miércoles, 29 de abril de 2015

Lo que el viento se llevó



Hola ¿Cómo están? El lunes terminé de leer Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, y quedé tan fascinado que tuve que hacer una entrada al respecto. Me llevó un mes acabarlo, tal como predije, pero no porque me resultara pesado, sino que quise tomarme mi tiempo para disfrutarlo.
No sé si les pasa a ustedes, pero cuando leo un libro que me fascina, mi pecho se llena de sentimientos contradictorios. Por un lado quiero leerlo, para saber cómo sigue la historia, pero por otro, como sé que lo que voy a leer me gustará, no quiero hacerlo de cualquier manera. Creo que no le estaría haciendo justicia a las escenas, por ejemplo, si las leo en una sala de espera del hospital. Es como tratar de ligar algo bueno con algo tedioso. Cuando recuerde la escena, también voy a recordar el lugar en que la leí. Es un sentimiento tonto, que lo único que hace es retrasarme en mis metas de lectura, pero no siempre puedo evitarlo. Para sentir que avanzaba algo en este sentido y no tener que forzarme a leer todo el tiempo Lo que el viento se llevó, tuve que intercalar otras lecturas.
Pero volviendo al tema, antes de contarles mi opinión sobre el libro, les quiero hacer una pequeña sinopsis de la historia.


Lo que el viento se llevó, narra la historia de Scarlett O´Hara, la hija de un hacendado esclavista del sur de los Estados Unidos, en la época de la Guerra de Secesión. Ella es muy coqueta, y está plagada de pretendientes (no hay hombre que se le resista), pero solo tiene ojos para Ashley Wilkes, un habitante de su mismo condado, en Georgia, que vive en la eminente mansión de Doce Robles. Al inicio, Scarlett se entera de que Ashley piensa proponer matrimonio a una muchacha llamada Melanie Hamilton, y que piensa hacerlo durante una fiesta que se llevará a cabo en Doce Robles. Desde ese momento, la protagonista se plantea evitar la propocición a toda costa, para lo cual también asistirá a la fiesta, y es en esta donde ve por primera vez a uno de los personajes más misteriosos que jamás haya conocido: Rhett Butler, un aventurero cínico y desvergonzado, que fue expulsado de su propia familia.

 
Es el punto de partida. Desde aquí, la historia se mueve por diversos caminos, tomando como eje la transformación que sufrió la sociedad sureña de Estados Unidos a causa de la Guerra de Secesión. Para el que no lo sepa, este fue el conflicto armado más sangriento en la historia de ese país (un dato no menor, si se tiene en cuenta que no pasa un año sin que manden soldados a alguna parte), y buscaba erradicar la esclavitud. Fue en la época de Abraham Lincoln. Enfrentó a la Confederación del sur, que defendía el esclavismo, y a la Unión industrializada del norte, conocidos como los Yanquis. Obviamente vencieron los Yanquis.




Decirles que disfruté esta novela, es poco. Creo que es de los mejores libros que he leído en mi vida. Cuando lo vi por primera vez, me intimidó. Tiene mil páginas y letra pequeña. Además, los párrafos son grandes y apretados. Pero las apariencias engañan todo el tiempo en este libro. Al principio se pinta como una novela romántica al estilo Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen: bonitos vestidos, mansiones, damas y caballeros de alcurnia sometidos a reglas sociales estrictas… Sin embargo, de a poco se van atisbando las primeras diferencias. Los sirvientes son esclavos, y la palabra “guerra” se mete en todas las conversaciones de los hombres.



Por momentos, la novela es tan apocalíptica que sentí que leía una historia sobre el fin del mundo, literalmente. El romance se transforma en épica, la épica en suspenso, el suspenso en drama. Siempre que abría las páginas, me encontraba con algo interesante esperándome, sin excepción.




La novela ha sido aclamada por la crítica. Dicen que los detalles históricos, que son muchos, están narrados con suma exactitud. Según leí, la autora tardó diez años en acabarla, aunque nunca le tuvo mucha fe. Cuando la leyó por primera vez un editor, este casi se la saca de las manos. Ni siquiera se esperó a su publicación para comprar los derechos para adaptarla al cine. Se vendieron miles de copias por adelantado, y en menos de un año fue galardonada con el premio Púlitzer. Hoy en día es considerada una obra maestra, y hay quienes juzgan a la película de 1939, protagonizada por Clark Gable y Vivien Leigh, como una de las mejores películas de la historia del cine.



En definitiva, esperaba un libro pesado, y me encontré con una novela adictiva, cargada de sentimientos fuertes y personajes queribles. Si les gusta la romántica, es una novela que tienen que leer. Si no les gusta, o creen que es un género menor, deberían darle una oportunidad: es la prueba más contundente del valor de la romántica. Al leerlo, se puede comprobar que ha influenciado a toda una marea de escritores americanos. Además, la guerra le da un trasfondo épico único y alucinante.
¿Leyeron este libro? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ y en Facebook. Los botones están a la derecha ¡Nos vemos!

lunes, 27 de abril de 2015

Perdidos


 
Hola ¿Cómo están? Hoy les comparto el capítulo dieciséis de La princesa valiente, pero antes de que empiecen con la lectura quiero contarles que el viernes publiqué los capítulos iníciales de Sueño de abril, la primera novela que escribí de principio a fin. Si quieren leerlos y decirme su opinión, están invitados a ello. Solo deben tocar aquí.
Ahora sí, a los dejo con Madeleine.


