miércoles, 9 de diciembre de 2015

El castillo del príncipe


Hola ¿Cómo están? Les voy a compartir otro capítulo de Una bruja entre tinieblas, aunque no es la continuación exacta del último que publiqué. El de hoy tiene un significado muy especial, porque fue la primera vez que apareció Camin Balduin, el castillo de La princesa valiente. Espero que les guste.

Capítulo 22
El castillo del príncipe

El país de los tulipanes, los diques y los molinos de viento, había quedado atrás. Los primeros vestigios dorados del día se filtraban entre el espeso vapor de las nubes que empañaban los lados de la formidable diligencia, la cual surcaba ya los cielos del amanecer, arrastrada a una gran velocidad por cuatro fantásticos corceles alados.
  Los verdes ojos de Samantha refulgían levemente mientras observaba pensativa a través de húmedo cristal el lejano horizonte de ese mundo en movimiento. La última afirmación de Asthemus Grildean la había impactado en extremo, y algo en su interior le decía que, a pesar de las posteriores insistencias del gnomo aludiendo a que era normal que alguien hubiera pasado por alto tal información dado el alboroto provocado por Whailendalle al día siguiente, alguien se había encargado de mantener todo eso en secreto, lejos del alcance de Nhiveane.
   ¿Y por qué no? Después de todo, Nhiveane contaba con bastantes enemigos en su propio bando en la guerra contra los vampiros, entre ellos el supremo consejero de Welindalia. La muchacha podía imaginar con facilidad a Holam Godorock pagándole una pequeña cantidad de oro a uno de sus tontos secuaces para que escondiera en una polvorienta estantería todos los datos sobre la muerte de Stephen Elkins y, con estos, cada informe de asesinatos extraños en Inglaterra, con el único propósito de evitar que Nhiveane pusiera sus manos sobre ellos.
   Indudablemente el descubrimiento de Asthemus representaba una invaluable pista si uno trataba de vislumbrar el propósito con el cual el rey de los vampiros había atacado el banco Welfare and Castle, pues abría un firme camino para comenzar a investigar: no cabía dudas de que el señor Elkins no había muerto por casualidad, y de seguro estaba al tanto del secreto que el banco albergaba tras sus muros.
   Ante tales verdades, Samantha se sintió una tonta. El recuerdo de esa lejana tarde en que su papá les comunicó a su mamá y a ella la noticia de la muerte de aquel señor llegó de algún recóndito lugar de su mente, y pensó que de haber rememorado tal detalle antes de la última reunión de su tutora con el consejo, esta habría pasado menos penurias para conseguir la aprobación para hacerse cargo de la tan mencionada investigación.
  En cualquier caso, decidió no comentar esto último con nadie, porque existía muchas cosas que no entendía y, por razones inexplicables, le atemorizaban. Una de ellas eran sus misteriosos sobresaltos, los presentimientos escalofriantes que la abordaran, como saltara ahora a su memoria, cuando viera la fotografía del difunto gerente estampada en la primera plana del diario que su papá leyera la misma mañana del desastre en Londres, y, más tarde, en los momentos previos al desplome del imponente edificio.
   Volaban ya sobre Francia y se internaban gradualmente en tierras meridionales. La noche había llegado a su fin y ahora, a la creciente luz de la mañana, se abrían paso en un cielo azul encantado, a una considerable altura de ciudades, bosques y ríos que desaparecían en las lejanías del norte.
   Fue un viaje largo y hermoso. El nombre de Stephen Elkins se había grabado a fuego en la mente de Samantha, impidiéndole pensar en algo distinto. De todas maneras, no dejó de notar que mientras más se internaban en ese bello país, el paisaje se hacía más verde y despoblado.
   Entonces notó que el carruaje perdía altura. La joven miró instintivamente a Nhiveane y esta le dedicó una sonrisa.
  — Ya estamos llegando— dijo la mujer. El gnomo asentía fervorosamente con la cabeza.
   Ante esto, Samantha pegó el rostro en el cristal de la portezuela: planeaban cada vez a menor distancia de un vasto mar de verdes colinas. Frente a ella, en los lindes de un frondoso bosque, la esplendorosa luz del sol, el cual brillaba ya muy alto en el cielo, caía de lleno encima de las blancas paredes de piedra de un magnifico castillo salido de un cuento de hadas, con elevadas torres de azules cimas cónicas en cuyos extremos ondeaban banderas rojas y doradas.
  — He aquí nuestro destino— dijo Nhiveane—. Observa las admirables torres del gran castillo Camin Balduin, hogar de la familia Deveraux.
  — Es muy hermoso— dijo Samantha con la mirada puesta en el impresionante bastión al que se acercaban—. Pero jamás imaginé que la familia Deveraux vivía en un castillo propio: supuse que nos dirigíamos a una casa en el campo.
  — Es una humilde sorpresa de mi parte— admitió Nhiveane sonriendo—. Además, no quise ponerte nerviosa de alguna forma, no antes de lo prudente, pues Christine y su familia están sometidas a un antiguo titulo nobiliario.
  — ¿Son nobles?— preguntó Samantha con notoria sorpresa— ¿Cómo puede…?
