martes, 27 de enero de 2015

Los siete mejores

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Hola, chicos ¿Cómo están? Quiero empezar esta entrada agradeciéndoles por la aceptación que tuvo el fragmento de La princesa valiente, la novela que estoy escribiendo. La idea era subir solo el capítulo 1, pero hubo tanta gente que me preguntó cuando subía el siguiente, que me decidí a hacer una publicación semanal. El lunes, a más tardar el martes, voy a subir dos capítulos, así que si les gustó lo que leyeron, no olviden pasarse por mi blog. Si no saben de lo que hablo, aquí les dejo el link de la publicación anterior.
http://el-escritor-isla-le.blogspot.com/2015/01/la-princesa-valiente.html

Vamos al tema de la entrada de hoy. Me gustan los rankings, y quería compartirles uno con los siete mejores libros que leí en el 2014. Sé que estamos a finales de enero, pero me apetecía hacerlo. Es una forma de homenajear a los autores que me marcaron, esos cuyos libros fueron más que simples palabras impresas, sino que lograron transmitirme sentimientos y me abrieron la mente a nuevas formas de pensar.
¿Por qué un ranking con los siete mejores? Pura maña. Un ranking con los diez mejores me parecía excesivo, y uno con los cinco me dejaba afuera libros importantes. La lista no sigue un orden de mejor a peor, si no que están puestos en el orden en que los leí. Sin más, los dejo con ella.

Los mejores libros de 2014

1-   Juego de tronos, de George R.R. Martin


Este fue una relectura. Si te gusta la fantasía y no leíste Juego de tronos, no sé lo que esperas. Se desarrolla en Los Siete Reinos, un país ficticio resguardado del peligro por una enorme muralla hielo, y que es el escenario de una encarnizada lucha por el poder. Es una historia en lo que nada es lo que parece. Cuenta con personajes complejos y una trama enredada, que evita los tópicos del género.

2-   Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen


Un clásico de la novela romántica. Hacía tiempo que tenía ganas de leerlo, y si no lo hice antes fue por el temor a que fuera una novela aburrida. Ahora puedo decirles que, a pesar de los doscientos años transcurridos desde su publicación, la historia de Elizabeth Bennet sigue tan viva como entonces.

3-   El diario de Ana Frank


Considero que es un libro que todos deberían leer. Es un relato desgarrador, en el que Ana nos cuenta su vida en el anexo secreto, un refugio que su familia improvisó para evitar que los Nazis los llevaran a los campos de concentración. Me inspiró y me hizo reflexionar sobre la vida de una manera que jamás imaginé.

4-   La ladrona de libros, de Markus Zusak


Va en la misma veta que El diario de Ana Frank, aunque en el campo de la ficción. Sucede en la Alemania Nazi. Cuenta la historia de una niña que roba libros, y la manera en que estos impactan en su vida. Está narrada de una manera muy particular, con personajes queribles, y una trama que reflexiona sobre el poder de las palabras.

5-   Las crónicas de Narnia: el sobrino del mago, de C.S. Lewis


Si bien no leí la saga completa, puedo decir que las historias de Narnia fueron importantes en mi vida. La primera vez que vi la película de El león, la bruja y el ropero, quedé tan impactado que tuve que volver a verla al día siguiente (de hecho he visto esa película unas quince veces al menos). Cuando leí el libro, supe que quería ser escritor, y me puse a proyectar lo que pensé sería mi primera novela. El sobrino del mago cuenta los inicios de Narnia, y fue mi reencuentro con esta historia. El año pasado planeaba leerme la saga completa, pero no logre hacerlo. Veremos si lo hago en 2015.

6-   La víspera de Santo Tomás, de Jean Plaidy


Jean Plaidy es un seudónimo de Victoria Holt. Desconozco si es fácil encontrarlo, pero en la biblioteca municipal de mi ciudad (de la que soy miembro), hay un anaquel repleto de libros de esta autora. Este de aquí es una novela histórica. En ella, se habla de Tomás Moro, un jurista de Londres en la época del rey Enrique VIII. Básicamente, cuenta su vida: cómo formó una familia y sus luchas para evitar que la iglesia de Inglaterra se separara de la autoridad del Papa. Suena a un libro aburrido, pero les puedo asegurar que fue muy interesante. Me lo devoré. La autora no ofrece historias cargadas de giros, pero narra historias estables, por lo general románticas, en las que un lector paciente puede perderse a su gusto.

