Hola ¿Cómo están? Hoy
quiero compartirles un fragmento de Sueño
de abril,
la primera novela que escribí de principio a fin. En la actualidad
me encuentro haciendo una reescritura de ella, y quería saber que
les parece, para darme motivación. Sin más, los dejo con la
lectura.
Prefacio
Enfrentaba la decisión
más difícil de mi vida. Miré mi imagen en el espejo, luciendo el
vestido más hermoso que se pudiera soñar. El sol refulgía en la
seda blanca como la nieve, así como en los tejados de la ciudad que
se erguía a mi espalda, más allá de la ventana de esa elegante
habitación.
Todo en mi vida se volvió
ajeno, extravagante. Sin ser consciente, me interne en un historia
épica, un cuento de hadas. Lo tenía todo: una princesa, un príncipe
azul que llega a enamorarla, una malvada bruja que ansía separarlos
y el dragón que mantiene a la princesa cautiva en una torre, fuera
del alcance del príncipe. Era una historia que lo tenía todo menos
un final feliz, pues ¿Cómo tenerlo?
1
Asuntos preocupantes
Sus ojos, como dos trozos
de cielo recortados en la penumbra, la delataron cuando entró al
dormitorio. Se inclinó para besarme la frente, y el perfume floral
de su cabello entró a mis pulmones, dándome el vigor que necesité
para envolver su cuello con los brazos. Ella se desenredó de ellos y
subió la manta hasta mi barbilla. Sus labios pronunciaron unas
palabras.
Abrí los ojos y el sol
desgarró a la noche. Planté los pies en el suelo, parpadeando ante
la corriente de oro que atravesaba la ventana, y suspiré. No fue la
primera vez que la vi mientras dormía, pero creí ser lo suficiente
mayor para distinguir entre un sueño y la realidad. Yo no tenía
madre…
Fui hasta la cocina y me
puse a trabajar. James entró arrastrando los pies.
— Hola, tío ¿Dormiste
bien?— lo saludé. Se acomodó junto a la mesa.
— Más o menos, Alicia—
respondió, poniendo ante sí las hojas del periódico—. ¿Qué hay
de desayuno?
— Hoy es día de
bafles.
James me dedicó una
sonrisa.
— Tienes razón: ya son
casi una tradición.
— Solo por hoy te
perdono— dije—. ¿Por qué dormiste “Mas o menos bien”?
¿Peter se enojó contigo otra vez?
— Todo va bien con
Peter, tú lo sabes. No volvimos a pelear desde que se casó con
Juliana…
— ¿Y entonces…?
Tienes unas ojeras terribles.
— Me preocupa nuestra
situación económica…
Coloqué dos platos en la
mesa. Me senté ante él antes de hablar.
— ¿Siguen mal las
cosas en el taller?
— Peor. Desde que
Albert se fue para abrir su propio taller, me abandonaron muchos
viejos clientes. Si la situación sigue así, no tendré como pagar
los impuestos y lo perderé.
— ¡No digas eso! No
iré a la universidad si no tenemos dinero ¿Sabes lo costoso que
resultará mi mantenimiento ahí?
— Todavía cuentas con
la opción de una beca…
— Eso no depende de mí.
¡No quiero dejar mi futuro al azar!
— Lo sé— dijo mi
tío—. Será bueno que busque otro empleo, solo por si acaso.
— ¿Podrás afrontar
dos empleos al mismo tiempo? ¿No es mejor que sea yo quien lo
busque?— sugerí.
— De ninguna manera. No
descuidarás tus estudios cuando te falta tan poco para terminar la
secundaria.
— Eso no ocurrirá,
tío. Sabes que soy responsable— insistí—. Solo digo que no
estás solo en esto.
— Lo siento, pero mi
decisión es definitiva— James sonrió—. No te preocupes. Todo se
arreglará de una forma u otra. Te lo prometo— bajó de un trago su
jugo de naranja—. ¿Te llevo al colegio?
El motor de la camioneta
rugió y yo permanecí en silencio, con un nudo en la garganta.