  — Espera a nuestra llegada— la interrumpió Nhiveane—; ahí sabrás aún más de cuanto pueda decirte yo…
   Los caballos alados sobrevolaron un angosto camino que corría sobre el ondulado terreno, y pronto los pasajeros de la diligencia sintieron como esta tocó el suelo con insospechada sutileza. Los mágicos animales llevaron el carruaje  por un corto puente que sorteaba un pequeño riachuelo, ascendieron por la ladera de una verde colina tapada de unas blancas florecillas, y se detuvieron justo ante la construcción medieval que reinaba ese paisaje estival.
   El gnomo y las dos brujas bajaron del coche. Cuando sus pies se apoyaron sobre el césped de la loma, Samantha recorrió con su vista el castillo que se erguía majestuoso frente a ella, teniendo una noción más real de las gigantescas dimensiones que poseía, y, aunque en Odrem Cerilan había visto construcciones de proporciones mucho más colosales, no dejó de impresionarse con la presencia de aquel.
  — Entremos— dijo Nhiveane poniendo su mano sobre el hombro de la chica—. Arthur se encargará de traer nuestro equipaje.
   Los tres viajeros caminaron hasta el principio de una amplia escalera que llevaba hasta el enorme umbral de entrada que se erguía justo en mitad de la fachada del edificio principal, entre las hileras de amplios ventanales que reflejaban el cielo, y ascendieron directo al final de esta.
   Una vez de pie frente a a maciza puerta de roble, Nhiveane tomó la pesada argolla de una de las antiguas aldabas de hierro, las cuales estaban talladas como el rostro de leones furiosos, y golpeo tres veces a modo de aviso. Muy pronto escucharon el sonido de una enorme tranca correrse en el interior del recinto, y, con un sonoro chirrido, comenzó  a abrirse una pequeña rendija de cara a ellos. Por medio de esta, se asomó una joven mujer de cabello oscuro.
  — ¡Nhiveane! ¡Señor Grildean!— exclamó al verlos— ¡Finalmente han llegado! Los centinelas de las atalayas de la frontera norte enviaron un mensaje diciendo haberlos avistado, y los esperábamos desde entonces— dirigió su atención a la chica pelirroja—. Tú debes ser la muchacha que la señorita Madilandah adopto; yo me llamo Suzanne Chartres, y trabajo para los señores de este castillo.
  — Me da gusto conocerla: yo soy Samantha Scott Lewis…
  — El gusto es mío, querida— dijo Suzanne apartándose de la entrada—. Pero pasen, por favor, sean bienvenidos a Camin Balduin.
   Samantha cruzó el umbral junto a su tutora y al representante del reino de los gnomos. Puso sus pies sobre el brillante suelo de un amplio vestíbulo. En la pared opuesta a la puerta por la cual hubo accedido, y a un lado de una amplia escalera, colgaba un gran tapiz con el blasón de la familia Deveraux: un escudo rojo y dorado con un dragón, un pequeño castillo, un unicornio y un arpa dibujados en su superficie. A los lados de este, resaltaban dos furiosos leones coronados, mientras que debajo podía leerse una frase en el idioma de Hetsire Nos: Hall bedrial eranos les la ellanih tho holl´es miranda.
  — Si son tan amables de seguirme, he de guiarlos primero a las habitaciones que han sido preparadas para vosotros— dijo Suzanne mientras cruzaban todo el vestíbulo en dirección a la escalera, cuyos peldaños subían internándose en el castillo.
  — ¿Qué hay de los señores de esta casa?— preguntó Asthemus Grildean al cabo que ascendían por la escalera—. Me gustaría poder hablar con ellos más tarde…
  — Será difícil que encuentre a la familia antes de la cena de esta noche— dijo la señorita Chartres—. El señor Jean-Sylvain se halla en su laboratorio de la torre alta y se meterá en muchos problemas aquel que ose molestarlo. En cuanto a su hijo, el señor Alexandre, está junto a su esposa y su hijo, resolviendo ciertos asuntos en París. En cualquier caso, los señores me han informado que esta noche se los homenajeará a vosotros como invitados de honor…
   Samantha apenas podía digerir lo que estaba pasando. Caminaba ahora por los interiores de otro fabuloso castillo de nobles, en alguna parte de Francia, y por si fuera poco, cenaría con los señores de este como una invitada de honor. Las locuras parecían no tener fin en su vida desde su descubrimiento del mundo mágico, y pensar en que apenas llevaba una semana inmersa en este, la hacían preguntarse cuantas cosas por ver y vivir la esperaban ese verano.
   En el segundo piso se toparon con una mujer un poco mayor, cuyo nombre, según musitó, era Auvernia Paillet.
  — Me encargaré de llevar a Nhiveane y Asthemus a sus habitaciones, querida Suzanne: encárgate de la jovencita.
   La chica pelirroja notó un cierto aire de extrañeza en la manera de hablar de aquella mujer y supo por las miradas que el señor Grildean y Nhiveane intercambiaron, que aquella poseía una segunda intención a parte de mostrarles sus dormitorios. ¿Qué podía haber ocurrido? ¿Había alguna novedad sobre Whailendalle?
