Hola chicos ¿Cómo están? En esta
entrada de El diario del escritor quiero hablarles de la importancia de
tener la mente abierta. Se trata de una actitud que, en mi opinión, es crucial
para ser un buen escritor.
Pongamos algunos puntos en claro.
Todos tenemos prejuicios: yo los tengo y ustedes los tienen. Sería falso
afirmar lo contrario. A lo que me refiero con tener la mente abierta, es a que
esos prejuicios que tenemos deben quedar lejos de nuestros textos. Tanto en la
etapa de creación, como en el trabajo terminado. La razón es que los prejuicios
son muros que se interponen ante cualquier idea, impidiendo que salga a la luz.
Por ejemplo. Un caso evidente de
mente abierta, es George R.R. Martin. En sus novelas de Canción de hielo y fuego
(Juego de tronos), el autor penetra en mentes dispares (que van desde una niña
de ocho años, hasta la de un asesino violador), y las desarrolla de una forma
tan compleja, que los personajes te respiran en la cara. Eso no se logra solo
imaginando, sino que hay que permitirle a la mente cruzar ciertas barreras que,
ya sea por vergüenza o miedo al qué dirán, la mayoría de la gente no traspasa.
Los que leyeron algo de mi novela La
princesa valiente, sabrán que está narrada por la propia protagonista.
Este detalle, más allá de la calidad del producto terminado, me exige pensar de
una manera que, en varios casos, va en contra de mi forma de ser. Porque: no
tengo diecisiete, no soy noble, no sé usar una espada ni vivo en un castillo,
y, por sobre todo, no soy mujer. Podría haber escrito algo sobre un joven de
veinticuatro años que escribe en un blog, pero ¿Dónde estaría lo divertido? Me
aburriría escribir sobre eso, y, si algún prejuicio me impidiera meterme en la
mente de Madeleine, lo más probable es que ni siquiera sería escritor.
Tal vez, después de leer los
ejemplos anteriores, sigan pensando que estoy loco, que solo divago. Lo niego.
En la anterior entrada de El diario del escritor (Toca aquí para leerla), les
hablé de todos los prejuicios que vencí antes de decidirme a escribir. Pero esa
lucha no terminó cuando tomé el lápiz.
La primera novela que empecé a
escribir, era de fantasía. Sobre magos. El mayor problema de escribir fantasía
épica, es lo complicado de crear algo que no fuera escrito antes por J.R.R.
Tolkien, C.S Lewis, o J.K. Rowling (aunque ella tomó ideas
de los escritores antes mencionados). Eso no me importó. Tampoco me importaba
que mi historia fuera parecida a Harry Potter y El señor de los anillos.
Lo que sí me importó fue que la propia novela se transformó en una limitación
de mi potencial.
Les explico. Estuve más de tres años
escribiéndola, lo que no está mal si la novela hubiera tenido un mínimo de
calidad (El propio Tolkien tardó catorce años para escribir El
señor de los anillos), pero una forma de pensar cerrada al escribir me
impidió ver que estaba cometiendo errores bastante graves, y cuando al fin los
noté, era demasiado tarde para repararlos. Entiéndase por errores, una infinita
cantidad de adverbios, párrafos del porte de un monolito, y capítulos tan
largos, que tardaba horas en leerlos. Pero lo peor, es que yo tenía ideas para
varias novelas, que no desarrollaba por estar obsesionado con esta.
Una parte de mi quería escribir una
historia romántica, pero otra parte me decía que ese tipo de historias no
valían nada, que mejor debía continuar con la fantasía. Al final, convencido de
que los errores eran irreparables, la abandone y me lancé a escribir la ansiada
novela de romance. Desde entonces he escrito una novela y un relato largo sobre
este género.
Por eso insisto con lo de la mente
abierta. Si pudiera, lo haría enmarcar en mi pared, porque di muchas vueltas
para darme cuenta de que esa es la actitud de un escritor, y ojalá se pudiera
llevar como estandarte en todos los aspectos de la vida. No hay peores muros
que los levantados por nosotros mismos.
Gracias por leerme. ¿Alguna vez
hicieron o dijeron algo convencidos de que estaba bien, y luego se dieron
cuenta de que no? Comenten y, si les gustó la entrada, compártanla en la red.
¡Hasta la próxima!
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