Hola, chicos ¿Cómo están? Hoy les quiero compartir una pequeña historia que encontré en un cuaderno. Lo escribí para la clase de Análisis y Producción de Textos, en la UTU, siguiendo una consigna. La profesora dio tres títulos y teníamos que escribir un texto a partir de uno de ellos. Yo elegí Las recetas de la abuela.
Le
digo pequeña historia por llamarlo de alguna manera, porque no sé
lo que es. Léanlo y díganme que les parece. Aquí va:
Existen
muchas razones por las que alguien recordaría a su abuela. Para la
mayoría de las personas, la suya es sinónimo de cariño, de irse a
la cama tarde después de oír un cuento asombroso, de llenarse la
barriga de delicioso pastel.
Cuando
era niña, amaba las recetas de mi abuela. Podía pasarme horas
acompañándola en la cocina, observándola, y el día en que no lo
hacía era oscuro para mí.
Amaba
el golpeteo de las cucharas y las ollas, el canturreo de su voz dulce
mientras recortaba las zanahorias, y el especiado perfume que siempre
floraba a su alrededor. Lo amaba y me inquietaba, pues mi lengua se
derretía ante la posibilidad de probar los manjares que mis ojos ya
devoraban de antemano.
Y es
que las recetas de mi abuela ejercían un efecto raro en mí. Si
llegaba enojada de la escuela, solo debía probar una rebanada de los
majestuosos pasteles que preparaba, y mi ceño fruncido se
transformaba en una sonrisa.
— ¡Qué
rico, abuela!— solía exclamar, lamiendo mis dedos—. ¡Tú sí
que haces magia!
Nunca
pensé hasta qué punto eran verdad esas palabras…
¿Qué
les pareció? ¿Tienen una abuela como esa? Comenten y, si les gustó
el post, compártanlo por la red. ¡Hasta la próxima!
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