16
Perdidos

Es inútil— gritó Nelson—. Hace horas que volamos en círculos. Hay que bajar y pensar un nuevo plan.
Vale— asentí. Seguí a James y a Nelson fuera de las nubes y me incliné hacia adelante cuando el grifo descendió entre las copas de los árboles. El lecho de hojas secas crujió bajo nuestro peso.
Esto es muy raro— dijo Lorena. Se bajó del grifo y me miró—. ¿Segura que no recuerdas como llegar?
Si vamos al sur, tenemos que toparnos con La Torre Aura— dije—. No hay misterio.
Es verdad— dijo James. Pero si tenemos que viajar al sur ¿Por qué íbamos hacia el este?
¿Hacia el este?— preguntó Nelson—. Pensé que íbamos hacia el norte.
Íbamos al sur— me defendí—. Se lo dije antes de partir, señor Nelson.
El anciano se rascó la cabeza.
No lo recuerdo— dijo.
Tenemos que encontrar el camino terrestre— dijo James—. Cuando fuimos a Dermorn para el torneo, cruzamos el bosque por un sendero bastante recto.
No creo que funcione— dijo Lorena—. No quise decirlo hasta estar segura, pero ahora no existen dudas. Los nombres de todos fueron borrados del registro de Dermorn, incluido el de Madeleine.
¿El mío?— pregunté—. Solo mi padre tiene facultad para tomar esa decisión.
Lo sé, pero no se me ocurre otra explicación para nuestro desconcierto.
¿Y qué hacemos? No podemos rendirnos tan fácil.
No decidiremos nada aquí parados— dijo James—. Ya casi anochece. Necesitamos tomar un descanso y evaluar la situación con más calma.
Estoy de acuerdo—dijo Lorena.
James se volvió al resto de la compañía y les ordenó montar un campamento. Después de una noche y un día viajando, ninguno puso objeción ante la posibilidad de un descanso.

Desperté en medio de la oscuridad. Me quedé quieta, escuchando los sonidos del bosque: el susurro de las hojas, el canto de los grillos, el ulular de una lechuza. Los escuché sin preguntarme donde me hallaba ni por qué.
Las preguntas regresaron como un puñetazo.
¿Por qué no encontraba Dermorn? ¿Y si papá me borró del registro? ¿Mi forma de actuar lo enojó hasta ese punto? ¿Cómo entraba Starivia en todo esto?
Necesitaba aire. Me abroché el cinturón con la espada y salí de la carpa, frotándome los brazos: hacía frío. Encima de los arboles, el cielo adquiría color. Caminé hacia el borde del campamento, buscando un sitio que me cobijara mientras iba al baño.
Señorita— me saludó Nelson. Forcé la vista y lo vi sentado frente a su carpa, con la espada en el regazo—. No se aleje demasiado.
Vale— me metí entre los árboles. Justo me pareció estar en el sitio indicado y levantaba mi vestido, cuando la voz de James salió desde las sombras.
¿No puedes dormir?— preguntó. Di un paso atrás, asustada, y caí sobre el trasero. James me ofreció una mano y la aferré.
¿Cuándo dejarás de ser tan inoportuno?
Lo siento, no quise asustarte— dijo—. ¿Qué haces en el bosque?
¿Qué estás haciendo tú?
Pienso…
¿En qué?
¿Por qué me hablas así?
Me crucé de brazos.
¿Por qué lo dices?
¿Y no me amas?
¿Otra vez empezaremos con lo mismo?— le di la espalda y empecé caminar hacia el campamento. James tiró de mi hombro y me obligó a dar la vuelta. Quedé con las manos poyadas en su pecho.
El otro día me besaste porque agradecías lo que hice por ti, y a los tres minutos me echaste de una patada…
No quiero que me protejas— dije. James me arrinconó contra el tronco de un árbol.
¿Y si solo quiero besarte?— su aliento me envolvió. Tensé los brazos, buscando aumentar la distancia entre nosotros.
¡Qué bonito!— exclamó una voz—. ¡Me partirán el corazón!
¿Quién demonios eres?— preguntó James.
Los arbustos se agitaron. La chica salió de su escondite y caminó hacia nosotros. Me separé de James.
Ámbarin…— susurré.
¡Que grata sorpresa!— dijo ella, poniendo una voz acaramelada que no se le daba bien—. ¡Si es la princesita perdida!
Desenvainé la espada.
¡No te acerques!— dije. La chica se paró en seco y su voz aulló en una carcajada.
¿Quién es?— preguntó James.
Es la princesa de Starivia— dije. Me volví a la chica—. ¿Qué haces en mitad del bosque?
¿Por qué me tratas así? Pensé que éramos amigas.
¡Responde la pregunta!
Vine a traerte una sorpresa— Ámbarin se llevó dos dedos a la boca y silbó.
Los arbustos se movieron. De entre las sombras, empezaron a surgir siluetas. Di un paso atrás y James también desenvainó su espada.
¿No te encanta?— la sonrisa de Ámbarin resaltó entre la luz grisácea—. Mi papá me dio una compañía de soldados para que cazara a cualquiera oculto en el bosque. Cuando sepa que hallé a la hija de Alexandre Deveraux, me dejará Camin Balduin para mi sola.
Una espada surgió de la oscuridad y James la detuvo. Las chispas iluminaron su rostro.
¡Corre!— gritó. Mis piernas flaquearon, pero obedecí. El dragón dorado de los Brendam surgía por todas partes, como salido de una pesadilla. Esquivé como pude los brazos que se estiraban para atraparme y me abrí paso a estocadas.
Una pared de armaduras se cerró en torno a mí.
¿A dónde vas?— preguntó uno de los guerreros.
No te tengo miedo— dije, levantando la espada entre nosotros.
¿No?— preguntó él. Lanzó una carcajada que se rompió en una nota desafinada. Para cuando entendí lo que pasó, el tercer guerrero caía con una flecha enterrada en la garganta.
¿Estás bien?— era una voz femenina. Volteé y vi a Bianca, con el arco y una flecha preparada.
¿Qué haces aquí?— pregunté.
¡Sígueme!— gritó. Corrimos juntas entre los árboles y los guerreros que continuaban apareciendo. Nelson llegó a nuestro encuentro, montado en un grifo. Otros dos grifos lo seguían.
¡Tiene que escapar, mi señora!— dijo. Clavó la espada en el pecho de un guerrero—. ¡Nosotros los detendremos!
No tuve tiempo de protestar. Una docena de guerreros a caballo llegó a nuestro costado y un mar de espadas nos separó. Alguien me tomó por el brazo y me levantó en el aire.
Una mano me cubrió la boca. Mientras luchaba por librarme, más caballeros llegaron a apoyar a la compañía de Ámbarin, y el temor por mi propio destino se sumó al temor por James y Lorena.
¡Por Castelbrick!— el grito se convirtió en un rugido que inundó el bosque. Banderas verdes y plateadas ondearon por doquier.
Una lanza emergió de la floresta y los brazos de mi captor perdieron su fuerza. Me deslicé entre las piernas del caballo y el mundo desapareció.