  — Bueno, Samantha, nos veremos a la hora del almuerzo— dijo Nhiveane antes de apartarse de la chica—. Aprovecha para descansar un rato, y si tienes el humor necesario, estudia los libros de magia: puede que más tarde continuemos con las lecciones para usar tus poderes.
   Fue un suceso muy intrigante para muchacha, pero la emoción de estar en un sitio tan maravilloso casi lo opacó por completo. Suzanne le propuso continuar el recorrido y así lo hicieron.
   Samantha observó con sumo cuidado todo cuanto la rodeo durante el trayecto; pinturas, tapices, estatuas armaduras y un sinfín de otros adornos atestaban cada una de las macizas paredes de roca en todo ese palacio medieval. Caminaron un buen rato entre un laberinto de pasillos y pasadizos escondidos con sus pasos haciendo eco al golpear el lustroso suelo hecho de baldosas de mármol blancas y negras, dispuestas de igual forma a un tablero de ajedrez. Más tarde, el vestido esmeralda de la muchacha ondeó sutilmente cuando comenzaron a escalar una larga escalera de caracol que subía hasta la cima misma de una torre. Una puerta negra las recibió al final de esta y Suzanne no dudó en abrirla.
  — Esta es su habitación, señorita Samantha— dijo dando un paso en esta y apartándose del camino, permitiéndole el paso a la adolescente. Era una pieza con forma casi circular. Había un par de roperos y cuadros, y una mullida cama ocupaba un buen espacio cerca una ventana que daba al exterior. Samantha caminó hasta esta última llevando su vista por todo alrededor, y miró por aquella abertura. Al menos cuatro de las elegantes torres del castillo Camin Balduin se recortaban en el cielo azul. Más allá, se agitaban las copas de los arboles del bosque que se perdía lejos en el horizonte, donde se veían de manera difusa un par de montañas coronadas de un eterno manto de nieve.
  — La torre mediana que ve justo ante usted es donde están los aposentos que preparamos para su madrastra— dijo Suzanne apuntando a la misma. Un viejo mago entró también a la habitación trayendo consigo el baúl con las pertenencias de Samantha—. El señor François ha traído su equipaje: detrás de la puerta que ve allá— señaló una pequeña puerta junto a un ropero— encontrará un humilde baño donde podrá ducharse si lo desea. El almuerzo  se sirve en el gran comedor a las doce en punto; si necesita algo más, envíeme un mensaje y estaré aquí en un santiamén ¿de acuerdo? Ahora, si me disculpa, debo atender otros asuntos, adiós…
   La señorita Chartres cruzó toda la pieza y desapareció detrás de la puerta de salida, y Samantha se quedó de pie en el centro mismo de la habitación. Echó un fuerte suspiro: otra vez estaba sola.
   Mientras llevaba su vista nuevamente por todo ese sitio, aprovechó para descolgarse del cuello la sofocante capa negra y, sin más, se dejó caer sobre la cama. Estaba algo fatigada después del viaje. Por un momento, se mantuvo pensando en cómo serían los dueños de ese castillo, preguntándose si tendrían la misma dulzura que Christine. Entonces, sin siquiera poder evitarlo, se quedó profundamente dormida.
   Era casi medio día cuando el sonido de unos golpes terminó por despertarla. Samantha levanto con pesadez sus parpados; comprendiendo que se había caído presa del sueño, consecuencia de haberse levantado tan temprano, llevó su vista al lugar de donde provenían los golpecillos, y saltó súbitamente de la cama, sobresaltada.
   Sobre una mesa de luz, justo a un lado de su cabeza, un halcón de oscuro plumaje se encontraba de pie, picoteando el borde de la mesita con la intención de despertarla.
   Por un momento, Samantha permaneció muy lejos, en el lado opuesto de la habitación, con la mano derecha puesta encima de su pecho, donde su corazón latía con tanta violencia como un tambor de guerra. Examinó con detenimiento al animal. Indudablemente se había escabullido a través de la ventana, porque esta estaba abierta de par en par. Pero ¿Cuáles eran sus intenciones? ¿Deseaba picotearle los ojos y la nariz?
   La admirable ave miró el rostro de la muchacha con sus penetrantes ojos y, más tarde, para sorpresa de Samantha, se inclinó en una profunda reverencia. Luego extendió sus magníficas alas y sobrevoló toda la habitación hasta escaparse por la ventana.
   La chica no supo explicar lo que había ocurrido: mantuvo su vista sobre el halcón hasta que se perdió entre las edificaciones del castillo. Consultó la hora en un viejo reloj y supo que, de no haber sido por el alboroto de aquel emplumado intruso, se habría perdido el almuerzo.
   Sin más, salió de la habitación y se precipitó escaleras abajo. Se movió un par de minutos entre pasillos hasta que, justo cuando comenzaba a admitir haberse perdido, se encontró con una joven de su misma edad.
  — Buenos días— le dijo Samantha— ¿Me podrías decir cómo se llega al gran comedor?
  — Claro, precisamente me dirigía hasta ahí— dijo la otra chica. Tenía un lacio cabello de un castaño muy claro, y unos ojos oscuros destellaban en un rostro de delicadas facciones, mirando con extrañeza a su interlocutora—. Podemos ir juntas, pero ¿Cómo te llamas? Nunca te había visto por aquí…
  — Me nombre es Samantha Scott Lewis— respondió esta—; llegué a media mañana junto a Nhiveane Madilandah, invitada por los señores de este castillo.
