James Grisham, señor de La Torre del Abismo…
El individuo se adelantó. La linterna iluminó el rostro barbado de un hombrecillo de cuatro pies de estatura, en cuyas manos apretaba una daga. Sus ojos recorrieron el rostro de James.
¿Eres pariente de Joseph Grisham?— preguntó.
Soy su hijo.
Se nota…— el gnomo envainó la daga y nos dio la espalda—. Síganme, este no es sitio para charlar.
James bajo la espada y yo tiré de su manga.
¿Piensas seguirlo?— pregunté.
Conoció a mi padre.
Solo mencionó su nombre. ¿Y si es una trampa de los Brendam?
La ciudad está desierta— dijo. Se libró de mi agarre y caminó tras los pasos del gnomo. Lorena y yo lo seguimos.
Cruzamos al lado opuesto de la plaza y nos arrimamos a un caserón de tres pisos. Tenía la mitad de sus ventanas toponeadas con tablas, y una pila de escombros impedía el paso a la puerta principal. El gnomo nos llevó a una entrada lateral que nos dio paso a una habitación pequeña y cálida.
Tomen asiento— dijo, apoyando su sobrero puntiagudo sobre una mesa. Su calva brilló cuando se inclino a tomar la caldera que bufaba en la estufa y sirvió cuatro tazas de té. Nos entregó una a cada uno antes de acomodarse en el sillón.
Acepté su cortesía con cierto recelo. Fui la primera en hablar.
¿Quién es usted?— pregunté.
Me llamo Arthamis Faberin— respondió el gnomo—. Soy el guardián de la ciudad. Disculpen mi manera de actuar allá afuera, pero es raro tener visitas en Walm.
¿Eres el único que vive aquí?— preguntó James. Arthamis asintió.
Nadie quiso seguir después de la destrucción que los Brendam trajeron al pueblo. Varios caballeros se quedaron conmigo para proteger a la gente que sobrevivió, pero también se fueron.
¿Conociste a mi padre?
Luché con él codo a codo, tratando de proteger Walm… Al ver tu rostro lo recordé: te le pareces mucho.
James apretó la mandíbula, provocando que los músculos resaltaran. Abrió la boca, pero yo lo interrumpí.
Disculpe, señor Arthamis, pero no vinimos a tomar el té con usted. Buscamos respuestas.
¿Quién eres tú, niña?
No soy una niña— la voz me tembló—. Soy Madeleine Deveraux, la princesa de Dermorn, y ella es mi tía Lorena.
Al oír nuestros nombres, el gnomo se arrodilló y me besó la mano.
Mil disculpas, alteza— dijo—. Hay pocos nobles que merezcan tanto mi respeto como los Deveraux. Cuando mi pueblo quedó diezmado por el avance de la urbanización en Europa, el rey Galbrien nos ofreció asilo en Dermorn. Eso fue antes de que empezara su guerra con Starivia y no fue necesario, puesto que logramos conservar nuestros bastiones de Irlanda.
Nuestra búsqueda es urgente— dije—. Los Brendam invadieron Dermorn. Tomaron Camin Balduin y, hasta donde sé, tienen prisionera a mi familia, mientras que yo estoy fuera del reino, incapaz de enviar ayuda. Necesito encontrar la manera de volver y quizás usted pueda ayudarme.
Arthamis se puso de pié.
Hable y seré suyo— dijo—. ¿Qué necesita de mí?
Díganos lo que sabe del linaje Everin— habló Lorena. El gnomo frunció el ceño.
No es mucho lo que puedo decirles. Sé que ya no existe, pues los Brendam aniquilaron Walm para asesinar a la última familia del linaje.
¿Está seguro de que murieron?
Sin duda. Su casa es una ruina al oeste del pueblo.
¿Podría llevarnos hasta ella?
Le repito que se trata de una ruina…
Aún así. Sería importante verla.
El gnomo asintió. Volvió a colocarse el sombrero y salió a la niebla. Lo seguimos hasta una casa que se erguía al final de la calle, con la mitad de las paredes en pié, cubierta de plantas trepadoras. Lorena aferró su bola de cristal y se metió entre las rocas.
Revuelvan los escombros. Cualquier cosa podría darnos un indicio de lo sucedido.
Arthamis nos observó de cerca mientras indagábamos entre los muebles polvorientos. Algunos continuaban con la disposición que le dieron sus ocupantes, como si el tiempo no hubiera transcurrido y estos pudieran retornar de un paseo en cualquier instante. Las agujas de un reloj macaban la hora en que dejó de funcionar, cuando lo derribaron sobre los añicos del suelo. James se agachó y recogió algo atrapado abajo. Su rostro palideció.
Esta niña…
¿Qué pasa?— pregunté. James me pasó un marco con una fotografía bastante dañada. Mostraba a una niña pelirroja, no mayor a siete años, abrazada por un hombre y una mujer.
Me parece conocerla.
Esa es la familia Everin— dijo Arthamis, tomando la foto. Lorena se acercó y puso una mano en el hombro de James.
¿De dónde la conoces?— preguntó.
James no respondió de inmediato. Apretó los parpados.
El funeral de mi padre— dijo—. Recuerdo que estaba junto a mí cuando quemamos el cuerpo de mi padre.
¿Recuerdas si estaba con alguien?
Había una mujer… recuerdo que le tendió un pañuelo para las lágrimas.
La veo— dijo Lorena, con las pupilas fijas en la bola de cristal—. Veo a la niña y a la mujer. También veo al hombre que está con ellas. Es Byron Merilyn.
¿Lo conoces?— pregunté.
Evangeline era su amiga— dijo Lorena—. Lo conocí poco después de que nos fuimos de Dermorn. Cuando empezamos el negocio de las soluciones mágicas, le comprábamos algunos ingredientes. Perdí contacto cuando me fui a Londres, pero sé que su esposa tiene una tienda en Copenhague.
¿Crees que sepan algo de esa niña?
No sé, pero hay que encontrarlos.


¿Qué les pareció el capítulo? Recuerdo que fue uno de los que más me atascó, tanto cuando lo escribía por primera vez, como en las reescrituras. Comenten y, si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ y en Facebook. Los botones están a la derecha. ¡Nos vemos!