Gracias por leer. ¿Alguna vez se perdieron en algún sitio? Yo sí. Fue una tarde en que mi padre y mis hermanos fuimos de pesca a un arroyo que estaba en un monte, a pocos kilómetros de mi casa. Nos instalamos en una zona apartada, a la que nunca antes fuimos, y cuando quisimos regresar, no encontrábamos el camino de vuelta. Las ramas de los arboles estaban tan cerradas que apenas nos permitían ver el sol, y eso nos hizo caminar en círculos por cerca de una hora (Literalmente, como en las películas). El problema es que esa zona estaba cerrada entre pequeños arroyos, y había solo un sendero que salía de esta. Los arroyos se podían cruzar saltando, pero tenían corriente fuerte y mi padre temía que uno de mis hermanos, más pequeños que yo, no alcanzara la orilla opuesta y callera al agua. Al final, nos encontramos con un hombre que venía a pescar y nos indicó el camino de vuelta. A pesar del poco tiempo que estuvimos errando, empezaba a sentir miedo de que nos encontrara la noche en esa zona, lo cual habría sido una tragedia. No habría significado nuestra muerte permanecer ahí una noche, ni mucho menos, pero me figuro que no habría sido muy agradable.
Ok. Ya me extendí. Si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Facebook y en Google+. Los botones están a la derecha. ¡Nos vemos!

viernes, 24 de abril de 2015

Sueño de abril



Hola ¿Cómo están? Hoy quiero compartirles un fragmento de Sueño de abril, la primera novela que escribí de principio a fin. En la actualidad me encuentro haciendo una reescritura de ella, y quería saber que les parece, para darme motivación. Sin más, los dejo con la lectura.


Prefacio

Enfrentaba la decisión más difícil de mi vida. Miré mi imagen en el espejo, luciendo el vestido más hermoso que se pudiera soñar. El sol refulgía en la seda blanca como la nieve, así como en los tejados de la ciudad que se erguía a mi espalda, más allá de la ventana de esa elegante habitación.
Todo en mi vida se volvió ajeno, extravagante. Sin ser consciente, me interne en un historia épica, un cuento de hadas. Lo tenía todo: una princesa, un príncipe azul que llega a enamorarla, una malvada bruja que ansía separarlos y el dragón que mantiene a la princesa cautiva en una torre, fuera del alcance del príncipe. Era una historia que lo tenía todo menos un final feliz, pues ¿Cómo tenerlo?