  — ¡Tú eres la muchacha a quien Nhiveane adoptó!— exclamó la chica de cabello lacio, con un notorio asentó francés—. Me da mucho gusto conocerte: yo soy Gabrielle Deveraux.
  — Eres la hermana de Christine— dijo Samantha—: ella me había comentado algo sobre ti… Me alegra encontrar por fin a un miembro de la familia Deveraux. Nunca esperé una gran bienvenida, pero supuse que alguien vendría a saludarnos a mí y a mis compañeros de viaje…
  — Me disculpo por todos en mi querida familia, Samantha— dijo Gabrielle—; mas, como entenderás, nadie parece descansar en este hogar…Mis padres, mis tíos, he incluso mis primos, siempre están muy atareados: tienen deberes importantes todos los días…
  — No hay de que excusarse— indicó Samantha—. Sé que tu familia es importante. Les agradezco a todos por darme la oportunidad de hospedarme en un sitio tan precioso.
  — En realidad será algo muy bueno tener gente nueva viviendo aquí ¡No te imaginas lo sola que me siento a veces cuando mis parientes salen a atender sus obligaciones mientras yo no tengo ninguna: por lo menos ahora voy a tener a alguien con quien charlar…!
   Las adolescentes se encaminaron hacia el gran comedor. Cruzaron un par de pasillos y puertas hasta llegar a una escalera que desembocaba en el vestíbulo.
  — Me acaba de ocurrir algo muy loco en la habitación que me han cedido— comentó Samantha bajando por los peldaños.
  — ¿Si? ¿De qué se trata?— preguntó Gabrielle viéndose notoriamente interesada.
   Samantha le contó sobre el halcón que se había metido por la ventana de la torre y como este le había dedicado una reverencia antes de escaparse volando nuevamente.
  — Veo que ya tuviste la oportunidad de conocer a Argos— dijo la chica francesa—. Es el halcón de mi abuelo, y se mantiene al tanto de todo cuanto ocurre en el castillo gracias a él. Es un ave muy inteligente, según sé, suele presentarse con todas las visitas…
  — Eso sí es loco— dijo Samantha— ¡Utilizar a un ave para tener vigilado un lugar!
  — Un mago poderoso puede lograrlo con facilidad— explicó Gabrielle—. Es probable que el mismo Whailendalle tenga animales entrenados para fines similares…
   Una vez en el vestíbulo, las chicas se acercaron a una gran puerta que vieron a su derecha. Del lado opuesto, Samantha se encontró de pie ante un vasto salón; las paredes estaban cubiertas de retratos de magos y brujas (antepasados de los Deveraux, según supo más tarde), había armaduras, arañas con velas y, en la cara opuesta de la habitación, se abría la enorme boca de una estufa.
   En el centro mismo del gran comedor, una larga mesa de ébano se erguía cargada de adornos, destellando levemente con la luz que se colaba por los amplios ventanales que daban al exterior. Sentado a un lado se hallaba el señor Asthemus Grildean, quien era, hasta ese momento, el único que esperaba para almorzar.
  — ¡Señor Grildean! ¡Qué gusto verlo otra vez entre las paredes de Camin Balduin!— exclamó Gabrielle a modo de saludo, allegándose al gnomo con la chica pelirroja—.Veo que aun no deja de fumar esa porquería…
   Asthemus sonrió levemente mientras tomaba una bocanada de humo de su larga pipa.
  — Señor Grildean— empezó a decir Samantha mirando a todas partes— ¿Dónde está Nhiveane? Dijo que nos veríamos aquí…
  — Tu madrastra está atendiendo una situación importante que ha surgido de forma imprevista— respondió el apelado—. Ha viajado a París.
  — ¿Está en París?— preguntó Gabrielle sentándose a la mesa— ¿Sucedió algo ahí?
  — ¿No le han contado aun, joven Gabrielle?— preguntó Asthemus, desconcertado—. Hubo un ataque en el distrito mágico del rio Sena.
  — ¡Es donde están mis padres!— exclamó la muchacha francesa con exaltación.
  — No se alarme— se apresuró a decir el gnomo—. Hace un rato, el señor Alexandre envió un mensaje asegurando estar bien, pues la situación fue controlada ya…
  — ¿Fue Whailendalle?— preguntó Samantha recordando la cara con la cual la señora Auvernia había insistido con guiar a Nhiveane y Asthemus hasta sus habitaciones, seguramente, con la verdadera intención de informarles a cerca del ataque— ¿Ha muerto alguien?
   — Fue obra del rey vampiro, pero no apareció en persona— dijo Asthemus—. De alguna manera, sus sirvientes soltaron un ogro en mitad de una calle, lo cual sembró mucho terror, por supuesto…
  — ¡Qué horror! ¡Un ogro en mitad de París!— exclamó Gabrielle. Una joven criada entró al gran comedor.
  — ¿Qué sucede, joven Gabrielle?— preguntó acercándose—. Si quería saber del almuerzo, le informo que en breve estará servido para usted y los nuevos huéspedes.