7-   Entrevista con el vampiro, de Anne Rice


Sé que los vampiros son un tópico de la fantasía actual, pero me hablaron bien de este libro, y nunca había leído nada sobre estos seres. Me sorprendió encontrarme con una trama tan profunda, que habla sobre lo que significa la vida y el camino que toma la humanidad. Narra la historia de Louis, un vampiro al que le hacen una entrevista. Es un libro difícil si no lees mucho, con descripciones largas y detalladas, pero que vale la pena seguir hasta el final. Es autoconclusivo, aunque hay más libros que continúan la historia a partir de otros personajes.


Hasta aquí el ranking. Me quedaron fuera varios libros interesantes, como La lista de Schindler y Cumbres Borrascosas, pero quería que la lista tuviera algo de variedad. ¿Leyeron alguno de estos libros? ¿Cuáles fueron sus siete favoritos del año anterior? Comenten y suscríbanse. No olviden pasarse por aquí el lunes. ¡Nos vemos!

viernes, 23 de enero de 2015

La princesa valiente


Hola, chicos ¿Cómo están? Esta es la segunda entrada del blog, y la primera vez que converso con ustedes en 2015. Hay varios temas de los que quisiera hablarles, pero me pareció bueno empezar el año mostrándoles mi proyecto más importante. Se trata del primer capítulo de mi novela La princesa valiente, en la que estoy trabajando en la actualidad. Hasta el día de hoy, escribí 34 capítulos, y me faltan siete u ocho para acabarla. Planeo ponerle el punto final en los primeros días de febrero, después de lo cual tendré que dedicarme a tapar baches y a enderezar la trama.
No doy más vueltas. Los dejo con la historia: espero que les guste.

(Para leer otros capítulos, toca aquí).