1
Asuntos preocupantes

Sus ojos, como dos trozos de cielo recortados en la penumbra, la delataron cuando entró al dormitorio. Se inclinó para besarme la frente, y el perfume floral de su cabello entró a mis pulmones, dándome el vigor que necesité para envolver su cuello con los brazos. Ella se desenredó de ellos y subió la manta hasta mi barbilla. Sus labios pronunciaron unas palabras.
Abrí los ojos y el sol desgarró a la noche. Planté los pies en el suelo, parpadeando ante la corriente de oro que atravesaba la ventana, y suspiré. No fue la primera vez que la vi mientras dormía, pero creí ser lo suficiente mayor para distinguir entre un sueño y la realidad. Yo no tenía madre…
Fui hasta la cocina y me puse a trabajar. James entró arrastrando los pies.
Hola, tío ¿Dormiste bien?— lo saludé. Se acomodó junto a la mesa.
Más o menos, Alicia— respondió, poniendo ante sí las hojas del periódico—. ¿Qué hay de desayuno?
Hoy es día de bafles.
James me dedicó una sonrisa.
Tienes razón: ya son casi una tradición.
Solo por hoy te perdono— dije—. ¿Por qué dormiste “Mas o menos bien”? ¿Peter se enojó contigo otra vez?
Todo va bien con Peter, tú lo sabes. No volvimos a pelear desde que se casó con Juliana…
¿Y entonces…? Tienes unas ojeras terribles.
Me preocupa nuestra situación económica…
Coloqué dos platos en la mesa. Me senté ante él antes de hablar.
¿Siguen mal las cosas en el taller?
Peor. Desde que Albert se fue para abrir su propio taller, me abandonaron muchos viejos clientes. Si la situación sigue así, no tendré como pagar los impuestos y lo perderé.
¡No digas eso! No iré a la universidad si no tenemos dinero ¿Sabes lo costoso que resultará mi mantenimiento ahí?
Todavía cuentas con la opción de una beca…
Eso no depende de mí. ¡No quiero dejar mi futuro al azar!
Lo sé— dijo mi tío—. Será bueno que busque otro empleo, solo por si acaso.
¿Podrás afrontar dos empleos al mismo tiempo? ¿No es mejor que sea yo quien lo busque?— sugerí.
De ninguna manera. No descuidarás tus estudios cuando te falta tan poco para terminar la secundaria.
Eso no ocurrirá, tío. Sabes que soy responsable— insistí—. Solo digo que no estás solo en esto.
Lo siento, pero mi decisión es definitiva— James sonrió—. No te preocupes. Todo se arreglará de una forma u otra. Te lo prometo— bajó de un trago su jugo de naranja—. ¿Te llevo al colegio?
El motor de la camioneta rugió y yo permanecí en silencio, con un nudo en la garganta.
Fui egoísta al recordarle lo mucho que dependen mis estudios de su bienestar en el taller— me dije. Pensé en cuanto significaba este para James. Lo fundó junto a Albert Davis al menos un año antes de que Fiona, su esposa, diera a luz a Peter. Entonces yo siquiera existía—. No me quedaré de brazos cruzados mientras lo perdemos todo…
Small-Town era un pueblo perdido en las profundidades de Estados Unidos. Caminando, se cruzaba en una hora, y la camioneta puso menos de cinco minutos en ir desde nuestro hogar hasta el colegio del pueblo. Una vez ante el maltratado edificio, me despedí de James con un beso y salí del vehículo abrazada a mis libros de texto. Me detuve a disfrutar la tibieza del sol en el rostro antes de unirme a la manada de ruidosos estudiantes que se acercaba al umbral.
Hola, Alicia ¿Cómo estás?— dijo una chica de cabello rizado, uniéndose a mí en el pasillo.
Muy bien, Claire— la saludé con un beso en la mejilla—. ¿Y qué tal tú?‘ ¿Por qué no usas tus gafas?
No las necesito— dijo Claire, con una sonrisa radiante—: empecé a usar lentes de contacto.
Ahora que lo dices, tus ojos brillan más.
Para mí es un alivio enorme. ¡No hay nada peor que vivir con el temor de olvidarte las gafas en cualquier parte!
Y la gente dejará de pensar que me junto con nerds— bromeé.
Lo dice la señorita popularidad.
Claire era mi amiga desde el primer día en la secundaria. Ninguna era popular, ni demasiado extrovertida. No éramos coquetas y pasábamos desapercibidas ente la mirada de la mayoría de los chicos. Éramos las perfectas confidentes porque nos entendíamos la una a la otra y siempre, sin importar donde, íbamos juntas.
Nos paramos junto a la puerta del salón.
Ahí va tu amorcito— dijo Claire.
¡Quieres hablar más bajo!— me escandalicé. Miré de reojo al atractivo chico rubio que llegaba por el pasillo. Era Andrew, ese joven alto y de hombros anchos que gastaba sus tardes ejercitándose en el gimnasio, y haciendo rugir el motor de su Camaro.
No sé cómo puedes obsesionarte con él…
Es lindo.
Brian me dijo que lo vio besando a otra chica.
Brian es un mentiroso: solo quiere que vuelva a fijarme en él— dije. Ese tal Brian fue mi novio por unas cuarentaiocho horas, el tiempo que me tomó darme cuenta de que era un patán. Lo encontré besándose con otra.
Deberías darle otra oportunidad en vez de pasar el tiempo soñando con un amor imposible— dijo Claire.
Brian no me ama— dije, sin apartar la vista de Andrew, quien se paró a charlar con unos amigos—. Solo me presta atención porque hace dos meses que no sale con una chica y está necesitado.
Claire soltó una carcajada.
Hablas como si tú no estuvieras necesitada— se burló.
Pues sí estoy necesitada— admití, con las mejillas sonrosadas—, pero de chicos que valgan la pena. No quiero a alguien que se aproveche de mí otra vez.
Si es así, no te comportas en acuerdo a tus pensamientos— repuso mi amiga—. Andrew solo se fijaría en nosotras para burlarse.
Eso no es así— afirmé, aunque no muy convencida—. Él podría fijarse en cualquier chica.
Tú sabes que él solo sale con modelos esculturales y hermosas.
Nosotras no somos feas.
Eso lo sé, pero tampoco estamos para ocupar la tapa de una revista.
Eres muy negativa ¿Sabes?
No, solo soy realista…— concluyó Claire.
Apreté los labios. Entré a clases dando vueltas a la ficticia imagen de Andrew besando a otra chica.
Sabía que eso ocurriría tarde o temprano. Todas las chicas tenían el sueño secreto de estar a los brazos de alguien como él. Sin embargo, la parte más terca de mí se negaba a pensar en esa posibilidad: un acto tan ridículo como el de la persona que niega que será atropellada por un tren, aún cuando camina por las vías y lo escucha llegar a toda velocidad a su espalda.
¿Tienes algo que hacer?— pregunté a Claire. Me junté a ella apenas tocó el timbre de salida.
Nada urgente— respondió—. ¿Por qué lo preguntas?
¿Me acompañas?
¿A dónde?
Necesito un empleo…
¿Un empleo?
¿Te sorprende que quiera ganar dinero?
No te enojes, Alicia. Es solo que te imaginaba como una muchacha aplicada al estudio, con otras aspiraciones…
Y así soy— confirmé—. Solo quiero un empleo para ayudar a mi tío. Las cosas no le van bien en el taller ¿sabes?
Entiendo— dijo Claire—. De todas formas no encontrarás gran cosa. No eres mayor y tampoco tienes experiencia.
Eso no importa. Quiero algo de medio tiempo, que me deje espacio para estudiar. Mi tío no debe sospechar— dije—. ¿Me acompañas o quieres que pierda la tarde explicando mis razones?
Vale— Claire me siguió por la acera que enfrentaba al colegio—. ¿A dónde se te ocurre preguntar?
No sé— admití—. Supongo que podríamos darnos vuelta por todas las tiendas que veamos ¿no te parece?
Claire suspiró.
¿Quieres recorrerte toda la ciudad?
Si llega a ser necesario, lo haré— dije con decisión.
Esta será una tarde muy larga…