  — ¿Por qué nadie me informó del ataque en la capital, Criseida?— cuestionó la hermana de Christine con enojo— ¡Mi familia corría un peligro terrible y dejaron que yo lo ignorara!
  — Lo siento, señorita— se disculpó Criseida—. No fue nuestra intención hacerla enojar. Cuando su abuelo supo la noticia, dio la orden a todos en la casa de que no se le revelara a usted detalle alguno de este tema hasta no tener noticias de sus padres.
  — ¿Y dónde está mi abuelo?
  — Esta en la torre alta: aseguro que era inútil volar hasta París, así como lo hizo la señorita Madilandah, y se concentró en mover sus influencias mediante cartas. Fue él mismo quien obtuvo noticias de sus padres, señorita Gabrielle: están ilesos, aunque no existe información clara de lo ocurrido.
  — ¿Dijeron cuando regresarían?
  — Tomarán el almuerzo en la ciudad, por lo tanto, no retornarán hasta la tarde.
   Gabrielle se mostró aturdida. Se mantuvo pensando en este tema, imaginando lo que podría haber ocurrido en realidad en la capital de Francia. No fue la única. Samantha sentía demasiada  curiosidad por todo y aprovecho para entrevistar sus acompañantes de mesas al tiempo que un par de criadas servían el almuerzo.
  — Señor Grildean ¿Podría decirme qué es el distrito del río Sena? ¿Es otro castillo habitado por magos?— preguntó.
  — No, mi querida amiga, no es un castillo— afirmó el gnomo, llevando su mirada por todas las suculencias que habían servido frente a él—. El distrito mágico del río Sena es la única parte de París donde los magos tienen sus casas y sus tiendas exclusivas para ellos.
  — ¿Es un barrio de hechiceros?
  — No precisamente. Son hogares y tiendas que a lo largo de los años, y por diversas razones, han sido construidos entre las construcciones de los no-magos, a las riveras del río Sena. El consejo ha intentado dispersar más ese cumulo, pues resulta muy difícil esconder tanta actividad mágica que se desarrolla tan dentro de los movimientos de la gente sin magia, pero en vez de ello, existe un prefecto (el cual es elegido cada algunos años por los habitantes del distrito) que se encarga de hacer reglas para mantenerlo oculto y ordenado, y, mediante una guarnición especial de magos, defenderlo si acaso fuera atacado.
  — ¿Y que podrían estar haciendo tus papás ahí, Gabrielle?
  — Estaban haciendo unas compras y trámites a los que debían acudir en persona— respondió la apelada.
  — ¿Y por qué Whailendalle soltaría a un ogro en mitad de esa zona de París?— volvió a hablar Samantha.
  — Supongo que para sembrar pánico— dijo Asthemus—. El miedo es la mayor arma de Whailendalle; quizá parezca que un ogro no represente un gran desafío para los guerreros de Welindalia, pero aumenta el terror en la sangre de todos quienes se oponen al rey vampiro, terror a perder a un familiar o incluso la propia vida en cualquier momento, pues atrocidades como esta se cometen cada día en todo el continente europeo.
  — Es, sin embargo, algo muy raro— intervino Gabrielle—. Los ogros son criaturas demasiado valiosas en la defensa de castillos, y es una tontería llevar a una criatura de esas al aire libre, donde es vulnerable, solo para causar un poco de terror. Al menos es una tontería si tu mayor interés es acumular poder: Whailendalle es más inteligente que eso.
  — Tal vez tengas razón— cedió Asthemus—. Este es un asunto que me intriga desde un principio, y no he dejado de pensar en tal o cual hipótesis. Mas, de nada vale conjeturar si no se conocen los hechos de forma precisa. Es necesario que olvidemos todo por un rato y nos concentremos en otra cosa ¿Qué tal si nos hablas algo sobre ti, Samantha? Seguro Gabrielle estará tan interesada como yo por conocerte.
  — Seguro que sí— asintió Gabrielle— ¿Hay tantas cosas que desearía preguntarte, Samantha? ¡No imaginas los rumores que han corrido sobre ti en el castillo desde que Christine nos habló de tu llegada por medio de un mensaje!
   Samantha no supo que decir. Sus mejillas se habían puesto rojas como una fresa.
   — Me gustaría saber cómo hiciste para no morir en Londres…— continuo la chica francesa con sus ojos destellando expectantes—. Es decir ¿Qué clase de magia usaste para repeler el efecto de la maldición Vartes Limerduan? Debió ser una muy poderosa porque…
  — No utilicé magia alguna— la interrumpió Samantha.
  — ¿Cómo es posible…?— balbuceó Gabrielle.
  — No lo sé, y pienso que nadie lo descubrirá nunca. Cuando ocurrió el desastre en Londres yo no sabía que poseía poderes mágicos. Según Nhiveane, habría sido mi primera manifestación mágica la cual me permitió sobrevivir, pero varios consejeros de Welindalia pusieron en duda esa hipótesis… Uno de sus miembros dijo sobreviví a causa de una pequeña falla en el hechizo de Whailendalle…
  — La mayor parte del consejo odia a Nhiveane— afirmó Gabrielle—. Eso de la falla es una tontería que inventaron para ponerse en su contra.