Capitulo 1
El caballero sin nombre

Mamá me escoltó fuera del castillo. La brisa agitaba incontables banderas multicolores, y un centenar de tiendas refulgían al sol, esparcidas por la colina. La gente de todo el reino llegaba por los caminos y se reunía entre los corceles y las armaduras caminantes, mezclando sus voces al canto matutino de las aves.
Pero yo estaba ajena a esa excitación, a las risas de los niños que presenciaban las locuras de los bufones, a los suspiros que los bardos arrancaban a las doncellas. Lo único que quería era volver a mi habitación, quitarme el vestido de encima y dormir hasta que acabara esa locura.
— Ya hablamos sobre el tema, Madeleine— dijo mamá—. No conseguirás nada con ese berrinche.
— No quiero ver el torneo— insistí, levantando el borde de mi vestido turquesa. Era tan largo que un descuido me enviaría de bruces al suelo—. Ni siquiera me dejan participar…
— Ninguna mujer participa de los juegos: eso lo sabes de sobra. Tu padre fue flexible permitiendo que participaras en el torneo de arquería y tú te negaste.
— Papá sabe que soy un desastre con el arco: lo mío es la espada…
— La espada es para los hombres.
— Podría vencer a la mitad de estos caballeros si me lo permitieran.
— No dudo que puedas, digo que no debes. Los torneos no son para mujeres. Nosotras tenemos otros asuntos de qué preocuparnos.
— Ya lo sé— puse los ojos en blanco—. Nosotras tenemos que lucir bonitas y hablar siempre con cortesía. ¿Por qué no puedo actuar como yo misma?
Mi madre dejó de caminar y me tomó de los hombros. Los caballeros que nos escoltaban formaron una muralla entre nosotras y el resto del mundo.
— Eres una princesa de Dermorn— dijo—. Tu deber es aprender a ser una buena esposa.
— ¿Esposa?— la palabra en sí era como una patada en las entrañas—. Apenas tengo diecisiete años ¿Crees que tengo la edad para pensar en eso?
— Yo me casé con tu padre a los quince…
— El mundo cambió mucho desde entonces.
— Las leyes de Dermorn, no.
— Ni siquiera puedo elegir al candidato.
— Eso tampoco te corresponde, lo sabes bien.
— ¡Pero en el resto del mundo…!
— En el resto del mundo hay gente que muere de hambre, reina el crimen y la guerra— me interrumpió mamá, con sus ojos fijos en los míos—. Dermorn es nuestro hogar, y hay que protegerlo, mantener la paz que tenemos desde hace casi dos siglos. Tu papá y yo hacemos lo que está en nuestras manos para que seas feliz, pero hay asuntos con los que no se juega. De tu comportamiento depende el futuro del reino.
— No quiero sentarme en el estrado, sonriendo como una idiota todo el día.
— No quieres, mas debes hacerlo. Si no es por el reino, hazlo por tu prima. Sabes lo mucho que significa para ella…
— Lo sé— dejé caer la mirada—. Hay que dar una buena impresión a la familia Brendam…
— Exacto— mamá me tomó las manos y sonrió—. Compórtate y disfruta del espectáculo. Tenemos los mejores asientos y el campo de justas está lleno de caballeros muy guapos. Sonríele a un par si te sube el ánimo. Al final hasta te divertirás.
Me obligué a curvar los labios.
— Está bien, mamá. Lo intentaré.
Nunca pude negarme a su sonrisa. En el castillo, todos insistían en que heredé su belleza, pero yo sé que lo decían de pura cortesía. La verdad es que ni en sueños podía compararme con Stella. A donde iba, sus labios se curvaban en ese gesto tan encantador y sabía exacto qué decir para hacer sentir mejor a la gente. En cambio, yo apenas caminaba con uno de mis vestidos, y una cena importante era como el examen más complicado de la escuela: recordar qué tenedor iba bien con cada comida requería de toda mi concentración. Tampoco se me daba bien la costura.
No hay que malinterpretar. Los vestidos me gustan, y podía perderme entre coloretes y faldas toda una tarde, igual que cualquier chica. Sin embargo, para mí, ser mujer significaba más que eso…
Mamá me escoltó hacia el estrado que levantaron junto al campo de justas. La gente se apretaba ante la liza, rodeando a los caballeros que se alistaban para la batalla. El relincho de los caballos y el golpeteo de los martillos sobre el metal, se perdían entre el murmullo de voces.
Mi asiento era uno de los más privilegiados, pero se lo hubiera cambiado a cualquiera en el reino. A mi derecha estaba sentada Adaleia, la hija menor del rey se Starivia. Eso no era malo, puesto que la niña apenas tenía diez años y era bastante tímida. El problema era que a mi izquierda se sentaba Ámbarin, la hija mayor. Era una de esas chicas cuya presencia vuelve inseguras al resto de las mujeres. Sus movimientos eran altaneros, su sonrisa era tan perfecta que parecía falsa y una mirada de sus ojos era capaz de matar.