— Fui egoísta al
recordarle lo mucho que dependen mis estudios de su bienestar en el
taller— me dije. Pensé en cuanto significaba este para James. Lo
fundó junto a Albert Davis al menos un año antes de que Fiona, su
esposa, diera a luz a Peter. Entonces yo siquiera existía—. No me
quedaré de brazos cruzados mientras lo perdemos todo…
Small-Town era un pueblo
perdido en las profundidades de Estados Unidos. Caminando, se cruzaba
en una hora, y la camioneta puso menos de cinco minutos en ir desde
nuestro hogar hasta el colegio del pueblo. Una vez ante el maltratado
edificio, me despedí de James con un beso y salí del vehículo
abrazada a mis libros de texto. Me detuve a disfrutar la tibieza del
sol en el rostro antes de unirme a la manada de ruidosos estudiantes
que se acercaba al umbral.
— Hola, Alicia ¿Cómo
estás?— dijo una chica de cabello rizado, uniéndose a mí en el
pasillo.
— Muy bien, Claire—
la saludé con un beso en la mejilla—. ¿Y qué tal tú?‘ ¿Por
qué no usas tus gafas?
— No las necesito—
dijo Claire, con una sonrisa radiante—: empecé a usar lentes de
contacto.
— Ahora que lo dices,
tus ojos brillan más.
— Para mí es un alivio
enorme. ¡No hay nada peor que vivir con el temor de olvidarte las
gafas en cualquier parte!
— Y la gente dejará de
pensar que me junto con nerds— bromeé.
— Lo dice la señorita
popularidad.
Claire era mi amiga desde
el primer día en la secundaria. Ninguna era popular, ni demasiado
extrovertida. No éramos coquetas y pasábamos desapercibidas ente la
mirada de la mayoría de los chicos. Éramos las perfectas
confidentes porque nos entendíamos la una a la otra y siempre, sin
importar donde, íbamos juntas.
Nos paramos junto a la
puerta del salón.
— Ahí va tu amorcito—
dijo Claire.
— ¡Quieres hablar más
bajo!— me escandalicé. Miré de reojo al atractivo chico rubio que
llegaba por el pasillo. Era Andrew, ese joven alto y de hombros
anchos que gastaba sus tardes ejercitándose en el gimnasio, y
haciendo rugir el motor de su Camaro.
— No sé cómo puedes
obsesionarte con él…
— Es lindo.
— Brian me dijo que lo
vio besando a otra chica.
— Brian es un
mentiroso: solo quiere que vuelva a fijarme en él— dije. Ese tal
Brian fue mi novio por unas cuarentaiocho horas, el tiempo que me
tomó darme cuenta de que era un patán. Lo encontré besándose con
otra.
— Deberías darle otra
oportunidad en vez de pasar el tiempo soñando con un amor imposible—
dijo Claire.
— Brian no me ama—
dije, sin apartar la vista de Andrew, quien se paró a charlar con
unos amigos—. Solo me presta atención porque hace dos meses que no
sale con una chica y está necesitado.
Claire soltó una
carcajada.
— Hablas como si tú no
estuvieras necesitada— se burló.
— Pues sí estoy
necesitada— admití, con las mejillas sonrosadas—, pero de chicos
que valgan la pena. No quiero a alguien que se aproveche de mí otra
vez.
— Si es así, no te
comportas en acuerdo a tus pensamientos— repuso mi amiga—. Andrew
solo se fijaría en nosotras para burlarse.
— Eso no es así—
afirmé, aunque no muy convencida—. Él podría fijarse en
cualquier chica.
— Tú sabes que él
solo sale con modelos esculturales y hermosas.
— Nosotras no somos
feas.
— Eso lo sé, pero
tampoco estamos para ocupar la tapa de una revista.
— Eres muy negativa
¿Sabes?
— No, solo soy
realista…— concluyó Claire.
Apreté los labios. Entré
a clases dando vueltas a la ficticia imagen de Andrew besando a otra
chica.
Sabía que eso ocurriría
tarde o temprano. Todas las chicas tenían el sueño secreto de estar
a los brazos de alguien como él. Sin embargo, la parte más terca de
mí se negaba a pensar en esa posibilidad: un acto tan ridículo como
el de la persona que niega que será atropellada por un tren, aún
cuando camina por las vías y lo escucha llegar a toda velocidad a su
espalda.
— ¿Tienes algo que
hacer?— pregunté a Claire. Me junté a ella apenas tocó el timbre
de salida.
— Nada urgente—
respondió—. ¿Por qué lo preguntas?
— ¿Me acompañas?
— ¿A dónde?
— Necesito un empleo…
— ¿Un empleo?
— ¿Te sorprende que
quiera ganar dinero?
— No te enojes, Alicia.
