Hola ¿Cómo están? Hoy
va el capitulo doce de La princesa valiente. Espero que les guste.
12
Inesperado
Los labios de James se
juntaron a los míos y yo perdí el control. Cerré los ojos, hundí
las manos en su cabello y lo retuve mientras nuestras lenguas se
enredaban. Disfruté de la humedad de su boca inundando la mía, de
la seda en sus labios. Ni siquiera supe como terminé de espalda a la
pared: el mundo no existía más allá de sus brazos, que pegaban mi
cuerpo al suyo.
— Sabes, este fue mi
primer beso— le susurré, cuando nos separamos a respirar. El chico
me abrazó con más fuerza y hundió su rostro en mi cuello. Le
acaricié el mentón y lo atraje de nuevo a mi cara.
Cuando tenía la edad de
Marian, soñaba con ese momento. Me recostaba en la cama y me tocaba
los labios, preguntándome como se sentiría besar a un chico. Eran
los sueños de una niña que creía en el amor verdadero.
Al crecer, el significado
de ese beso cambió. Sabía que mi padre no me permitiría tenerlo
hasta el día de mi boda, y ese beso sellaría un destino que me
asustaba. Un beso para condenarme a una vida de servidumbre a un
desconocido, para criar hijos que serían fruto del deber, no del
amor.
Sin embargo, esa noche
estaba ahí, en la penumbra, recibiendo un beso apasionando de
alguien a quien llegué a querer. La lengua de James enredándose a
la mía cambió mi destino para siempre.
Un sonido me puso los
nervios de punta. Fue como si alguien abriera un armario repleto de
objetos y todo se le viniera encima.
— ¿Qué fue eso?—
pregunté.
— Suena como un gato
revolviendo la basura— dijo James, escudriñando la oscuridad del
callejón. Le apreté los hombros, ansiosa.
— ¿Qué tal si nos
vamos y continuamos en otro lado?— pregunté.
Volvió a oírse el
sonido. James se soltó de mí y se internó más en el callejón. La
tapa de un basurero rodó hasta sus pies y la recogió.
— ¡Cuidado!— grité.
Una silueta enorme se
lanzó encima James y lo aplastó contra el pavimento.
Me quedé petrificada. El
león abrió las fauces, chorreando saliva sobre James. Él se escudó
con la tapa del basurero y se la metió en la garganta. La bestia se
contorsionó. James se arrastró de espaldas y corrí a ayudarlo.
— ¡Madeleine!—
gritó.
Un par de brazos de
hierro me levantaron por el aire. James cargó con los puños
apretados y caí al suelo. Una espada salió de su funda.
El hombre de la armadura
me dio la espalda y soltó una estocada contra James, obligándolo a
retroceder. Me levanté y lo embestí con todas mis energías, de
manera que se tambaleó. James le apretó el brazo contra la pared y
lo desarmó.
— ¡Corre!— gritó.
Dio un cuchillazo a la cara del león, deteniendo en seco su ataque,
y me tomó de la mano.
Nos alejamos del
callejón. En las calles, la gente se sorprendió al ver a James
corriendo con una espada. Miré hacia atrás: el caballero nos
siguió, pero su armadura le impedía correr. Reconocí su emblema.
— Es un guerrero de
Starivia— dije.
— ¿Estás segura?
— Hay un dragón dorado
estampado en su pecho.
Llegamos al
estacionamiento. Me detuve a respirar mientras James encendía la
motocicleta.
— ¡Rápido!— lo
apremié. Una gran silueta alada aterrizó en la entrada del
estacionamiento. Contuve el aliento al ver que se trataba del león.
— Sostente— dijo
James. Accionó el acelerador a fondo y condujo la motocicleta
directo a la bestia. La espada fue un relámpago sobre el lomo del
león.
Apenas esquivamos un
coche que venía por la calle, nos internamos entre los edificios de
Londres. Cuando me volví, noté las horrendas alas del monstruo.
— Esa cosa nos sigue—
grité.
— Lo sé.
James hizo un movimiento
brusco y llevó la motocicleta por una calle muy angosta. Al final,
había un parque rodeado por una reja.
— ¿Qué haces?—
pregunté. James paró la moto solo en la rueda trasera y arrasó el
portón. Siguió con el acelerador a fondo entre los árboles. Una
vez bajo su cobijo, apagó el motor y nos quedamos a oscuras.
— No podemos seguir en
la motocicleta— dijo—. Esa cosa la oirá a kilómetros.
— ¿Y qué hacemos?—
pregunté. Bajé del vehículo y un escalofrío me recorrió el
cuerpo. James escrutó los alrededores.
— Tenemos que ser
sigilosos— dijo—. Cerca de aquí hay una entrada del metro.
Nos tomamos de la mano y
corrimos hasta el borde opuesto del parque. No sé cuando perdí los
tacones, pero lo noté al trepar la reja.
— ¡Cuidado!
James me apartó de un
empujón. Cruzábamos la calle cuando la bestia se nos echó encima.
Caí al suelo y el león siguió de largo.
— No te acerques—
grité.
James caminó hacia el
monstruo con la espada en alto. El león se paró en la mitad de la
calle y lanzó un rugido espeluznante. Tenía un rostro horrible,
parecido al de una persona, pero con fauces rebosantes de afilados
dientes de punta. Se acercó a James con sus alas de murciélago
extendidas, arañando el suelo con las garras.
Una luz blanca lo iluminó
de costado, el león apenas tuvo tiempo de ver a la camioneta que lo
atropelló. Hubo un grito de dolor, un chirrido de neumáticos y
sangre volando junto a trozos de metal.
La bestia quedó tumbada
bajo el vehículo. Antes de que pudiera reponerse, James se acercó y
le enterró la espada en el cuello.
Era el final. Fui hasta
el chico y lo abracé.
— ¿Están bien?—
preguntó una voz conocida. Mi tía se bajó de la camioneta.
Gracias por leerme. La
verdad es que estoy desenganchado de esta historia, porque quiero
olvidarme un poco de lo que escribí para poder corregirlo con otros
ojos, cuando llegue el momento de la reescritura. Ahora estoy con la
mente en dos proyectos: armar la trama para una próxima historia, y
reescribir mi primera novela. Espero avanzar en uno y otro en esta
semana de vacaciones.
¿Alguien sabe cómo se
llama el monstruo que atacó a Madeleine? Comenten y, si les gustó
el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ o en
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