2
El desastre

La cafetería estaba al costado de la calle más transitada del pueblo, lo que la transformó en uno de los negocios más activos. Era cuestión de traspasar la puerta, para ser asaltada por el barullo de voces y el penetrante olor del café.
Caminé hasta el mostrador que se erguía al fondo.
Disculpa— dije a la cajera. La voz me tembló—. Soy la nueva camarera que contrató el señor Williams.
¿En serio? Preguntó la mujer—. No estaba enterada…
Pues si… yo…
Espera un momento.
La empleada desapareció tras una puerta y suspiré. ¿Tenía tan mala suerte? Mi contrato con el hombre fue verbal, y la charla pasó tan rápido…
La mujer volvió acompañada del dueño.
Hola ¿Cómo estás?— saludó él—. Te esperaba… ejem ¿Cuál es tu nombre?
Alicia— musité.
Alicia, si: tras esa puerta hay un vestidor donde está tu uniforme— dijo el señor Williams, señalando un sombrío rincón—. Cuando estés lista ven a buscarme ¿De acuerdo?
Entendido— dije, caminando a la puerta.
Me quité la ropa del colegio y la guardé en un casillero junto a mis libros. El uniforme consistía en una fina blusa roja, una falda capaz de cubrirme la mitad de las piernas, y un pequeño delantal que ceñí a mi cintura. Me até el cabello con un broche que Claire me prestó esa mañana, y fui a buscar al señor Williams.
No tuve respiro.
Lleva eso a la mesa nueve— dijo, poniendo una bandeja con platos y bebidas en mis manos.
Enseguida— dije, aunque dudo que me oyera, porque siguió gritando ordenes.
Caminé hasta el mostrador y me dirigí a otra camarera.
¿Cuál es la mesa nueve?— le pregunté.
Es aquella de allí— dijo la muchacha, señalando una mesa junto a una ventana—. ¿Tú eres la chica nueva?
Así es… Supongo que este uniforme lo demuestra.
Tienes razón ¡Que tonta!— se rió la muchacha. Era más alta que yo, y tal vez un par de años mayor. Tenía el cabello oscuro recogido con un par de pincillas—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Cynthia: hace como un año que trabajo aquí.
Soy Alicia— dije.
Que gusto tenerte aquí, Alicia— dijo Cynthia—. Pronto te acostumbrarás a cada movimiento. Solo ignora algunos de los berrinches del señor Williams. Cuando hay mucho trabajo suele volverse insoportable.
Lo tendré en cuenta— le sonreí al tiempo que cruzaba al otro lado del mostrador—. Gracias por la dirección.
Deposité los platos y las bebidas en la mesa. Cuando volví al mostrador, Cynthia seguía ahí.
¿Eres de Small-Town?— me preguntó.
Si, pero vivo al otro lado del pueblo— respondí— ¿Y tú?
Vivo a un par de calles, con Lysa, mi hermana menor. Le quedan un par de años para terminar la secundaria.
¿Va al colegio? Quizá nos cruzamos alguna vez— dije—. Yo vivo con mi tío. Él tiene un taller en la calle Magnolia…
¿Te refieres al taller James and Albert´s? ¡He pasado ante él unas mil veces!
Los negocios no le están saliendo bien y conseguí este empleo para ayudarlo.
Entiendo— dijo Cynthia—. Haces bien en no cruzarte de brazos.
Lo sé…
Unas personas entraron a la cafetería.
Será mejor que los atiendas tú— dijo Cynthia—. Anota lo que pidan en la libreta que tienes en el bolsillo del delantal— me quitó de las manos la charola vacía—. Yo regreso esto a la cocina.

Apenas tuve tiempo de una ducha. Preparé la cena juntando las pocas energías que sobrevivieron al trabajo, y no miré mucho el rostro preocupado que seguía dibujado en James. Cuando entré a mi habitación, sentí que caería en la cama y me dormiría al segundo, pero no sucedió así. Pensé en mi madre, en cómo sería tenerla y no preocuparme por preparar la cena o trabajar para ayudar a mi tío. Ni siquiera estaría triste para empezar.
¿Qué fue de ella? ¿Por qué James nunca hablaba sobre el tema?
Me senté al borde de la cama y toqué la guitarra, esa guitarra que tantas de mis ideas expresó a lo largo de los años. James siempre fue bueno tocándola y la fascinación que demostré por ella desde pequeña lo llevó a enseñarme a manipularla. Y, aunque suene pretencioso de mi parte, no tardé mucho en superarlo.
Es que amaba la música. La guitarra se complementó con mi pasión por cantar, y para mí, más que un simple pasatiempo, todo ello formaba parte de mi forma de ser. De niña soñaba con ser cantante famosa. Incluso creé mis propias canciones.
Esa noche, como en tantas otras, la música fue mi refugio. Cada nota, cada canción que recité con la voz en un hilo, descargó mi corazón del peso que lo aprisionaba. Sin embargo, esa no fue la última vez que pensé en mi madre, y en sueños, volví a ver su imagen…
En mucho se parecieron los siguientes días a ese. El colegio ocupó mi mente en las mañanas y el empleo me agotó físicamente en las tardes. No era un trabajo tan pesado, pero una persona puede cansarse solo con permanecer de pié por tantas horas. Al llegar a casa tenía los pies doloridos y los tobillos hinchados.
Tampoco tenía ánimo de preparar la cena. No es que mi tío me tuviera como a la Cenicienta, limpiando y cocinando para él, pero existía un acuerdo tácito. Como él trabajaba el día completo y llegaba agotado, yo ayudaba en el resto de las tareas. En esos tiempos poseía más tiempo libre, claro está, y si quería mantener las apariencias debía continuar como si nada, aunque me pesara.
La tarea del colegio resultó otro problema. En la noche me era imposible concentrarme después de tanto quehacer: era como si el ruido de la cafetería se quedara haciendo eco en mi cabeza. En lugar de mortificarme, hice el esfuerzo de levantarme más temprano que antes para estudiar. Si me quedaba una duda, se la trasladaba a Claire en el colegio, antes de la campana de entrada, o en mitad de los recreos.

