Hola ¿Cómo están? Se hizo esperar,
pero aquí les traigo otro capítulo de Una bruja entre tinieblas. Tenía mis
dudas sobre continuar publicando más capítulos de este libro aquí, porque más
adelante hay detalles que me gustaría aprovechar para una historia que quiero
escribir, pero tampoco quiero olvidarme del blog. Tengo planeadas varias
entradas, pero tengo que organizarme mejor para escribir.
Los dejo con la historia. Para los
que leyeron La princesa valiente, habrá algunos detalles familiares. Si no
leyeron los capítulos anteriores, aquí les dejo enlaces:
Ahora sí. ¡A leer!
5
La mujer del vestido negro
Samantha estaba muy inquieta. Muchos
pensamientos llenaban su cabeza, impidiéndole dormir: sus padres, el señor
Williams e incluso la sombra de Peter, danzaban cruelmente en sus pensamientos
mientras daba vuelta entre mantas. La impotencia, sus imposibles deseos de escapar
de la engorrosa situación en la que estaba, le provocaban una profunda
tristeza.
La luna destellaba alta en el cielo, velada ocasionalmente por espesas
nubes negras que se deslizaban empujadas por un viento frío. Por fin había
dejado de llover.
En una esquina, un reloj
polvoriento marcaba la medianoche. El aire de la habitación estaba algo pesado.
La agitada chica se sintió algo sofocada, de modo que se libró de sus
cobertores y se sentó un poco en la cama. El resto de las chicas que estaban a
su alrededor dormían sin dificultad.
De repente, el sonido de unos lejanos golpes rompieron el silencio casi
total que había en el ambiente: parecían unos pasos. En primera instancia,
Samantha pensó que estos debían pertenecer a una de las empleadas del orfanato,
quienes vigilaban si las chicas estaban todas en su sitio y no merodeaban por
ahí, por lo cual ella se volvió a recostar y se acurrucó en las mantas.
Los pasos seguían escuchándose. Samantha no supo por qué, pero presintió
entonces que no eran de una mujer. Fue embargada por la curiosidad. Se levantó
de la cama y cruzó la habitación descalza y en punta de pies, tratando de no
despertar a las otras muchachas. Su horrendo camisón ondeó con un susurro
cuando atravesó la puerta que lentamente había abierto hasta dejar una rendija
lo suficiente ancha. No la volvió a cerrar.
Caminó con lentitud por el pasillo. Estaba muy oscuro, le era imposible
distinguir forma alguna. Los golpes provenían de un piso inferior: no podían
pertenecer a solo una persona.
Más adelante, había un sitio iluminado por la plateada luz de la luna.
La chica podía ver un barandal, y más allá, una abertura en este le delataba la
presencia de una escalera. Samantha siguió avanzando hasta quedar cerca de esta
zona.
El desgarrador sonido de un jarrón al quebrarse en pedazos, resonó en
sus oídos. Contuvo la respiración. ¿Podía ser que todo este alboroto fuera
causado por ladrones? Un extraño coraje llenó el interior de la chica y, quizás
sin quererlo, continuó caminando. Una nube parecía haber cubierto la luna,
porque de improvisto ella no podía ver nada otra vez. Comenzó a tantear todo
con las manos y pronto se encontró tocando la lustrada superficie del barandal.
Se detuvo en seco. Los pasos se oían ahora en la escalera. Forzó tanto
como pudo su vista y observó con cuidado la abertura en el barandal. Creyó ver
algo moverse en la oscuridad, una difusa silueta, alta y muy ancha. Samantha no
se movía, ni siquiera se atrevía a respirar. La silueta se acercaba a ella con
lentitud. Un olor fétido impregnó sus fosas nasales al mismo tiempo que se
escuchó el sonido de un profundamente grueso ronquido.
Entonces, la luna volvió a asomarse entre las nubes y su luz cayó de
lleno sobre una criatura, cuyo terrible aspecto congeló el corazón de la
muchacha.