Es solo que te imaginaba como una muchacha aplicada al estudio, con
otras aspiraciones…
— Y así soy—
confirmé—. Solo quiero un empleo para ayudar a mi tío. Las cosas
no le van bien en el taller ¿sabes?
— Entiendo— dijo
Claire—. De todas formas no encontrarás gran cosa. No eres mayor y
tampoco tienes experiencia.
— Eso no importa.
Quiero algo de medio tiempo, que me deje espacio para estudiar. Mi
tío no debe sospechar— dije—. ¿Me acompañas o quieres que
pierda la tarde explicando mis razones?
— Vale— Claire me
siguió por la acera que enfrentaba al colegio—. ¿A dónde se te
ocurre preguntar?
— No sé— admití—.
Supongo que podríamos darnos vuelta por todas las tiendas que veamos
¿no te parece?
Claire suspiró.
— ¿Quieres recorrerte
toda la ciudad?
— Si llega a ser
necesario, lo haré— dije con decisión.
— Esta será una tarde
muy larga…
2
El desastre
La cafetería estaba al
costado de la calle más transitada del pueblo, lo que la transformó
en uno de los negocios más activos. Era cuestión de traspasar la
puerta, para ser asaltada por el barullo de voces y el penetrante
olor del café.
Caminé hasta el
mostrador que se erguía al fondo.
— Disculpa— dije a la
cajera. La voz me tembló—. Soy la nueva camarera que contrató el
señor Williams.
— ¿En serio? Preguntó
la mujer—. No estaba enterada…
— Pues si… yo…
— Espera un momento.
La empleada desapareció
tras una puerta y suspiré. ¿Tenía tan mala suerte? Mi contrato con
el hombre fue verbal, y la charla pasó tan rápido…
La mujer volvió
acompañada del dueño.
— Hola ¿Cómo estás?—
saludó él—. Te esperaba… ejem ¿Cuál es tu nombre?
— Alicia— musité.
— Alicia, si: tras esa
puerta hay un vestidor donde está tu uniforme— dijo el señor
Williams, señalando un sombrío rincón—. Cuando estés lista ven
a buscarme ¿De acuerdo?
— Entendido— dije,
caminando a la puerta.
Me quité la ropa del
colegio y la guardé en un casillero junto a mis libros. El uniforme
consistía en una fina blusa roja, una falda capaz de cubrirme la
mitad de las piernas, y un pequeño delantal que ceñí a mi cintura.
Me até el cabello con un broche que Claire me prestó esa mañana, y
fui a buscar al señor Williams.
No tuve respiro.
— Lleva eso a la mesa
nueve— dijo, poniendo una bandeja con platos y bebidas en mis
manos.
— Enseguida— dije,
aunque dudo que me oyera, porque siguió gritando ordenes.
Caminé hasta el
mostrador y me dirigí a otra camarera.
— ¿Cuál es la mesa
nueve?— le pregunté.
— Es aquella de allí—
dijo la muchacha, señalando una mesa junto a una ventana—. ¿Tú
eres la chica nueva?
— Así es… Supongo
que este uniforme lo demuestra.
Tienes razón ¡Que
tonta!— se rió la muchacha. Era más alta que yo, y tal vez un par
de años mayor. Tenía el cabello oscuro recogido con un par de
pincillas—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Cynthia: hace como un año
que trabajo aquí.
— Soy Alicia— dije.
— Que gusto tenerte
aquí, Alicia— dijo Cynthia—. Pronto te acostumbrarás a cada
movimiento. Solo ignora algunos de los berrinches del señor
Williams. Cuando hay mucho trabajo suele volverse insoportable.
— Lo tendré en cuenta—
le sonreí al tiempo que cruzaba al otro lado del mostrador—.
Gracias por la dirección.
Deposité los platos y
las bebidas en la mesa. Cuando volví al mostrador, Cynthia seguía
ahí.
— ¿Eres de
Small-Town?— me preguntó.
— Si, pero vivo al otro
lado del pueblo— respondí— ¿Y tú?
— Vivo a un par de
calles, con Lysa, mi hermana menor. Le quedan un par de años para
terminar la secundaria.
— ¿Va al colegio?
Quizá nos cruzamos alguna vez— dije—. Yo vivo con mi tío. Él
tiene un taller en la calle Magnolia…
— ¿Te refieres al
taller James
and Albert´s?
¡He pasado ante él unas mil veces!
— Los negocios no le
están saliendo bien y conseguí este empleo para ayudarlo.
— Entiendo— dijo
Cynthia—. Haces bien en no cruzarte de brazos.