¿Por qué hay tanto humo?— pregunté tosiendo.
¡Shhh!— me calló Cynthia—. Aprovecho que el señor Williams fue a hacer una diligencia para darme una pequeña dosis de nicotina. Betty me cubre entretanto.
Estás loca— dejé mis libros en un estante. Acababa de llegar al vestidor de la cafetería cuando me percaté de la presencia de esa chica, acomodada en un banquillo.
¿No quieres intentar?— me acercó el cigarro que apretaba entre los dedos.
No, gracias. Mi abuelo murió por culpa de eso y no quiero terminar igual, sin ofender.
Descuida…— Cynthia dio unas probadas más al cigarro y abandonó el vestidor conmigo. Cinco semanas trabajando en la cafetería bastaron para hacer de nosotras unas buenas amigas. Siempre bromeábamos sobre lo pesado que era el señor Williams, o molestábamos a Betty, la cajera. Esta última no me caía mal, y a veces se sumaba al juego, pero no era tan allegada a nosotras.
Es porque tiene novio— me explicó Cynthia—. La señorita se cree demasiado importante como para juntarse a las solteras.
Entonces me reí de Betty. Sin embargo, la tarde en que apareció su novio a buscarla en una motocicleta, Cynthia y yo nos rompimos en comentarios envidiosos ¡Cómo tenían suerte algunas!
Volviste a tiempo, Cynthia— dijo Betty al vernos—. El señor Williams entró en la cocina: por suerte no se le ocurrió preguntar por ti.
Tu siempre dramatizando, Betty. Yo tengo mis movimientos calculados.
Veamos con que me sales cuando nos echen a patadas a las dos— dijo Betty—. Y a ti, Alicia, por juntarte con ella…— agregó al verme reír.
A mí nunca me echarán— dije, sacando a la luz mi libreta—. Tú tienes un novio que te defiende, Cynthia tiene la triste historia de la hermanita a la que cuida, y yo tengo mi inteligencia. No olvides que soy la única de nosotras que va al colegio.
Bastaron unos minutos para que el destino mostrara cuan equivocada estaba. Dejaba bebidas en una mesa cuando el sonido de un motor sacudió los cristales de la cafetería. En el mostrador, escuché que Cynthia comentaba algo.
¿Será el dueño de ese cochazo?— preguntó, apuntando a la puerta del establecimiento.
Creo que sí— dijo Betty.
Quien entraba era Andrew, ese chico guapísimo del que yo estaba prendada, el que siempre conducía su Camaro. Alguien le tomaba la mano.
Es más lindo que tu chico, Betty— dijo Cynthia.
Puede ser. Pero mira: ya tiene novia. Lástima por ti.
¡La novia! Cuando se acomodó en la mesa, la reconocí como Ángela, una chica adinerada que siempre se burlaba de los que no eran como ella. Caminaba por el colegio como una modelo, exhibiendo provocativas faldas rosas y hablando por celular.
No importa— Cynthia cruzó el mostrador, lápiz y papel en mano—. Le coquetearé. ¿Y si solo está con su hermana?
Quise hablar, pero se me trabó la lengua. Cynthia desprendió un botón de su blusa y caminó a la mesa con exagerados movimientos de cadera. Estuvo un minuto junto a Andrew y volvió con una mueca en los labios.
¡No puede ser!— exclamó—. Se resistió a todos mis encantos.
¿De verdad?— preguntó Betty—. ¿No será gay?
Por la cara que puso esa chica, no lo creo…
La camarera siguió directo a la cocina y volvió. Las tres permanecimos allí, mirando como tontas a Andrew y a Ángela. Para mí, la visión resultaba casi como una puñalada en el corazón. Quería volver a casa, escapar de esa extraña sensación.
Pero el universo conspiró en mi contra.
Alicia, lleva esto a la mesa seis— el señor Williams dejó una bandeja entre mis manos y desapareció antes de permitirme protestar: era el pedido de ellos…
¿No quieres llevarlo tú?— pregunté a Cynthia. Hice el gesto de pasarle la bandeja.
¿Qué te pasa, Alicia? ¿Le temes al fortachón?
No… yo…
¿Por qué no le coqueteas? Quizá le gusten tus ojos azules— Cynthia me soltó dos botones de la blusa y me empujó al otro lado del mostrador. Quise volver sobre mis pasos, no ser el centro de tantas miradas. No pude. Caminé con la cautela de alguien que entra a una cueva, acompañada del campaneo del cristal en la bandeja.
Ya era hora— dijo Andrew, cuando me paré entre Ángela y él.
Hola…— dije, con la mirada fija en su rostro. Me incliné y empecé a dejar las bebidas sobre la mesa.
Ángela se paró.
¡Hey, tú! ¿Qué pretendes?— dijo—. ¿Es que todas aquí son zorras?
¡No soy una zorra!— exclamé.
¿No? ¿Entonces no te sabes vestir?— la chica me tomó del brazo, y lo que sostenía en la bandeja acabó hecho trizas en el suelo.
¿Qué haces?— sumida en la furia, no reparé en que el motivo eran los dos botones sueltos en mi blusa: se me veía hasta el corpiño. En lugar de razonar, tomé una bebida y la eché en el rostro de Ángela. Gritó con una voz chillona, dando un pequeño traspiés. Casi termina en el suelo.
¡Mira lo que hiciste!— exclamó, tocándose el cabello y la chaqueta.
Eso es para que lo pienses antes de decirle zorra a alguien.
¡Zorra maldita!— el grito llegó a mis oídos junto al dolor: me dio una bofetada.
Me lancé encima de Ángela. Ella me tomó del cabello y yo tironeé de su blusa. Caímos encima de una mesa que quedó patas arriba, creando una alfombra de vidrios rotos. Nos revolcamos en ellos, entre insultos y gritos de dolor.
La voz del señor Williams retumbó en las paredes.
¡BASTA!
Dos pares de brazos se interpusieron en la pelea. Ángela continuó pataleando en el aire, sostenida por Andrew, mientras yo fui alzada por el dueño de la cafetería. Cuando mis sentidos salieron de la niebla de la batalla, dando un significado a lo que hice, casi me desmayo. Añicos tapizando el suelo, gente de pié con expresiones de horror en el rostro… Fue como si acabara de explorar una granada.
¿Qué significa eso?— preguntó el señor Williams.
¡Es culpa de esa loca!— exclamó Ángela, librándose del agarre de su novio—. Quería sabotear mi cita con Andrew.
No es verdad— me defendí—. Fue ella quien…
¡Silencio!— interrumpió el señor Williams, dejándome libre—. No quiero oír tonterías. Váyanse las dos antes de que llame a la policía.
Pero, señor Williams…— imploré.
Junta tus pertenencias y vete. Estás despedida.