Parecía ser un león gigantesco. Su cabeza mostraba un horrendo rostro
semi-humano, con unas enormes fauces que mostraban tres hileras de afilados
dientes de punta. Su pelaje era largo y las garras de sus pies rasgaban el
suelo a cada paso que daba, mientras cientos de púas, similares a mortales
saetas, destellaban en su cola oscilante.
La misteriosa criatura dejó de avanzar y observó a la chica con unos
sombríos ojos que refulgían con malignidad.
— Eres tú…— dijo con una gruesa y ronca voz, asustando aun más a la
temblorosa Samantha—. Eres la chica que debe morir…
La joven estaba paralizada de miedo. La bestia rugió con ferocidad y se
abalanzó sobre ella con un salto imponente. Samantha cerró los ojos, pensando
que finalmente moriría como debió haber sido en la otra ocasión, mas no fue
así.
De improvisto, en el instante mismo en el cual la criatura despegaba los
pies del suelo, una joven mujer, con su lacio cabello flotando tras su espalda,
unos ojos profundamente azules y un pálido rostro de delicadas facciones,
apareció de la nada. Lucía un esplendido vestido negro, como el que usaría una
princesa medieval, y, empujando a Samantha hacia un costado, apuntó en
dirección al monstruo con el filo de una reluciente espada.
— ¡Astivanende!— gritó la mujer. Un ardiente torrente de luz verde salió
disparado del extremo de la espada y golpeó a la bestia con tanta violencia,
que la lanzó varios metros hacia atrás.
Samantha, quien había abierto los ojos al ser empujada por la mujer,
apenas podía creer lo que acababa de presenciar. La grotesca criatura cayó de
espaldas al suelo, aturdida, pero pronto volvió a ponerse de pie y comenzó a
correr hacia ella.
— ¡Vamos!— le dijo la mujer a la chica, tendiéndole su mano izquierda—
¡Ven conmigo, rápido!
Tomando la mano que le tendían, Samantha se incorporó veloz de donde
estaba. Arrastrando a su izquierda a la chica pelirroja, y empuñando a su
diestra la filosa espada, la mujer corrió hasta una puerta cercana y la derribó
de una patada. Ambas entraron a la habitación detrás de aquella. No obstante,
el monstruo les pisaba los talones. Buena parte de la pared se derrumbó cuando
el mismo se abrió paso por el umbral, demasiado angosto para un ser de
semejante porte.
La mujer del vestido negro se dio media vuelta y, tras gritar una vez
más aquella extraña palabra, un nuevo rayo se escapó de la punta de su espada y
se estrelló contra el pecho del aberrante león, haciéndolo retroceder un poco.
A la luz del relámpago, Samantha pudo ver que se encontraban en un dormitorio
donde varias muchachas dormían como si nada estuviera ocurriendo: no tuvo
tiempo de preguntarse el por qué de esto.
Mientras la bestia se reponía del ataque, la mujer tiró de la
adolescente y la arrastró corriendo en dirección a una ventana.
— ¡No podrán escaparse de mí!— gritó el león, persiguiéndolas. Una gran
cantidad de púas se soltaron de su cola, y volaron como dardos contra las
fugitivas. Al mismo tiempo, justo cuando ambas se encontraban apenas a un metro
de la amplia ventana, la mujer se dio la vuelta y se interpuso a la chica.
Samantha se dio de lleno contra aquella y sintió al instante sus brazos
envolviéndola con firmeza. La fuerza del impacto las hizo atravesar la ventana,
destrozando los cristales, y cayeron al vacío.
La muchacha pelirroja gritó aterrorizada: las púas lanzadas por el león
las rozaron velozmente. Ella había cerrado los ojos esperando el fuerte embate
contra el pavimento del exterior, sin embargo, se sorprendió al notar que este
tardaba en llegar.