  — No estés tan segura— terció Asthemus—. Cada hechizo, maldición o encantamiento, está condenado a fallar en algún momento, y me inclinaría a pensar que ha sido la causa por la cual Samantha sigue viva si Nhiveane no me hubiera comentado sobre el viaje que ambas realizaron desde Londres hasta Ámsterdam utilizando delivells.
  — ¿Has viajado todo ese trayecto con un delivell?— preguntó Gabrielle a Samantha— ¿No has dicho que hace tan solo unas semanas creías ser una no-maga?
  — Viajé la misma noche en la que conocí a Nhiveane, y ella fue quien me dijo que yo podía ser una bruja— dijo Samantha.
  — ¡Por Merlín!— exclamó Gabrielle— ¡Nunca escuche de algo igual! ¡Debes contarme todo desde el principio!
  — Está bien, mas te advierto que es una historia larga de contar— le previno la bruja de cabello rizado.
  — No me importa: no podré estar tranquila hasta no oír tu historia…
   Después de estas palabras, Samantha de narrar la reclamada historia, comenzando desde el día en el cual despertó en un hospital de Londres, luego de ser rescatada de la tumba de escombros del banco Welfare and Castle. Omitió muchos detalles espantosos que no deseaba revivir.
   A pesar de lo terribles de la mayor parte de los acontecimientos en su narración, la chica pelirroja se sintió feliz de relatarla, pues tenía ahora en su haber una fantástica historia digna de contarse muchas veces. El interés de Gabrielle crecía a cada palabra que Samantha pronunciaba. Cuando terminó el almuerzo, invitó a esta última a caminar un rato por el castillo para mostrarle de este, y Asthemus las acompañó.
   Sucedió entonces que la historia se vio interrumpida por elogios y expresiones de asombro por parte de Samantha, pues ese paseo sin rumbo por Camin Balduin los llevó a recorrer muchos pasillos cargados de adornos prodigiosos, con una arquitectura elegante y majestuosos paisajes que se ofrecían por medio de los cristales de ventanales enormes.
  — Es una fantástica historia la que nos has narrado, Samantha— dijo Gabrielle mientras caminaban por un pequeño patio que se encontraba en el tercer piso, cercado por las redondeadas caras de torres cubiertas de enredadera, y abierto a un humilde trozo de cielo azul—. No obstante, imagino cuan terrible debe resultar para ti ser la protagonista: es un milagro que Arbendur no haya logrado asesinarte y, probablemente, el enojo e interés de Whailendalle por matarte se ha visto acrecentado por esto.
  — Es terrible— comentó Samantha—, pero mi miedo hacia el rey vampiro es nada se compara con mi odio hacia él. Me ha despojado de todo a cuanto yo quería, y si alguien no lo detiene, seguirá haciendo lo mismo con otras personas y conmigo…
  — Tranquilízate, mi querida amiga— la frenó Gabrielle, sintiendo un escalofrío al escuchar las palabras de la chica—. No debes torturarte con este tema. Aquí en Camin Balduin estarás segura: este castillo está protegido y oculto por centenares de conjuros sumamente poderosos. Aun si Whailendalle lograra traspasarlos, debería enfrentarse a los miles de caballeros que custodian este territorio, y sería muy poco probable que este lograra vencerlos antes de que el consejo de Welindalia envíe más refuerzos.
  — ¡No tenía idea de cuán importante es tu familia en realidad!— dijo Samantha—. Y ahora que lo menciono, Nhiveane no me comentó por qué: solo me dijo que eran nobles.
  — Mi abuelo es un príncipe— dijo Gabrielle.
  — ¿Un príncipe?
  — Durante siglos, mi familia ha estado a cargo de este principado perdido del ojo de los reyes de Francia: el principado de Dermorn— continuó la chica francesa, hablando con orgullo—. Este Castillo se halla en mitad de un territorio oculto que va desde las atalayas en las verdes colinas del norte, hasta los lindes meridionales del bosque Misterioso. Hay varios pueblos mágicos dentro de estos dominios, sobre todo porque, junto con la lejana tierra de Farlehamburgo, es uno de los últimos lugares de la superficie mundial que está libre de vampiros.
  — ¡Jamás imagine estar hablando algún día con la nieta de un príncipe!— exclamó Samantha. La joven Suzanne apareció entonces en el patio y caminó hasta donde las brujas y el gnomo charlaban.
  — Estaba buscándola, señorita Gabrielle— dijo a la chica de cabello castaño—. Le informo que la profesora de piano la espera ya en el salón.
  — ¿Debo ir ahora?— preguntó la apelada con una notoria falta de entusiasmo.
  — Tiene que hacerlo. Si su papá se entera que ha desatendido las clases una vez más, va a meterse en muchos problemas.
  — Si no hay más remedio…— susurró Gabrielle. Miró al gnomo y a la joven pelirroja—. Debo dejarlos por el momento— dijo—. Desgraciadamente mi familia insiste en que debo aprender a tocar piano, pues, según su creencia, una dama debe saberlo.
  — No te pongas tan mal— dijo Samantha—. Ojalá mis padres me hubieran pagado un profesor de piano: me encanta como suenan.
   Gabrielle se rió.