— Lo sé…
Unas personas entraron a
la cafetería.
— Será mejor que los
atiendas tú— dijo Cynthia—. Anota lo que pidan en la libreta que
tienes en el bolsillo del delantal— me quitó de las manos la
charola vacía—. Yo regreso esto a la cocina.
Apenas tuve tiempo de una
ducha. Preparé la cena juntando las pocas energías que
sobrevivieron al trabajo, y no miré mucho el rostro preocupado que
seguía dibujado en James. Cuando entré a mi habitación, sentí que
caería en la cama y me dormiría al segundo, pero no sucedió así.
Pensé en mi madre, en cómo sería tenerla y no preocuparme por
preparar la cena o trabajar para ayudar a mi tío. Ni siquiera
estaría triste para empezar.
¿Qué fue de ella? ¿Por
qué James nunca hablaba sobre el tema?
Me senté al borde de la
cama y toqué la guitarra, esa guitarra que tantas de mis ideas
expresó a lo largo de los años. James siempre fue bueno tocándola
y la fascinación que demostré por ella desde pequeña lo llevó a
enseñarme a manipularla. Y, aunque suene pretencioso de mi parte, no
tardé mucho en superarlo.
Es que amaba la música.
La guitarra se complementó con mi pasión por cantar, y para mí,
más que un simple pasatiempo, todo ello formaba parte de mi forma de
ser. De niña soñaba con ser cantante famosa. Incluso creé mis
propias canciones.
Esa noche, como en tantas
otras, la música fue mi refugio. Cada nota, cada canción que recité
con la voz en un hilo, descargó mi corazón del peso que lo
aprisionaba. Sin embargo, esa no fue la última vez que pensé en mi
madre, y en sueños, volví a ver su imagen…
En mucho se parecieron
los siguientes días a ese. El colegio ocupó mi mente en las mañanas
y el empleo me agotó físicamente en las tardes. No era un trabajo
tan pesado, pero una persona puede cansarse solo con permanecer de
pié por tantas horas. Al llegar a casa tenía los pies doloridos y
los tobillos hinchados.
Tampoco tenía ánimo de
preparar la cena. No es que mi tío me tuviera como a la Cenicienta,
limpiando y cocinando para él, pero existía un acuerdo tácito.
Como él trabajaba el día completo y llegaba agotado, yo ayudaba en
el resto de las tareas. En esos tiempos poseía más tiempo libre,
claro está, y si quería mantener las apariencias debía continuar
como si nada, aunque me pesara.
La tarea del colegio
resultó otro problema. En la noche me era imposible concentrarme
después de tanto quehacer: era como si el ruido de la cafetería se
quedara haciendo eco en mi cabeza. En lugar de mortificarme, hice el
esfuerzo de levantarme más temprano que antes para estudiar. Si me
quedaba una duda, se la trasladaba a Claire en el colegio, antes de
la campana de entrada, o en mitad de los recreos.
— ¿Por qué hay tanto
humo?— pregunté tosiendo.
— ¡Shhh!— me calló
Cynthia—. Aprovecho que el señor Williams fue a hacer una
diligencia para darme una pequeña dosis de nicotina. Betty me cubre
entretanto.
— Estás loca— dejé
mis libros en un estante. Acababa de llegar al vestidor de la
cafetería cuando me percaté de la presencia de esa chica, acomodada
en un banquillo.
— ¿No quieres
intentar?— me acercó el cigarro que apretaba entre los dedos.
— No, gracias. Mi
abuelo murió por culpa de eso y no quiero terminar igual, sin
ofender.
— Descuida…—
Cynthia dio unas probadas más al cigarro y abandonó el vestidor
conmigo. Cinco semanas trabajando en la cafetería bastaron para
hacer de nosotras unas buenas amigas. Siempre bromeábamos sobre lo
pesado que era el señor Williams, o molestábamos a Betty, la
cajera. Esta última no me caía mal, y a veces se sumaba al juego,
pero no era tan allegada a nosotras.
— Es porque tiene
novio— me explicó Cynthia—. La señorita se cree demasiado
importante como para juntarse a las solteras.
Entonces me reí de
Betty. Sin embargo, la tarde en que apareció su novio a buscarla en
una motocicleta, Cynthia y yo nos rompimos en comentarios envidiosos
¡Cómo tenían suerte algunas!
— Volviste a tiempo,
Cynthia— dijo Betty al vernos—. El señor Williams entró en la
cocina: por suerte no se le ocurrió preguntar por ti.