Cuando Samantha abrió los ojos, supo que en realidad no caía a ningún
sitio. Apenas pudo dar crédito a sus ojos al darse cuenta de que, cual si
colgaran de sogas invisibles, ella y su rescatadora volaban sobre la línea de
arboles que rodeaban la casona.
El monstruo también saltó por la ventana, destruyendo un trozo de la
pared donde estaba. Comenzó así a impulsarse por encima de las copas de los
arboles, tratando de atrapar a quienes emprendían la huida.
Samantha no entendía nada. Se aferraba con todas sus fuerzas a la mujer
del magnífico vestido, quien mantenía la espada apuntando al frente, como si
fuera esta la que dirigía el sentido de su vuelo sobrenatural. Estridentes
gritos de miedo se escapaban de los labios de la chica cada vez que las garras
de la criatura zumbaban cerca de ellas.
Volaron por arte de magia sobre la calle que enfrentaba al orfanato y
comenzaron a ascender para sortear la imponente masa de un edificio. La bestia
saltó hacia la fachada de este último y escaló por esta con rapidez. Cuando
llegó a la azotea volvió a brincar para atrapar a la mujer y a la chica, mas
estas continuaron elevándose y aumentando la velocidad.
El monstruo las siguió, pasando de azotea en azotea, negándose a
desistir de su loca carrera. Luego, cuando entendió que su esfuerzo era inútil,
se detuvo y soltó un desgarrador rugido que resonó en la oscuridad de la noche.
Samantha se estremeció. Nada de todo esto podía ser real, es decir,
parecía algo ilógico, su mente no podía dejar de decírselo a cada segundo.
Tenía que ser una pesadilla. Aún así, el rugido del absurdo león seguía
resonando en sus oídos como un grito lúgubre, poniéndole los pelos de punta.
Mirar hacia el suelo no hacía más que empeorar las cosas: las luces y los
edificios de la ciudad eran pequeños y estaban demasiado lejos bajo ella. ¡Todo
era demasiado vivo! ¿Estaría volviéndose loca?
— Todo va a estar bien, Samantha— dijo la mujer—. No temas, por el
momento, esa bestia no podrá hacerte daño.
La muchacha se sorprendió de que aquella desconocida conociera su
nombre. Tenía mucho que preguntarle a su salvadora y por otro lado no se
atrevía a mover ni un musculo.
Durante un buen lapso de tiempo, la mujer y la chica volaron sobre la
oscura ciudad de Londres. El cielo estaba salpicado de estrellas, una que otra
nube flotaba aquí y allá, cubriendo de tanto en tanto la luna, que destellaba
en lo alto con su luz blanquecina. Samantha temblaba de frío. El horrendo
camisón que vestía no lograba parar el efecto del viento congelado dándole de
lleno en el cuerpo. De súbito, ella notó que comenzaban a disminuir la
distancia que las separaba a ambas del suelo: se hallaban sobre una zona de la ciudad donde las
destellantes luces de esta no eran demasiadas.
Volaron cada vez con mayor suavidad y en cuestión de un momento los pies
de ambas tocaron una firme superficie. La joven se libró de los brazos de la
mujer y dio dos pasos atrás, alejándose de ella. Resultó que estaban en la
azotea de un edificio de apartamentos de tres pisos de altura.
— ¿Quién es usted, y que era esa cosa que quiso matarme?— gritó
Samantha. A pesar de estar aterida y mareada por el viaje, su mente no podía
pensar en nada diferente a los recientes acontecimientos.
— Este no es el lugar para charlar— dijo la mujer—. Tengo ropa para
prestarte, y puedo ofrecerte algo caliente para el frio. Tú solo sígueme…
Sin esperar una respuesta, ella se dio media vuelta y caminó hacia una
puerta. Samantha pensó en no hacer caso a aquella, sin embargo, de inmediato
noto el frío que la aguijoneaba por todas partes. La idea de llevar algo de
ropa encima resultaba así muy atractiva. Por otra parte, la chica no tenía
ningún sitio al cual ir, y, por si fuera poco, un enorme león con apariencia de
demonio todavía intentaba devorársela. Sin importar las intenciones de la mujer
del vestido negro, al menos la había salvado de tan horrible destino.