  — Eso lo dices porque nunc has asistido a clases para aprender a tocarlo: con toda seguridad acabarías por odiar la sola mención de la palabra piano se eso ocurriera.
  — No sea exagerada, señorita Gabrielle— dijo Suzanne—. ¡Quien la oyera pensaría que su profesora la tortura de manera espantosa! He oído como toca usted y no lo hace nada mal. Además, sus padres tienen mucha razón en obligarla a aprender: la música expande la mente de las personas.
  — No tengo deseos de discutir con nadie— dijo la hermana de Christine caminando hasta una puerta que salía del patio—. Nos vemos más tarde, amigos, debo ir a expandir mi mente. Cuando volvamos a vernos me habré convertido en una dama…
   Suzanne miró indignada como Gabrielle se alejó de ella y luego se volvió a los nuevos huéspedes en Camin Balduin.
  — En cuanto a ustedes, les informo que la señorita Madilandah acaba de volver de París hace unos minutos— dijo.
  — ¿Volvió?— preguntó Samantha— ¿Dónde está?
  — En este momento disfruta de una taza de té en una sala estar del tercer piso: puedo guiarlos si así lo desean.
  — Que así sea— dijo la chica pelirroja—; no puedo esperar para saber las novedades que mi madrastra ha traído consigo.
   El estar del tercer piso era una habitación bastante acogedora en donde unos cuatro o cinco sillones rodeaban la boca de una estufa. Reposando con tranquilidad en uno de estos, el gnomo y la adolescente se encontraron con Nhiveane, quien parecía navegar entre un enmarañado mundo de pensamientos.
   Asthemus y Samantha se acomodaron en otros dos sillones y acompañaron a la mujer con una taza de té, al tiempo que esta les contó todo cuanto sabía del ataque del ogro. Nada cuanto lograra saber  allí hablaba del por qué de este, pero, al perecer, el monstruo mitológico arremetió de forma decidida sobre una de las tiendas del distrito mágico, sembrando terror en una de las importantes calles de París hasta ser abatido por un joven guerrero (cuya identidad le fue imposible saber a Nhiveane, pues el revuelo entre la gente de la zona era mayúsculo).
   Samantha, quien esperaba enterarse de alguna noticia relevante que acaso pudiera arrojar luz sobre este asunto misterioso, se mostro decepcionada, y bien pudo haber bombardeado a su madrastra con preguntas, si algo no la hubiese interrumpido primero.
   En el instante mismo en el que Nhiveane acabó de contar sus averiguaciones, el bramido de un cuerno llegó desde una considerable distancia del castillo, resonando con potencia en los oídos de todos los que ahora lo habitaban.
  — ¿Qué es eso?— preguntó Samantha con desconcierto, mientras los cristales de las ventanas aun temblaban a causa de tan poderoso sonido.
  — ¡Es el cuerno del señor Alexandre!— dijo Nhiveane poniéndose de pie— ¡El hijo del príncipe retorna a Camin Balduin!
   Nhiveane, Asthemus y Samantha, se movieron con suma rapidez por entre las paredes del castillo, hasta salir por el umbral principal de este, donde, de pie en el césped del exterior, se hallaban todos quienes lo habitaban.
   A lo lejos, más allá del riachuelo que cruzaba los terrenos ante el bastión, moviéndose entre el ondulado espacio verde, podían verse a medio centenar de caballeros con armaduras que destellaban al sol, galopando en magníficos corceles. Algunos de estos guerreros tocaban otros cuernos a modo de aviso, y estandartes con el escudo de la familia Deveraux ondeaban sobre las cabezas de la compañía, en cuyo centro sobresalía el techo negro de un elegante carruaje.
   La ordenada comitiva pasó sobre el macizo puente de roca que cruzaba el pequeño río, y, entre un el golpeteo de cascos y las voces animales, ascendió por la ladera de la colina en donde descasaban los descomunales cimientos del palacio medieval. Los caballeros abrieron a la mitad la compañía y se dispusieron a los costados de la diligencia para permitirle así el paso a esta y a un majestuoso jinete de vestiduras principescas que montaba un blanco corcel de largas crines.
   Cuando todo el sequito hubo detenido su avance, el jinete se apeó de su caballo de níveo pelaje y, luego de entregarle las riendas del mismo a un joven palafrenero, caminó hasta el coche para ayudar a una hermosa mujer rubia y a un niño de unos once años a bajar del transporte.
  — ¡Han vuelto!— exclamó Gabrielle bajando velozmente la escalera que daba a la puerta principal del castillo, para correr entonces a los tres personajes que caminaban ahora hacia este—. ¡Estaba tan preocupada por ustedes!
  — Jamás un solo ogro ha derramado sangre de la familia Deveraux, hija mía— dijo quien, sin duda, era el señor Alexandre, pues, junto a su esposa y a su hijo menor, acaparaba todas las miradas—. Mi corazón se alegra al verte una vez más, Gabrielle— dirigió su mirada hacia Nhiveane, Asthemus y Samantha, los cuales presenciaban la escena en silencio—. Según parece, nuestros huéspedes de honor llegaron a salvo al castillo.
  — Claro, papá— dijo Gabrielle—; yo ya he estado hablando con Samantha y no imaginas cuan increíble es todo cuanto me contó.