3
Pesadilla

Entré a casa estampando golpes a los muebles Lancé el bulto de libros de texto y me dejé caer en los cojines del sillón, ocultando el rostro húmedo entre las manos. Aunque me dolía la garganta, solté una maldición con dedicatoria a Ángela.
La puerta que daba a la calle, se abrió.
¡Alicia! ¿Qué te ocurre?
La imagen de James acercándose me produjo un shock.
Yo…— mascullé. Sus brazos me oprimieron contra él.
La señora Nolan fue al taller y dijo que te vio llorar en mitad de la calle— sus ojos fueron de arriba abajo, las manos manchadas de aceite apretando mis hombros—. ¡Pero si estás hecha un desastre! ¿Y esas cortadas en los brazos? No me digas que alguien te asaltó y…
No es eso— me apresuré a decir, limpiando las lágrimas que bajaban por ms mejillas.
¿Entonces…?— James reparó en el uniforme, si se podía llamar así a la blusa desgarrada y con un solo botón que sobrevivió a la guerra—. ¿Por qué llevas esa ropa?
Es que…— empecé a decir—. Te desobedecí, tío. Hace un mes que trabajo en una cafetería…
¡Alicia! Siempre con tu terquedad…
Lo siento, pero no pude hacer como si nada ocurriera.
No debí hablarte del taller. ¡Si te conozco lo suficiente como para imaginar una jugada de estas!— siguió escrutando mis heridas e intentó peinarme el alborotado cabello—. ¿Por qué te vez como una sobreviviente del huracán Katrina?
Me sonrojé, preguntándome qué pensaría mi tío cuando le contara lo sucedido. Aún así lo hice, sin ocultar detalle alguno.
Nunca te imaginé capaz de iniciar un lío así— dijo James—. Tienes suerte de que el señor Williams no llamara de verdad a la policía... y ni hablemos de hacerte pagar los daños.
Si quiere dinero, que se lo reclame a Ángela— dije—. Yo tuve suficiente castigo con perder el empleo ¡Me iba tan bien!
Tienes que ser menos tempestuosa, Alicia. Pensar en culpas es tan malo como luchar a puño limpio.
Si, pero admite que…
No te impulso a pagarle los daños al señor Williams, porque sabes que nuestra situación no nos permite pensar en un gasto tal de dinero. Sin embargo, la culpa de la pelea es tanto de esa chica como tuya. ¡Tú también la golpeaste! Además, ponte en su lugar. ¿Qué harías si una chica bonita se le insinuara a tu novio?
Ya te dije que no le coqueteé.
Aún así ¿Qué harías?
Le arrancaría los pelos de raíz— admití.
¿Lo ves?
Ni creas que por eso perdonaré a esa bruja…
Debes intentarlo. Todo fue un malentendido y debes tomarlo como tal, sin importar cuán mal te caiga esa Ángela.
¿De qué me sirve ahora? Nada cambiará que perdí el empleo.
No te preocupes…
¡Sí me preocupo! Tu no pediste mi ayuda, pero para mí es importante darte una mano con…
Conseguí un trabajo nuevo— me interrumpió James.
¿En dónde? ¿Haciendo qué?
Pilotearé un avión. El señor Mac Lowell me comentó hoy que necesitaba a alguien para fumigar sus tierras y me ofrecí a ayudarlo. Me pagará un buen dinero.
¿Cómo pilotearás un avión?
Tuve muchos empleos antes de formar mi taller, Alicia—explicó mi tío—. Un par de años antes de conocer a Fiona, piloteé un avión fumigador. De forma temporal, claro. No sabía de aviones, pero fue fácil aprender ¡Tampoco lucharé contra el Barón Rojo! Solo debo planear sobre las cosechas y soltar los pesticidas.