— Tu siempre
dramatizando, Betty. Yo tengo mis movimientos calculados.
— Veamos con que me
sales cuando nos echen a patadas a las dos— dijo Betty—. Y a ti,
Alicia, por juntarte con ella…— agregó al verme reír.
— A mí nunca me
echarán— dije, sacando a la luz mi libreta—. Tú tienes un novio
que te defiende, Cynthia tiene la triste historia de la hermanita a
la que cuida, y yo tengo mi inteligencia. No olvides que soy la única
de nosotras que va al colegio.
Bastaron unos minutos
para que el destino mostrara cuan equivocada estaba. Dejaba bebidas
en una mesa cuando el sonido de un motor sacudió los cristales de la
cafetería. En el mostrador, escuché que Cynthia comentaba algo.
— ¿Será el dueño de
ese cochazo?— preguntó, apuntando a la puerta del establecimiento.
— Creo que sí— dijo
Betty.
Quien entraba era Andrew,
ese chico guapísimo del que yo estaba prendada, el que siempre
conducía su Camaro. Alguien le tomaba la mano.
— Es más lindo que tu
chico, Betty— dijo Cynthia.
— Puede ser. Pero mira:
ya tiene novia. Lástima por ti.
¡La novia! Cuando se
acomodó en la mesa, la reconocí como Ángela, una chica adinerada
que siempre se burlaba de los que no eran como ella. Caminaba por el
colegio como una modelo, exhibiendo provocativas faldas rosas y
hablando por celular.
— No importa— Cynthia
cruzó el mostrador, lápiz y papel en mano—. Le coquetearé. ¿Y
si solo está con su hermana?
Quise hablar, pero se me
trabó la lengua. Cynthia desprendió un botón de su blusa y caminó
a la mesa con exagerados movimientos de cadera. Estuvo un minuto
junto a Andrew y volvió con una mueca en los labios.
— ¡No puede ser!—
exclamó—. Se resistió a todos mis encantos.
— ¿De verdad?—
preguntó Betty—. ¿No será gay?
— Por la cara que puso
esa chica, no lo creo…
La camarera siguió
directo a la cocina y volvió. Las tres permanecimos allí, mirando
como tontas a Andrew y a Ángela. Para mí, la visión resultaba casi
como una puñalada en el corazón. Quería volver a casa, escapar de
esa extraña sensación.
Pero el universo conspiró
en mi contra.
— Alicia, lleva esto a
la mesa seis— el señor Williams dejó una bandeja entre mis manos
y desapareció antes de permitirme protestar: era el pedido de ellos…
— ¿No quieres llevarlo
tú?— pregunté a Cynthia. Hice el gesto de pasarle la bandeja.
— ¿Qué te pasa,
Alicia? ¿Le temes al fortachón?
— No… yo…
— ¿Por qué no le
coqueteas? Quizá le gusten tus ojos azules— Cynthia me soltó dos
botones de la blusa y me empujó al otro lado del mostrador. Quise
volver sobre mis pasos, no ser el centro de tantas miradas. No pude.
Caminé con la cautela de alguien que entra a una cueva, acompañada
del campaneo del cristal en la bandeja.
— Ya era hora— dijo
Andrew, cuando me paré entre Ángela y él.
— Hola…— dije, con
la mirada fija en su rostro. Me incliné y empecé a dejar las
bebidas sobre la mesa.
Ángela se paró.
— ¡Hey, tú! ¿Qué
pretendes?— dijo—. ¿Es que todas aquí son zorras?
— ¡No soy una zorra!—
exclamé.
— ¿No? ¿Entonces no
te sabes vestir?— la chica me tomó del brazo, y lo que sostenía
en la bandeja acabó hecho trizas en el suelo.
— ¿Qué haces?—
sumida en la furia, no reparé en que el motivo eran los dos botones
sueltos en mi blusa: se me veía hasta el corpiño. En lugar de
razonar, tomé una bebida y la eché en el rostro de Ángela. Gritó
con una voz chillona, dando un pequeño traspiés. Casi termina en el
suelo.
— ¡Mira lo que
hiciste!— exclamó, tocándose el cabello y la chaqueta.
— Eso es para que lo
pienses antes de decirle zorra a alguien.
— ¡Zorra maldita!—
el grito llegó a mis oídos junto al dolor: me dio una bofetada.
