Hola ¿Cómo están? La tarde del
domingo pasado estaba en mi casa, aburrido, tomando voluntad para hacer algo
que diluyera ese sentimiento, cuando pasó algo que me hizo encender la
computadora y escribir esta entrada de El diario del escritor.
Resulta que estaba cambiando canales
en la televisión y me topé con la centésima retransmisión de la película El
diario de la princesa. Si alguien no la vio, le cuento que es una cinta
de Disney, protagonizada por una Anne Hattaway adolescente. Al inicio, ella es
una chica normal que vive en San Francisco, hasta que descubre que es la
princesa de un país europeo. A partir de ese instante, se muestran los intentos
de transformarla en una dama, digna del título que acaba de recibir, y la lucha
de la protagonista por conservar su personalidad.
Esta es una película muy importante
para mí, y les cuento la razón. Hace exactamente dos años, una tarde de domingo
similar, me senté a verla. La habían transmitido centenares de veces y nunca la
vi, y como estaba aburrido dije “¿Por qué no?”
La abandoné a los pocos minutos. No
por lo aburrida (que en mi opinión lo fue), sino porque me hizo pensar…
El problema de esa película es que
se edifica encima de un cliché universal: la chica común que se convierte en
princesa. Dicho de otro modo, una perdedora a la que nadie presta atención y
qué, por arte de magia, termina viviendo el sueño de la mayoría de las mujeres.
Ser linda, millonaria y ser deseada por todos los chicos musculosos que antes
no le decían ni la hora.
Quizá la palabra cliché es muy dura.
Llevada al sentido más simbólico, es una premisa con la que todos nos
identificamos. Porque todos tenemos un príncipe o una princesa en nuestro
interior. Todos somos bellos a nuestro modo, aunque no todas las personas que
nos rodean son capaces de verlo. La vida es la búsqueda de nuestro propio
reino, ese en el que podemos mostrar todo nuestro potencial.
Ok. ¿Y qué me dicen del sentido más
mundano? ¿Por qué una chica tiene que usar fijador o depilarse las cejas para
valer como mujer? ¿Es que las mujeres están obligadas a usar vestidos
magníficos para sentirse hermosas? ¿Y por qué los hombres de esas historias
tienen que ser musculosos y millonarios?
Si fuera mujer, me fastidiaría que
me dijeran con quien tengo que casarme. Porque eso es algo que no piensan las
chicas que sueñan con ser princesas. En la edad media, las mujeres se casaban
con los hombres que le decía su padre. Es más, no valían nada como persona.
Debían obedecer a su esposo de forma incondicional, y solo se las tenía en
cuenta por su capacidad de engendrar hijos. Más encima, una mujer que era
princesa, debía lucir perfecta. Cuerpo estilizado, vestidos y zapatos
incómodos… ¿En serio me dicen que sueñan con eso?
Si ser una princesa es tan duro ¿Por
qué soñar con ser una princesa? Lo más probable es que una princesa soñaría con
ser una chica común, capaz de hacer todo lo que el protocolo no le permite…
Tal fue la cadena de pensamientos
que se desarrolló en mi mente hace dos años. A su desenlace, corrí a buscar una
libreta y a anotar ideas para la historia de una princesa que soñaba con ser
una chica libre para elegir quién y cómo ser. Así nació la idea de escribir La princesa valiente.
Por supuesto, tuvo que pasar mucho
tiempo hasta que me decidí a escribir la historia. Tampoco es la única premisa
en la que se levanta, pero si fue la chispa que la hizo nacer.
Gracias por leerme. El tema de cómo
aparecen las ideas es interesante y esta no será la única entrada que escribiré
al respecto. Si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en
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Reflexión literaria de gran valía. Tienes talento. Vaya em frente.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me halaga que le gustaran mis reflexiones: me dan fuerzas para seguir adelante. Saludos
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