Así, ambas entraron al edificio y bajaron por una escalera hasta el piso
superior. Caminaron por un pasillo iluminado por unas sucias lámparas que
colgaban del techo; fue allí donde se pararon frente a la despintada puerta de
uno de los departamentos. La extraña mujer miró a todas partes para asegurarse
de que estaban solas.
— ¡Theven harbius!— susurró haciendo un suave movimiento con su mano derecha.
Un fugaz resplandor rosa invadió el picaporte de la puerta. Samantha oyó el
sonido de cadenas y llaves al girar en sus cerraduras y con un leve chillido el
umbral de entrada al departamento estuvo abierto.
— Pasa, querida— dijo la mujer invitando a la adolescente a pasar con un
gesto de su mano.
La joven entró al recinto y la extraña la siguió. Estaba todo muy
oscuro.
— ¡Aurus!—volvió a susurrar la salvadora de Samantha luego de cerrar la
puerta. Con un chasquido, una lamparilla que colgaba en el techo, al centro del
lugar, se encendió (una gran hazaña, considerando los cables inertes que
colgaban por todas partes: no podía haber electricidad allí).
Samantha se vio de pie así en mitad de una habitación sucia y
deprimente. Había tres sillones escarlatas alrededor de una pequeña mesita de
madera. Las paredes estaban algo despintadas, y a no ser por un reloj que,
colgado en el lado opuesto de la pieza, mostraba que treinta minutos pasaban
apenas de la medianoche, estas estaban desiertas: no había cuadro o adorno que
las llenara.
— Ven, querida, siéntate aquí— le dijo la mujer a Samantha,
arrastrándola a uno de los tres sillones—. Voy a traerte una manta para
cubrirte y luego te prepararé un chocolate caliente ¿vale?
Después de cubrir a la chica con una manta, aquella mujer desapareció un
instante en la cocina. Regresó al momento con una taza humeante que le entregó
en las manos a la muchacha, y se sentó junto a ella. Samantha bebió el primer
sorbo del chocolate con cierto aire de desconfianza, y enseguida sitió el calor
entrándole a los huesos. Fue un sentimiento tan agradable que por un segundo
olvidó todas las inquietudes que la acosaban. Cuando estas retornaron a su
interior, llevó su mirada a la mujer.
— ¿Quién es usted?— preguntó entonces— ¿por qué me salvó de ese
monstruo, y…?— se detuvo: estaba tan confundida.
— Mi nombre es Nhiveane Madilandah, para mí es un gusto enorme
conocerte, Samantha— respondió la mujer—. Imagino que existen muchas cosas que
te confunden de cuanto acabas de presenciar, y no te culpo… Empezaré por
decirte que soy una bruja, aunque creo que eso lo has deducido ya.
— ¿Una…bruja…?— repitió Samantha—. Pero… ¿eso que hizo usted fue…?—
Tenía la palabra atrapada entre los labios ¿Podría ser?
— Magia— confirmó Nhiveane—. Pura y verdadera magia.
Samantha no podía creerlo. La fabulosa batalla entre la bruja y el
monstruo todavía estaba grabada en sus retinas, y, a pesar de ello, no antes de
escuchar la palabra bruja pudo pensar
en que todo ello fuera magia. Ahora parecía todo tan claro, tan maravilloso y
al mismo tiempo aterrador. Por un lado, su amor a lo fantástico la hacía sentir
una curiosidad enorme por el universo de misterios que la mujer que la
enfrentaba le ofrecía, pero por otro, recordar la ferocidad de la criatura de
pesadilla que acababa de intentar matarla, la hacían temer a los secretos
horribles que el mundo podía esconder. ¿Quién sabía cuántos seres terroríficos
existían a parte de este?
La única cosa clara era que jamás volvería a sentirse una tonta por
pensar en mundos de fantasía.