   La joven pelirroja se sonrojó al notar que el hijo del príncipe se aproximaba a ella acompañado de su esposa y dos de sus hijos.
  — ¡Es un gusto encontrarte, Nhiveane! Me hace feliz que hayas aceptado nuestra invitación a hospedarte en Camin Balduin junto a la chica que adoptaste— dijo Alexandre, y pronto llevó su atención a la adolescente inglesa—. Por cierto, tú debes ser la famosa Samantha de la cual mi querida Christine nos ha hablado…
  — Soy Samantha Scott Lewis: es un honor para mí conocerlo, señor Alexandre— dijo ella con una voz algo viciada de timidez, atinando a realizar una solemne reverencia. Se sentía algo empequeñecida ante la noble postura de ese señor de claro cabello castaño que tenía sus ojos negros puestos sobre ella.
  — El honor es todo mío, Samantha— dijo el hijo del príncipe de Dermorn—. Ni por asomo puedes imaginar el interés de todos e mi familia por conocerte, pues ¿cuán seguido se puede estar ante una muchacha de tu edad que haya sobrevivido a las terribles atrocidades de Whailendalle en más de una ocasión?
  — No debes importunarla con esos temas ahora— dijo la mujer rubia con una sonrisa dibujada en sus labios.
  — Por supuesto— cedió Alexandre—. Samantha, te presento a Stella de Chateaubriand, mi esposa.
   La mujer de largo cabello dorado y destellantes ojos castaños, tomó un lado de su vestido violeta, y se inclinó graciosamente en una reverencia.
  — Estoy encantada en conocerte, Samantha— dijo—. Lamento todo cuanto has debido vivir: ojalá en Camin Balduin logres calmar el dolor por la pérdida de tus seres queridos…
  — Le agradezco su compasión— dijo Samantha—. También me siento feliz por conocerla.
  — Y he aquí a mi querido Gilbert, mi hijo menor— dijo Alexandre poniendo una mano sobre el hombro del niño, quien se puso colorado.
  — Gusto en conocerte— dijo Samantha dedicándole una leve al hermano menor de Christine, que no musitó palabra alguna.
  — Aprovecho para saludarlo a usted también, señor Grildean. Es bueno que se junte a Nhiveane en su nueva cruzada— dijo el señor Deveraux. Asthemus se quitó el capirote e hizo una reverencia.
  — ¡Salve, hijo de príncipes!— exclamó—. Me congratula saber que siempre soy bienvenido a traspasar las puertas de su morada.
  — Dichosos somos de encontrarlos a los tres, pero me temo que, aunque nuestro deseo de saber las noticias que traen con vosotros es muy grande, nuestros deberes no acaban todavía y la reunión tan esperada se realizará hasta esta noche, donde cenarán con la familia como invitados de honor— dijo Alexandre.
  — Esperamos con ansias ese momento— dijo Nhiveane inclinándose en una reverencia que Samantha y Asthemus imitaron. El hijo del príncipe, su esposa y sus dos hijos subieron la amplia escalera y entraron al castillo acompañados de un séquito de personas que había salido a recibirlos.
   Los caballeros que habían escoltado a la noble familia volvieron a galopar hacia las lejanías del norte, solo unos pocos al enorme edificio siguiendo a su señor.
   Para Samantha, la tarde resultó ser bastante ocupada. Nhiveane decidió que era tiempo de empezar seriamente a enseñarle magia, y se empleó en mostrarle varios hechizos y a desarrollar un plan de estudio eficiente.
   La chica practicó muy duro un par de hechizos, recibiendo algunas instrucciones de Nhiveane, y escuchando el monótono ronquido de Asthemus, quien se había quedado dormido en uno de los cómodos sillones, como un estresante sonido de fondo. Para la caída del sol, la joven lograría realizar un par de veces la bola de fuego con la cual su madrastra iluminara su paso por el neblinoso puente de Celen Aneilah, y se frustraría un poco debido a sus fallidos esmeros por hacer levitar un jarrón.
   Durante las últimas horas de sol, varias personas llegaron gradualmente por los angostos  senderos que llevaban al castillo por medio del mar de verdes lomas. Orgullosos hombres de noble porte y delicadas mujeres venían galopando en caballos, escoltados por un par de caballeros de Dermorn: eran otros miembros de la familia Deveraux.
   El revuelo más grande lo ocasionó la llegada de un carruaje pequeño que llegó apenas principió la noche. Samantha, quien sorbía una taza de té junto a su madrastra, se allegó a la ventana y vio al mismísimo hijo del príncipe recibiendo al hombre y a la mujer que se bajaron del transporte. No le cabía duda de que todos ya se conocían, pero la forma en la cual los viajeros fueron recibidos, seguro hacía mucho tiempo que no se aparecían por Camin Balduin. Nhiveane comentó que la mujer era sobrina de Alexandre, pero su hijastra no supo nada más de la pareja hasta bien entrada la noche.


Hasta aquí el capítulo. Como verán, aproveché muchas ideas de este libro para escribir La princesa valiente. ¿Les gustaría leer más? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ y en Facebook. Los botones están a la derecha ¡Nos vemos!


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