Me lancé encima de
Ángela. Ella me tomó del cabello y yo tironeé de su blusa. Caímos
encima de una mesa que quedó patas arriba, creando una alfombra de
vidrios rotos. Nos revolcamos en ellos, entre insultos y gritos de
dolor.
La voz del señor
Williams retumbó en las paredes.
— ¡BASTA!
Dos pares de brazos se
interpusieron en la pelea. Ángela continuó pataleando en el aire,
sostenida por Andrew, mientras yo fui alzada por el dueño de la
cafetería. Cuando mis sentidos salieron de la niebla de la batalla,
dando un significado a lo que hice, casi me desmayo. Añicos
tapizando el suelo, gente de pié con expresiones de horror en el
rostro… Fue como si acabara de explorar una granada.
— ¿Qué significa
eso?— preguntó el señor Williams.
— ¡Es culpa de esa
loca!— exclamó Ángela, librándose del agarre de su novio—.
Quería sabotear mi cita con Andrew.
— No es verdad— me
defendí—. Fue ella quien…
— ¡Silencio!—
interrumpió el señor Williams, dejándome libre—. No quiero oír
tonterías. Váyanse las dos antes de que llame a la policía.
— Pero, señor
Williams…— imploré.
—Junta tus pertenencias
y vete. Estás despedida.
3
Pesadilla
Entré a casa estampando
golpes a los muebles Lancé el bulto de libros de texto y me dejé
caer en los cojines del sillón, ocultando el rostro húmedo entre
las manos. Aunque me dolía la garganta, solté una maldición con
dedicatoria a Ángela.
La puerta que daba a la
calle, se abrió.
— ¡Alicia! ¿Qué te
ocurre?
La imagen de James
acercándose me produjo un shock.
— Yo…— mascullé.
Sus brazos me oprimieron contra él.
— La señora Nolan fue
al taller y dijo que te vio llorar en mitad de la calle— sus ojos
fueron de arriba abajo, las manos manchadas de aceite apretando mis
hombros—. ¡Pero si estás hecha un desastre! ¿Y esas cortadas en
los brazos? No me digas que alguien te asaltó y…
— No es eso— me
apresuré a decir, limpiando las lágrimas que bajaban por ms
mejillas.
— ¿Entonces…?—
James reparó en el uniforme, si se podía llamar así a la blusa
desgarrada y con un solo botón que sobrevivió a la guerra—. ¿Por
qué llevas esa ropa?
— Es que…— empecé
a decir—. Te desobedecí, tío. Hace un mes que trabajo en una
cafetería…
— ¡Alicia! Siempre con
tu terquedad…
— Lo siento, pero no
pude hacer como si nada ocurriera.
— No debí hablarte del
taller. ¡Si te conozco lo suficiente como para imaginar una jugada
de estas!— siguió escrutando mis heridas e intentó peinarme el
alborotado cabello—. ¿Por qué te vez como una sobreviviente del
huracán Katrina?
Me sonrojé,
preguntándome qué pensaría mi tío cuando le contara lo sucedido.
Aún así lo hice, sin ocultar detalle alguno.
— Nunca te imaginé
capaz de iniciar un lío así— dijo James—. Tienes suerte de que
el señor Williams no llamara de verdad a la policía... y ni
hablemos de hacerte pagar los daños.
— Si quiere dinero, que
se lo reclame a Ángela— dije—. Yo tuve suficiente castigo con
perder el empleo ¡Me iba tan bien!
— Tienes que ser menos
tempestuosa, Alicia. Pensar en culpas es tan malo como luchar a puño
limpio.
— Si, pero admite que…
— No te impulso a
pagarle los daños al señor Williams, porque sabes que nuestra
situación no nos permite pensar en un gasto tal de dinero. Sin
embargo, la culpa de la pelea es tanto de esa chica como tuya. ¡Tú
también la golpeaste! Además, ponte en su lugar. ¿Qué harías si
una chica bonita se le insinuara a tu novio?
— Ya te dije que no le
coqueteé.
— Aún así ¿Qué
harías?
— Le arrancaría los
pelos de raíz— admití.
— ¿Lo ves?
— Ni creas que por eso
perdonaré a esa bruja…
— Debes intentarlo.
Todo fue un malentendido y debes tomarlo como tal, sin importar cuán
mal te caiga esa Ángela.
— ¿De qué me sirve
ahora? Nada cambiará que perdí el empleo.
