miércoles, 27 de mayo de 2015

Las hijas de Hanna




Hola ¿Cómo están? Hace unas semanas les compartí un post llamado El reto (pueden verlo aquí), donde incluí una lista de libros que pretendía leer en mayo, libros de los que voy hacer reseñas. Hoy le toca a Las hijas de Hanna, de Marianne Fredriksson.

Este libro lo tomé de la biblioteca sin saber nada de él. Me llamó la atención el título y me encantó la ilustración que aparece en la portada, que en realidad es un detalle de la pintura Jeanie Hughes, de George Watts. Más tarde, cuando abrí el libro y me puse a ojearlo, mi pecho se llenó de sentimientos opuestos. Por un lado, me llamaba la atención que se desarrollara en Suecia, un país del que, debo admitir, apenas sabía su existencia; por otro, ya inmerso en las primeras páginas, creí que el libro me iba a deprimir…
Les cuento por qué.
La novela empieza cuando Anna, una mujer que está cerca de cumplir los cincuenta años, visita a su madre Johanna, quien está internada en una clínica-asilo. Esta última, padece demencia senil: no puede hablar, y tal vez tampoco puede entender lo que escucha. Anna teme que su madre haya dejado de reconocerla…
En su visita, Anna tiene que pasar tiempo con su padre, quien está muy anciano, y su mente se llena de recuerdos de lo que fue su niñez. Estos la llevan a buscar entre las pertenencias de su madre y en ellas encuentra una foto de Hanna, su abuela. Entonces recuerda que le era muy difícil tratarse con ella, y se pregunta por qué. He aquí, que la historia se corta y la atención se traslada a una aldea en medio del bosque, durante el último cuarto del siglo XIX, para conocer el nacimiento de Hanna y las condiciones en que tuvo que crecer.



Al llegar a este punto, debo explicarles que la novela cuenta la historia de las tres mujeres: la abuela, la madre y la hija. La excusa es que Anna, la hija, piensa reunir en un libro las historias de sus antecesoras. Al principio con la excusa de que no se pierdan, pero más adelante con la intención de entender por qué su vida es de una manera y no de otra.


Las hijas de Hanna fue escrito en sueco, un idioma poco difundido, y acabó convirtiéndose en un bestseller en Europa y Estados Unidos. En Alemania incluso se compraron los derechos cinematográficos. Fue sin duda una sorpresa para Marianne Fredriksson, quien empezó su carrera literaria a la tardía edad de 53 años. Ella dijo que la historia no es autobiográfica, sino que imaginó a los personajes en base a un arduo trabajo de investigación.
La verdad, me encantó. Por varios motivos. Creo que todos hemos oído a alguien mayor que nosotros decir que no entienden a la gente de ahora, que en sus tiempos las personas eran mejores. Y a los jóvenes nos cuesta entender que el mundo no siempre fue así, que la idea de que vivimos en un mundo más civilizado que el anterior, también le perteneció a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Aunque ahora nos adaptamos a los cambios, llegará un día en que digamos basta, que los cambios serán tan bruscos, tan opuestos a lo que nos enseñaron antes, que terminaremos pensando que el mundo está loco, o que está mal.


Un ejemplo. En la época de Hanna, era inconcebible que una mujer se casara por amor. Si ella amaba o no a su marido, era tan irrelevante que ni siquiera la propia involucrada pensaba en ello. Además, la mujer estaba totalmente sometida a la voluntad del hombre, y eso tampoco se cuestionaba.


Esto me lleva a explicarles que en el libro, a la liberación de la mujer no se la plantea como una batalla de sexos, sino como una lucha contra el pensamiento de la sociedad en su conjunto. Cuando Johanna, la hija de Hanna, quería trabajar en un comercio, fue Hanna quien le dijo lo inapropiado de ello, que fuera de su casa una mujer solo podía trabajar como sirvienta. Los hermanos de Johanna, en cambio, la apoyaban porque sabían que ella era inteligente y merecía más. Esto sucede porque para Hanna las enseñanzas de su madre eran incuestionables, pero sus hijos varones estaban ajenos a estas, porque una mujer nunca les hubiera podido enseñar cómo moverse en el mundo de los hombres.
Si eres mujer, es un libro que te recomiendo, pues creo que te resultará interesante. Si eres hombre, no te asustes. No es un libro empalagoso y todos tenemos una madre, hermana o amiga a nuestro alrededor, cuya realidad es preciso que entendamos. Conocer lo que es y lo que fue nos da una ventaja para hacer frente a lo que vendrá.
Antes de despedirme, quiero dejarles una fábula que aparece en la mitad del libro. Los mitos y las creencias tienen un papel importante dentro de la novela, porque estas tuvieron más peso del que podríamos creer en la vida de nuestros antepasados. No hay spoilers, así que pueden leerla.