— Es un fastidio tener que esperar tanto por el torneo— dijo cuando me senté a su lado. Jugueteaba con un mechón de su brillante cabello azabache—. ¿No puedes hacer algo para acelerar el inicio?
— No.
— Si estuviéramos en Starivia, solo tendría que aplaudir y media corte se doblaría ante mis pies.
— No lo dudo…—. Como su hermano Andretious era mayor que ella, nunca se convertiría en reina de Starivia. No obstante, eso no le impedía actuar como si ya la hubieran coronado.
Volteé el rostro, creando una rizada cortina de cabello entre la muchacha y yo. Cuando miré al campo de justas, dos jinetes pasaron ante mí, lanzándome besos. Me sonrojé y decidí que lo mejor era mirarme los pies hasta nuevo aviso. Si alguien quería dedicarme alabanzas, estaba bien, pero recibir besos de los primos de Ámbarin me provocaba arcadas.
Pasé algunos minutos con la vista en el suelo, soñando con volver al castillo y encerrarme en mi torre. Mi padre se acomodó en la cima del estrado, junto a mamá. Para entonces, las gradas excedían su capacidad.
— Bienvenidos a Camin Balduin— dijo papá. Su voz era potente y cada palabra me llegó con claridad a pesar de la distancia—. Les agradezco por venir y espero que disfruten del torneo que preparamos en honor a la familia Brendam, y muy en especial al rey Darbious, a quien agradezco su visita.
Darbious, sentado a su derecha, se puso de pié y se inclinó ante el aplauso del público. Era un hombre tan alto y corpulento, que mi padre parecía un desnutrido a su lado. Tenía el cabello negro como la noche y sus ojos azules parecían tan sagaces como los de un halcón. Su esposa, Adelia Melberine, también se paró a saludar. Era un calco de Ámbarin: en la distancia siquiera se notaban las arrugas que las diferenciaban.
— Esta reunión significa mucho para Dermorn y Starivia por igual, pero más significado tiene para mi sobrina Gabrielle—. Mi prima se puso de pié cuando papá la mencionó. Su vestido violeta resaltó el rubor en sus mejillas—. Y es que ninguno estaría aquí hoy sin ella y su amor por Andretious, heredero al trono de Starivia. En homenaje a su compromiso es que digo ¡Que empiecen los juegos!
— ¡Al fin!— exclamó Ámbarin mientras la gente aplaudía y gritaba con expectación. Cerré los puños y luché para no soltarle un puñetazo en el rostro.
Al torneo se presentaron caballeros de toda Europa, lo que prometía un gran espectáculo. Mi hermano mayor fue el primero en llevar su corcel junto a la liza. Al ver a Galadrius con su armadura, luciendo el rojo y dorado de la familia Deveraux, se lo podía confundir con mi padre. Su rostro y nariz eran afilados, y el cabello castaño se le alborotaba con el viento.
Me sorprendió ver que su oponente era Philip de Castelbrick, el hermano de mamá. Al igual que ella, tenía el cabello rubio, y sobre su armadura llevaba una sobreveste verde, con un unicornio estampado en plata.
El heredero de Castelburgo era inteligente, más ducho jugando al ajedrez que con las lanzas de torneo, y así quedó demostrado. El público aplaudió a mi hermano cuando destrozó la primera lanza en el peto de su oponente, y aclamó de pie cuando la segunda derribó a Philip de su montura.
— No es rival para mi hermano— dijo Ámbarin, quitando relevancia al triunfo de Galadrius.
El siguiente en luchar, fue precisamente Andretious Brendam. Era tan alto como su padre, aunque, en mi opinión, mucho más atractivo. Llegó con una armadura tan lustrada que parecía hecha de espejos. En su escudo negro, brillaba el dragón dorado de la familia Brendam.
Su oponente se acercó al estrado. Era un joven que, por su rostro, apenas alcanzaba la mayoría de edad. Sostenía en alto una rosa y detuvo su corcel ante mí.
— La belleza de esta rosa no se compara al sol que se esconde tras tus ojos— dijo, con sus pupilas azules puestas en las mías—. No obstante, te la entrego a vos, implorando por una sonrisa que sea mi bandera en la batalla.
Eran palabras empalagosas, de modo que me sonrojé.
— Gracias…— balbuceé.
— Mi hermano te acabará— dijo Ámbarin, mientras el caballero iba a la liza. Me quedé contemplando la rosa, con el corazón acelerado.
Cuando volví a mirar al caballero, este tenía su vista fija en mí. Se puso el yelmo y un escudero le entregó la lanza. El blasón en su escudo me resultó desconocido: un grifo plateado sobre campo púrpura. Justo me preguntaba cual sería su nombre, cuando inició su galope, con la lanza apuntando al frente.
Se encontraron al centro del campo. La lanza de Andretious voló hecha astillas cuando golpeó el pecho de su oponente. El caballeo sin nombre cayó de bruces al suelo y yo contuve la respiración. Ámbarin soltó una carcajada.


Gracias por leerme. ¿Conocen a alguien tan fastidioso como Ámbarin? Comenten, y suscríbanse al blog. Habrá entradas nuevas cada semana. ¡Hasta la próxima!