— No te preocupes…
— ¡Sí me preocupo! Tu
no pediste mi ayuda, pero para mí es importante darte una mano con…
— Conseguí un trabajo
nuevo— me interrumpió James.
— ¿En dónde?
¿Haciendo qué?
— Pilotearé un avión.
El señor Mac Lowell me comentó hoy que necesitaba a alguien para
fumigar sus tierras y me ofrecí a ayudarlo. Me pagará un buen
dinero.
— ¿Cómo pilotearás
un avión?
— Tuve muchos empleos
antes de formar mi taller, Alicia—explicó mi tío—. Un par de
años antes de conocer a Fiona, piloteé un avión fumigador. De
forma temporal, claro. No sabía de aviones, pero fue fácil aprender
¡Tampoco lucharé contra el Barón Rojo! Solo debo planear sobre las
cosechas y soltar los pesticidas.
— Hola, Alicia ¿Cómo
estás?— saludó Claire.
— Vámonos, no quiero
hablar aquí— dije. Cerca estaba estacionado el coche de Andrew,
quien me lanzaba una mirada sanguinaria, de pié junto a Ángela.
— ¿Qué te sucede?—
preguntó mi amiga.
— ¿No te entraste? ¿Es
que Ángela no esparció aún su versión sobre nuestra pelea?
— ¿Te peleaste con
Ángela?
— Así es— dije. Se
lo conté detalle por detalle, aunque no reaccionó de la manera que
esperaba—. ¿De qué te ríes?
— Perdóname, Alicia,
pero me parece divertido…
— ¿Te divierte que me
echaran del trabajo?
— Es que cumpliste el
sueño de la mayoría de las chicas del colegio. ¿Cuántas quisieran
barrer el piso con la sonrisa de Ángela?
— Si tuvieras los
brazos llenos de cortadas no dirías eso.
— Puede ser…
— Por otro lado, Ángela
montará su propia versión sobre la historia y no quiero imaginar lo
que dirá de mí.
— Deja de mortificarte
¿Te das cuenta de que le coqueteaste a Andrew? Eso no lo puede decir
cualquiera.
— ¡Quedaré como una
chica fácil ante todo el colegio!
— Para algunas
personas, sí— dijo Claire, sonriendo—. Otras pensarán que eres
una rompecorazones.
— ¿Rompecorazones?
— Vamos, Alicia ¿crees
que me trago el cuento de “Le coqueteé a Andrew sin darme cuenta”?
Tú sabes cuánto deseabas echártele encima y besarlo. De tener tu
guitarra a mano, le hubieras recitado una canción al oído…
Entré a clase con una
sonrisa que me acompañó el resto de la semana.
Las noticias se
divulgaban rápido en Small-Town. Tal como Claire predijo, algunas
personas se acercaron a felicitarme por darle a Ángela una lección,
y sucedió que hasta los chicos me miraban diferente. Pero para mí,
el punto máximo fue encontrarme a Cynthia, quien me buscó para
darme su apoyo y ofrecerse a hablar con el señor Williams para
arreglar todo. Por supuesto, me negué a hacerla pasar por eso.
El fin de semana me
recibió con la perspectiva de acompañar a James hasta las tierras
de los Mac Lowell, al norte de Small-Town. Dijo que así no se
sentiría tan solo en el descanso y podía representar un bonito
paseo para mí. Yo tuve mis dudas al respecto: no aspiraba más que a
un almuerzo al aire libre. En realidad ansiaba ver a James surcando
el cielo y aprovechar la tranquilidad para estudiar para un examen
que me ponía los pelos de punta.
Esa mañana mi tío llevó
la camioneta por una carretera que corría entre ondulados campos de
cosechas. La estancia de los Mac Lowell estaba cerca del pueblo, así
que no tuve tiempo de hartarme del viaje. Nos estacionamos junto a la
enorme casa de madera y saludamos al dueño antes de seguir hasta el
hangar del avión.
Un trabajador con
sombrero de vaquero, no mayor a veinticinco años, nos llevó en su
camión hasta el apartado cobertizo, el cual se erguía ante un
considerable espacio de hierba verde, rodeado de algunos árboles
viejos y torcidos. La brisa cálida me dio en el rostro cuando estuve
al aire libre.
— Es un lugar bello
para pasar el día— dije. Llevaba conmigo la guitarra, junto a una
mochila repleta de alimentos, y no tardé en echarle un ojo a un
rincón fresco, debajo del más grueso de los arboles.
— Me alegra que te
guste— dijo mi tío—. Pero acompáñanos al hangar. ¿No quieres
ver la máquina que pilotearé?