— ¿Cómo puede ser posible…?— atinó a preguntar la chica.
— No soy la única bruja— respondió Nhiveane— Existe todo un mundo de
magos, oculto de...bueno, la gente sin magia. Es difícil de explicar.
— ¿Por qué me has salvado de ese monstruo? ¿Y qué cosa era esa?
— Su nombre es Arbendur— dijo la bruja— Es una mantícora, una
sanguinaria raza de bestias come-hombres.
— ¿Y qué quería? ¿Por qué quiso matarme?— preguntó Samantha—. No iras a
decirme que solo tenía apetito de niñas pelirrojas ¿o sí?
— Por supuesto que no— dijo Nhiveane—. Si hubiera querido solo devorarse
a alguien, podría haberlo hecho con todo el orfanato sin problemas. No, existen
razones muy fuertes que llevaron a esa mantícora a intentar matarte, razones
que me arrastraron a mí a rescatarte, además. Todo tiene que ver con tus
vivencias recientes, sobre lo ocurrido en el banco Welfare and Castle.
— ¿Cómo es eso?— preguntó Samantha, escuchando a su interlocutora con
suma curiosidad— ¿En qué puede afectar a ese monstruo el que un edificio se me
haya desplomado encima?
— Es un asunto difícil de explicar, para serte franca— admitió
Nhiveane—. Comenzare por decirte que ese edificio no se desplomó a causa de la
caída de un meteorito, si no que fue el fatídico resultado de una cruenta
batalla llevada a cabo tras sus muros.
— Eso no puede ser así— dijo Samantha, confundida—. Muchas personas
vieron la explosión del meteoro, no…
— Fue un engaño— se apresuro a decir la mujer—. Otros magos como yo se
encargaron de hechizar a todas esas personas para que dijeran haber visto ese
meteoro, pero este jamás existió en verdad.
— ¿Para qué hicieron eso?
— Para mantener oculto nuestro mundo de las personas sin magia—
respondió la bruja, simplemente.
Hubo muchas preguntas que llegaron a inundar la mente de Samantha en ese
instante, pero decidió no perderse del asunto principal.
— Entonces ¿Hubo una lucha en el banco?—preguntó— ¿Para qué?
— He aquí una gran cuestión, Samantha— dijo Nhiveane—, pues nadie sabe las
razones de esta. Nadie a excepción de Whailendalle…
Al oír la última palabra de la hechicera, Samantha sintió como un
violento escalofrío la recorría de pies a cabeza.
— ¿Quién es ese…Whailendalle?—musitó aturdida.
— Whailendalle— repitió Nhiveane lentamente—, es el autoproclamado rey
de los vampiros, aunque no existe alguien capaz de poner en duda ese título. Él
controla y dirige a los vampiros en su guerra contra todos los magos.
— ¿Existen también los vampiros? ¡Esto está cada vez más loco!— a
Samantha jamás le habrían parecido ciertas esas afirmaciones tan extravagantes
en una persona, si acaso no hubiera presenciado todo lo del orfanato.
— Existen, si, mas en poco se parecen a como se los conoce en las
leyendas de la gente sin magia. Los vampiros son magos que han seguido el
camino del mal: son asesinos, gente sin alma y corazón a quienes solo les
importa el poder. Y las sombras no solo ofrecen mucho poder, si no que no
ofrecen limites para obtenerlo. No les importa matar, no les importa el amor si
este les impide obrar por el bien de sus egoístas designios. Los verdaderos
vampiros pueden estar sin problemas a la luz del día, aunque se sienten más a
gusto en la noche. No se alimentan de sangre, pero aman beberla, sobre todo si
es humana: las propiedades de esta incrementan sus habilidades mágicas. Son
difíciles de reconocer entre las personas comunes, pues la mayoría conservan
aspectos muy humanos, y ellos pueden volar sin necesidad de utilizar objetos
hechizados para tal fin…
— ¿Nosotras utilizamos un objeto hechizado para volar hasta aquí?—
preguntó Samantha.