Hola, Alicia ¿Cómo estás?— saludó Claire.
Vámonos, no quiero hablar aquí— dije. Cerca estaba estacionado el coche de Andrew, quien me lanzaba una mirada sanguinaria, de pié junto a Ángela.
¿Qué te sucede?— preguntó mi amiga.
¿No te entraste? ¿Es que Ángela no esparció aún su versión sobre nuestra pelea?
¿Te peleaste con Ángela?
Así es— dije. Se lo conté detalle por detalle, aunque no reaccionó de la manera que esperaba—. ¿De qué te ríes?
Perdóname, Alicia, pero me parece divertido…
¿Te divierte que me echaran del trabajo?
Es que cumpliste el sueño de la mayoría de las chicas del colegio. ¿Cuántas quisieran barrer el piso con la sonrisa de Ángela?
Si tuvieras los brazos llenos de cortadas no dirías eso.
Puede ser…
Por otro lado, Ángela montará su propia versión sobre la historia y no quiero imaginar lo que dirá de mí.
Deja de mortificarte ¿Te das cuenta de que le coqueteaste a Andrew? Eso no lo puede decir cualquiera.
¡Quedaré como una chica fácil ante todo el colegio!
Para algunas personas, sí— dijo Claire, sonriendo—. Otras pensarán que eres una rompecorazones.
¿Rompecorazones?
Vamos, Alicia ¿crees que me trago el cuento de “Le coqueteé a Andrew sin darme cuenta”? Tú sabes cuánto deseabas echártele encima y besarlo. De tener tu guitarra a mano, le hubieras recitado una canción al oído…
Entré a clase con una sonrisa que me acompañó el resto de la semana.
Las noticias se divulgaban rápido en Small-Town. Tal como Claire predijo, algunas personas se acercaron a felicitarme por darle a Ángela una lección, y sucedió que hasta los chicos me miraban diferente. Pero para mí, el punto máximo fue encontrarme a Cynthia, quien me buscó para darme su apoyo y ofrecerse a hablar con el señor Williams para arreglar todo. Por supuesto, me negué a hacerla pasar por eso.
El fin de semana me recibió con la perspectiva de acompañar a James hasta las tierras de los Mac Lowell, al norte de Small-Town. Dijo que así no se sentiría tan solo en el descanso y podía representar un bonito paseo para mí. Yo tuve mis dudas al respecto: no aspiraba más que a un almuerzo al aire libre. En realidad ansiaba ver a James surcando el cielo y aprovechar la tranquilidad para estudiar para un examen que me ponía los pelos de punta.
Esa mañana mi tío llevó la camioneta por una carretera que corría entre ondulados campos de cosechas. La estancia de los Mac Lowell estaba cerca del pueblo, así que no tuve tiempo de hartarme del viaje. Nos estacionamos junto a la enorme casa de madera y saludamos al dueño antes de seguir hasta el hangar del avión.
Un trabajador con sombrero de vaquero, no mayor a veinticinco años, nos llevó en su camión hasta el apartado cobertizo, el cual se erguía ante un considerable espacio de hierba verde, rodeado de algunos árboles viejos y torcidos. La brisa cálida me dio en el rostro cuando estuve al aire libre.
Es un lugar bello para pasar el día— dije. Llevaba conmigo la guitarra, junto a una mochila repleta de alimentos, y no tardé en echarle un ojo a un rincón fresco, debajo del más grueso de los arboles.
Me alegra que te guste— dijo mi tío—. Pero acompáñanos al hangar. ¿No quieres ver la máquina que pilotearé?
Por supuesto…
Era lo que más deseaba. Las puertas del cobertizo chillaron cuando el vaquero y mi tío tiraron de ellas. El sol se escabulló por la abertura, desgarrando la oscuridad.
¿Volarás eso?— pregunté.
Si— James rodeó el avión con aire examinador—. ¿Qué pasa?
Es una chatarra…
Nunca esperé algo moderno, con piloto automático incorporado y todas esas chorradas, pero tampoco me preparé para ver eso. ¡Parecía uno de los primeros aviones que levantaron vuelo! Era un biplano, como los que aparecían en las películas de guerra en blanco y negro, donde los pilotos surcaban las nubes ataviados con camperas de cuero y bufandas sueltas al viento.
Que su aspecto descolorido no te engañe, amiga mía. Este es un gran avión— dijo el de sombrero vaquero, golpeando una de las alas—. Este bebé fumigó todos los cultivos de la zona por más de treinta años, y quien sabe cuántos más en otras partes.
Eso no lo hace seguro…
No existe nada que sea seguro del todo, Alicia— dijo James, dándome unas palmadas en la espalda.
No discutí más. Ayudé a mi tío y al vaquero a sacar el avión al exterior y lo pusimos en posición sin mucha dificultad. Me alejé unos pasos viendo como James se acomodaba dentro del biplano. El rugido del motor me llegó al momento.
¿Segura que no quieres dar un paseo, Alicia?— preguntó por encima del sonido.
De ninguna manera— dije: me dan miedo las alturas.
Entonces nos vemos más tarde— dijo James, riéndose—. Procura estudiar para ese examen y no te preocupes por mí. ¡Este avión volaría en mitad de un huracán!
Asentí con la cabeza. El aeroplano comenzó a moverse, tomando velocidad por cada metro de césped que dejaba atrás. Cuando se despego del suelo, mi tío rodeó la pista de aterrizaje y pasó zumbando encima de mí, arrancándome una sonrisa. Tuve la vista fija en él hasta que se perdió en la inmensidad de las alturas.
Debo irme— dijo el vaquero—. Me gustaría hacerte compañía, sobre todo con esa guitarra de por medio, pero tengo asunto que atender, ya sabes…
Descuida. Estaré bien— dije. El hombre subió al camión y me saludó con la palma al tiempo que se alejaba por el camino.
Una vez sola, me senté de espalda al tronco de un árbol, con las piernas puestas en cruz, y tomé mis libros de texto. No los leí. En aquel lugar se respiraba un aire tan fresco que no pude salirme de él entrando a los problemas plasmados en las páginas. Era más agradable estar quieta, solo respirando.
La guitarra tampoco ayudó. Fue cuestión de rasgar las cuerdas una vez para olvidar por completo el colegio y los exámenes. Incontables notas arranqué de las entrañas del instrumento, permitiéndoles escapar de la prisión de mi corazón. Y mi voz las seguía, entonando canciones que yo misma compuse a lo largo de la vida, en coches solitarias en las que me sentí triste por no conocer a mis padres, o enojada al imaginar las razones que los llevaron a abandonarme.
Al mediodía, dejé la guitarra a un lado y extendí un mantel en el césped. Saqué de la mochila unos tapper con sándwiches y unas bebidas, y me senté a esperar a James: seguro volvería pronto.
Un aullido quebró la monotonía del lugar. Miré a todas partes, buscando la causa de ese sonido ensordecedor, y el corazón me subió a la garganta al comprender que llegaba del cielo.
El avión apareció de entre unos árboles, envuelto en una bola de fuego. Pasó como meteorito encima del hangar. Una de las alas tocó el tejado y se destrozó, provocando que todo el fuselaje diera una voltereta antes de impelerse contra el suelo como un martillazo.
La tierra temblaba cuando empecé a correr. Los trozos del avión estaban por todas partes y el fuego se extendía por la hierba. No pensé con claridad. En un segundo trepaba al ardiente fuselaje y al siguiente tiraba jadeante del cuerpo de mi tío.


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