— Por supuesto…
Era lo que más deseaba.
Las puertas del cobertizo chillaron cuando el vaquero y mi tío
tiraron de ellas. El sol se escabulló por la abertura, desgarrando
la oscuridad.
— ¿Volarás eso?—
pregunté.
— Si— James rodeó el
avión con aire examinador—. ¿Qué pasa?
— Es una chatarra…
Nunca esperé algo
moderno, con piloto automático incorporado y todas esas chorradas,
pero tampoco me preparé para ver eso. ¡Parecía uno de los primeros
aviones que levantaron vuelo! Era un biplano, como los que aparecían
en las películas de guerra en blanco y negro, donde los pilotos
surcaban las nubes ataviados con camperas de cuero y bufandas sueltas
al viento.
— Que su aspecto
descolorido no te engañe, amiga mía. Este es un gran avión— dijo
el de sombrero vaquero, golpeando una de las alas—. Este bebé
fumigó todos los cultivos de la zona por más de treinta años, y
quien sabe cuántos más en otras partes.
— Eso no lo hace
seguro…
— No existe nada que
sea seguro del todo, Alicia— dijo James, dándome unas palmadas en
la espalda.
No discutí más. Ayudé
a mi tío y al vaquero a sacar el avión al exterior y lo pusimos en
posición sin mucha dificultad. Me alejé unos pasos viendo como
James se acomodaba dentro del biplano. El rugido del motor me llegó
al momento.
— ¿Segura que no
quieres dar un paseo, Alicia?— preguntó por encima del sonido.
— De ninguna manera—
dije: me dan miedo las alturas.
— Entonces nos vemos
más tarde— dijo James, riéndose—. Procura estudiar para ese
examen y no te preocupes por mí. ¡Este avión volaría en mitad de
un huracán!
Asentí con la cabeza. El
aeroplano comenzó a moverse, tomando velocidad por cada metro de
césped que dejaba atrás. Cuando se despego del suelo, mi tío rodeó
la pista de aterrizaje y pasó zumbando encima de mí, arrancándome
una sonrisa. Tuve la vista fija en él hasta que se perdió en la
inmensidad de las alturas.
— Debo irme— dijo el
vaquero—. Me gustaría hacerte compañía, sobre todo con esa
guitarra de por medio, pero tengo asunto que atender, ya sabes…
— Descuida. Estaré
bien— dije. El hombre subió al camión y me saludó con la palma
al tiempo que se alejaba por el camino.
Una vez sola, me senté
de espalda al tronco de un árbol, con las piernas puestas en cruz, y
tomé mis libros de texto. No los leí. En aquel lugar se respiraba
un aire tan fresco que no pude salirme de él entrando a los
problemas plasmados en las páginas. Era más agradable estar quieta,
solo respirando.
La guitarra tampoco
ayudó. Fue cuestión de rasgar las cuerdas una vez para olvidar por
completo el colegio y los exámenes. Incontables notas arranqué de
las entrañas del instrumento, permitiéndoles escapar de la prisión
de mi corazón. Y mi voz las seguía, entonando canciones que yo
misma compuse a lo largo de la vida, en coches solitarias en las que
me sentí triste por no conocer a mis padres, o enojada al imaginar
las razones que los llevaron a abandonarme.
Al mediodía, dejé la
guitarra a un lado y extendí un mantel en el césped. Saqué de la
mochila unos tapper con sándwiches y unas bebidas, y me senté a
esperar a James: seguro volvería pronto.
Un aullido quebró la
monotonía del lugar. Miré a todas partes, buscando la causa de ese
sonido ensordecedor, y el corazón me subió a la garganta al
comprender que llegaba del cielo.
El avión apareció de
entre unos árboles, envuelto en una bola de fuego. Pasó como
meteorito encima del hangar. Una de las alas tocó el tejado y se
destrozó, provocando que todo el fuselaje diera una voltereta antes
de impelerse contra el suelo como un martillazo.
La tierra temblaba cuando
empecé a correr. Los trozos del avión estaban por todas partes y el
fuego se extendía por la hierba. No pensé con claridad. En un
segundo trepaba al ardiente fuselaje y al siguiente tiraba jadeante
del cuerpo de mi tío.
¿Qué les pareció? ¿Les
gustaría leer más? Quisiera que me dejaran alguna opinión en los
comentarios. Sería muy importante para mí. ¡Nos vemos!