— Utilizamos mi espada— dijo Nhiveane acariciando la empuñadura del
arma, la cual descansaba ahora sobre su regazo para permitirle a ella sentare
en el sillón—. Es un delivell, como se los llama. Estos son objetos inanimados
de cualquier tipo: bastones, paraguas, zapatos o, como en este caso, una
espada. Los mismos pasan por un muy complejo proceso mágico para poder serlo.
Una cosa muy importante que has de saber sobre los delivells, es que solo un
mago puede utilizarlos para volar, pues estos no vuelan por sí mismos, si no
que transforman la magia del hechicero en el hecho de volar. Una persona no
mágica podría poseer uno toda su vida y jamás se enteraría de su poder. Pero
dejemos este asunto atrás para volver a lo importante. Whailendalle estuvo en
el banco Welfare and Castle, y de
todo cuanto te he dicho es lo único cierto, pues mucho de lo que te estoy
contando es en base a mis propias conjeturas. Según pienso, ese vampiro estuvo allí
para robar algo muy importante y acabó luchando contra los magos que
custodiaban ese algo…
— ¿Y que se robó? ¿Consiguió hacerlo?
— Estoy segura de que consiguió su cometido— dijo Nhiveane—. Desconozco
lo que Whailendalle pudo haber robado del banco, como te dije, solo estoy
suponiéndolo todo. No existen pistas concretas sobre esto.
— ¿Entonces como puedes estar segura de estar en lo cierto?— cuestionó
Samantha.
— Puede que yo esté equivocada, no soy perfecta. Sin embargo, no
encuentro otra explicación para que Whailendalle se viera obligado a utilizar
la maldición Vartes Limerduan…
— Vartes Limerduan— repitió la chica, ensombrecida— ¿Qué es?
— Es el hechizo más poderoso que un vampiro pueda conjurar— dijo la
mujer del vestido negro— Permite a aquel que lo utiliza transportarse
instantáneamente hasta cualquier sitio del mundo. Es una maldición muy rara y
peligrosa (que yo sepa, solo un vampiro en la historia había logrado realizarla
antes que Whailendalle, y aun así, esas ocasiones puedes contarlas con los
dedos de una mano), pues requiere demasiada energía el usarla. Además, todas
las criaturas vivas que se encuentran a cierta distancia, mueren de manera
instantánea…
— Entonces fue esa maldición la que…— empezó a decir Samantha con voz
temblorosa.
— Creo que Whailendalle, teniendo entre sus manos aquello que deseaba
robar, finalmente se vio acorralado por los magos que salvaguardaban ese
tesoro, los cuales debían ser un gran numero— la interrumpió Nhiveane—. Si de
verdad hubiera querido luchar y acabar de esa forma con todos los magos que lo
atacaron, no dudo que él habría logrado hacerlo. No obstante, ese vampiro
decidió no arriesgarse a perder eso que en el banco fue a buscar, y convocó la
maldición Vartes Limerduan. Así, Whailendalle se apareció instantáneamente en
su guarida oculta, pero tuvo que tomar la energía vital de muchas personas que
estaban en y a los alrededores del banco, tomó la fuerza que sustentaba a este
ultimo provocando además que se desplomara, y provocó suficientes daños en
otros edificios como para que estos se derrumbaran también, atrapando bajo sus
escombros a gente que aun seguía viva…
Los ojos de Samantha se vieron inundados en lágrimas. Sus sentimientos
se volvieron más confusos que nunca, ni siquiera sabía que pensar. Abrió la
boca para decir algo, pero ningún sonido se escapo de sus labios. Bajó la vista
hasta la taza que sostenía entre sus manos y permaneció entre sollozos un rato,
olvidándose de la mujer que estaba a su lado.