Había una vez una niña que había crecido en un palacio. Ese palacio tenía tres habitaciones llenas de secretos: armarios que contenían cosas maravillosas, libros llenos de ilustraciones, fotografías de personas extrañas muertas hacía mucho tiempo, aunque a ella la miraban con ojos muy serios. En torno al palacio había un enorme jardín donde crecían rosas y fresas. En una de las esquinas se levantaba una montaña, alta, muy alta, hacia las nubes. Un día la niña escaló la montaña y vio el mar azul juntarse con el cielo en algún lugar muy lejano. Desde aquel día, la niña hizo suya la montaña, subió a la cima y construyó allí sus mundos, entre piedras y peñascos.
La montaña hablaba con el cielo, ella misma lo había oído desde el primer día. Al cabo de un tiempo, comprendió que la montaña también hablaba con ella, y con los lirios que florecían a sus pies, y con los ásteres y las siemprevivas que crecían en las grietas de la roca.
Allí siempre era verano, y el tiempo era siempre bueno, y la niña siempre se sentía feliz. Su mamá la quería mucho. Y su papá estaba orgulloso de ella, porque era muy despierta y muy buena. Además, su madre se lo repetía casi todos los días: “Eres una niña feliz, y tienes de todo”. Y eso es lo que pasa, que cuando se tiene de todo no se está triste. Y eso acabó siendo una gran preocupación para la niña. Porque a veces se sentía incomprensiblemente triste. Y, a veces, hasta asustada.
Pero, asustada ¿de qué? No de que su madre tuviese que morir, y sin embargo, sí que lo estaba, pero vamos a ver, ¿por qué?
Nunca llegaría a averiguarlo.
Una vez, cuando la niña pensó que iba a morirse del espanto que le enloquecía el corazón hasta el punto de hacerle daño en el pecho, encontró una escalera invisible que conducía al interior de la montaña. Y entró en una cueva, bastante grande para ella, donde pudo sentarse y ver desaparecer ante sus ojos todas las cosas malas.
La niña se sintió elegida.
¿Cuánto tiempo duró ese juego? ¿Un verano solamente, o muchos? Sea lo que fuere, lo cierto es que la niña feliz tardó años en comprender lo peligroso que era aquel juego, el juego de hacerse invisible e insensible. Y cuando, finalmente, lo comprendió, ya era mayor y había tenido que irse de casa.
Y lo que hizo entonces fue llevarse la montaña consigo. Siempre la tenía a mano, de modo que, en cuanto se sentía triste o asustada, se metía en la montaña. Pero ahora ya no quería, porque le daba miedo la cueva por las paredes tan gruesas que tenía. Lo malo era que ahora la montaña tenía poder sobre ella.
Y cuando llegó el príncipe y el amor la hizo más vulnerable que nunca, la niña encontró una forma nueva de utilizar su lugar secreto del interior de la montaña.
El príncipe pensaba que la niña se volvía con frecuencia fría e inalcanzable. Eso era cierto. En la montaña hacía un frío de muerte, y el que está en su interior se queda petrificado apenas se descuida. La niña no sabía luchar por sus derechos, arder de celos, gritar, escuchar, preguntar, acusar.
De modo que, sin querer, siguió refugiándose en su cueva y haciendo daño al príncipe. Pero la sensación de culpabilidad la abrumaba cada vez que salía y se daba cuenta de lo que había hecho.
Y entonces lo que hizo fue casarse y vivir… todos los días de su vida.

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2 comentarios:

  1. Jeje qué chulo!! Ten un buen día cielo!!

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  2. Muchas gracias. Ya mismo me paso para saber más. Saludos!!!

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