— Tus padres estuvieron expuestos al poder de la maldición, así como
toda la gente que estaba a cierta distancia de Whailendalle, en la zona que las
personas sin magia han denominado acertadamente “La zona muerta”— continuó
hablando Nhiveane—. También tú, Samantha, estuviste expuesta a Vartes
Limerduan, y he aquí el hecho más curioso, pues has sobrevivido. Nadie que haya
estado expuesto a esa maldición había sobrevivido antes…
Samantha levantó la mirada y se volvió hacia la mujer, sintiendo una vez
más un frio recorrerle la espalda.
— ¿Pero cómo?— preguntó— ¿Cómo puedo ser la única sobreviviente? ¡No soy
nadie especial, ni tengo habilidades únicas! ¡Ni siquiera soy buena en los
deportes!
— Podrían existir muchas explicaciones para ello, mas yo estoy
convencida de una sola de ellas— empezó a decir Nhiveane en forma muy
misteriosa—. Tal vez te equivocas al pensar que no posees habilidades únicas…
Creo que eres una bruja…
— ¿Una bruja… yo?— exclamó Samantha con los ojos bien abiertos—. Ahora
si se está equivocando… Jamás he hecho magia… Además, mis padres no eran magos
y…
— Un mago puede nacer de cualquier familia, Samantha. No importa si tus
padres fueron magos o no— dijo Nhiveane—. No obstante, solo así se explica que
hayas sobrevivido, nadie me puede persuadir de lo contrario: una poderosa
manifestación de tu magia te permitió bloquear el efecto de la maldición en ti.
Y estoy muy segura de que no es la primera de todas las manifestaciones, seguro
has debido haber hecho magia sin tener noción de que la hacías…
— Yo… no…—Samantha no sabía que decir.
— Generalmente los poderes mágicos de una persona empiezan a
manifestarse a partir de los cuatro años, a más tardar a los seis. Aparecen
como pequeñas manifestaciones en momentos de fuertes emociones: un día haces levitar
un mueble, y al siguiente haces que
súbitamente el gato salga volando por la ventana. Sin embargo, a tu edad todos
los magos saben cómo controlar esa energía y aprovecharla… Tienes que pensar,
de seguro has hecho algo de eso, algo que te parezca extraño.
Samantha meditó por un instante. En su mente empezaron a aparecer
recuerdos locos, recuerdos insignificantes y confusos. No pudo ver ninguno con
claridad, eran como llegados de un sueño profundo y olvidado, irreconocibles.
Se sintió entonces como una loca, imaginando tonterías otra vez. Fue entonces
cuando recordó el incidente de ese mediodía, en el orfanato, cuando de alguna
inexplicable manera las ventanas del salón comedor se abrieron súbitamente y
permitieron a una enorme cantidad de agua escabullirse entre estas, mojando a
esa chica que la estaba molestando…¿Podría ser magia?
— Seguro te darás cuenta de la verdad más tarde—dijo Nhiveane,
pensativa—. Se supone que existen hechiceros dedicados a encontrar a los nuevos
magos nacidos en familias sin magia, pero al parecer su sistema de búsqueda no
es del todo infalible si han pasado por alto tus habilidades. Porque sigo
afirmando que las posees.
Hubo un momento de silencio. Samantha pensaba de manera terca que esa
mujer tenía que estar muy equivocada con ella: era de lo más loco pensar en que
ella misma pudiera ser una bruja y que jamás se hubiera percatado de ello. Cada
vez entendía menos sobre el asunto en el cual estaba enroscada.
— Discúlpeme, pero todavía me cuesta entender en cuanto afecta todo esto
a esa bestia que intentó matarme, y no entiendo en qué la afecta a usted— dijo
Samantha—. ¡Ni siquiera me ha explicado cómo es que sabe mi nombre!
— Pues a eso voy— dio Nhiveane prosiguiendo su relato—. Como te dije,
pienso que eres una bruja, y la cuestión con esto es que no soy la única en el
mundo que lo piensa— Samantha miraba fijo a la mujer—. Whailendalle ha de
sospecharlo también. Que tú hayas sobrevivido a su más poderosa manifestación
mágica es desafiante con sus designios malignos, y, por cierto, no puede
arriesgarse a que una bruja ande por ahí insultándolo a cada respiro. Pero
sobre todas las cosas, sintió miedo de que hubiera surgido una bruja lo
suficiente poderosa para oponérsele y vencerlo. Ni siquiera se le ha de haber
pasado por la mente la posibilidad de que tales pensamientos fueran equivocados
y que tú fueras solo una chica común con mucha suerte. Decidió no arriesgarse,
enviando a Arbendur, uno de sus más fieles sirvientes, a buscarte y matarte.
— ¿Como tardó tanto en venir por mí?—preguntó Samantha—. Si de verdad
cree ese vampiro que soy una molestia tan enorme para sus planes malignos ¿Por
qué esperar una semana para enviar a ese monstruo? ¿Pudo ese león tardar tanto
en dar conmigo?
— Hace una semana Whailendalle no sabía que estabas viva…
— ¿Cómo es posible?— exclamó la chica ante la afirmación de la mujer—
¡La noticia de mi supervivencia apareció en cada periódico de Gran Bretaña!
¡Tal vez en cada periódico del mundo!
— Quizás te cueste entenderlo,
mas los magos ignoran por completo los asuntos de la gente sin magia: sus
noticias rara vez tienen relevancia para nosotros—dijo Nhiveane—. Mucho menos
le interesan a Whailendalle, quien permanece ensimismado en sus propios y
oscuros asuntos. Yo fui de las pocas brujas y magos que prestaron atención a
todo esto, y aquí es donde entro al relato…
“La cosa es que soy una bruja al servicio del consejo de Welindalia—
continuó Nhiveane—. Ese consejo es algo así como el gobierno de los magos, son
quienes hacen las leyes y nos mantienen ordenados como una nación a la cual
llamamos Welindalia. Sucede, como te he contado, que una larga guerra nos
enfrenta a nosotros, y a muchas criaturas del mundo mágico, contra los
vampiros, y es lógico que intentemos evitar que Whailendalle consolide cualquiera
de sus planes. Por ello he venido a rescatarte.
“Cuando supe de tu existencia, Samantha, me presenté de inmediato ante
el consejo de Welindalia, e intente explicarle mi hipótesis: que quizás tú
fueras una bruja y que seguramente Whailendalle, al enterarse de ti, llegaría a
pensar eso e intentaría matarte. Pedí permiso para venir a rescatarte, pero, en
principio, mis palabras fueron ignoradas. Fue así que decidí que debía
investigarte por mi cuenta y me contacte con un amigo mío en Londres para que
indagara por mí, pues otros asuntos de suma importancia me impedían hacerlo
personalmente. Ese amigo era David Williams, el detective de Scotland Yard que
te acompañó en muchos de los momentos difíciles de los últimos días. No era un
mago, si ello pensabas, mas era una buena persona dispuesta siempre a brindar
su ayuda cuando hacía falta. El me envió varios informes acerca de ti,
Samantha, y de todo cuanto hubo averiguado de tú pasado, informes que por
cierto compartí con los miembros del consejo, con la esperanza de
sensibilizarlos para enviar a alguien en tu busca. No obstante, no fue sino
hasta la desgraciada muerte del señor Williams que el consejo reaccionó y me
permitió venir a Londres por ti. Para ese entonces, la noticia de que una chica
había sobrevivido a Vartes Limerduan había llegado a oídos de Whailendalle, y
este ya había ordenado a Arbendur darle muerte a ella.
— ¿Y cómo afectó en esto la muerte del señor Williams? ¿Acaso ese
Arbendur…?
—
Ese monstruo intentaba saber tu exacta
localización, y el señor
Williams terminó cayendo bajo sus garras…
Gracias por leer. Si
quieren leer otra de mis historias, más abajo le dejo enlaces:
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ResponderEliminarMuchas gracias, Ana MarÍa!!! Saludos!!!
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