jueves, 8 de octubre de 2015

La mujer del vestido negro


Hola ¿Cómo están? Se hizo esperar, pero aquí les traigo otro capítulo de Una bruja entre tinieblas. Tenía mis dudas sobre continuar publicando más capítulos de este libro aquí, porque más adelante hay detalles que me gustaría aprovechar para una historia que quiero escribir, pero tampoco quiero olvidarme del blog. Tengo planeadas varias entradas, pero tengo que organizarme mejor para escribir.
Los dejo con la historia. Para los que leyeron La princesa valiente, habrá algunos detalles familiares. Si no leyeron los capítulos anteriores, aquí les dejo enlaces:


Ahora sí. ¡A leer!

5
La mujer del vestido negro

Samantha estaba muy inquieta. Muchos pensamientos llenaban su cabeza, impidiéndole dormir: sus padres, el señor Williams e incluso la sombra de Peter, danzaban cruelmente en sus pensamientos mientras daba vuelta entre mantas. La impotencia, sus imposibles deseos de escapar de la engorrosa situación en la que estaba, le provocaban una profunda tristeza.
   La luna destellaba alta en el cielo, velada ocasionalmente por espesas nubes negras que se deslizaban empujadas por un viento frío. Por fin había dejado de llover.
   En una esquina, un reloj polvoriento marcaba la medianoche. El aire de la habitación estaba algo pesado. La agitada chica se sintió algo sofocada, de modo que se libró de sus cobertores y se sentó un poco en la cama. El resto de las chicas que estaban a su alrededor dormían sin dificultad.
   De repente, el sonido de unos lejanos golpes rompieron el silencio casi total que había en el ambiente: parecían unos pasos. En primera instancia, Samantha pensó que estos debían pertenecer a una de las empleadas del orfanato, quienes vigilaban si las chicas estaban todas en su sitio y no merodeaban por ahí, por lo cual ella se volvió a recostar y se acurrucó en las mantas.
   Los pasos seguían escuchándose. Samantha no supo por qué, pero presintió entonces que no eran de una mujer. Fue embargada por la curiosidad. Se levantó de la cama y cruzó la habitación descalza y en punta de pies, tratando de no despertar a las otras muchachas. Su horrendo camisón ondeó con un susurro cuando atravesó la puerta que lentamente había abierto hasta dejar una rendija lo suficiente ancha. No la volvió a cerrar.
   Caminó con lentitud por el pasillo. Estaba muy oscuro, le era imposible distinguir forma alguna. Los golpes provenían de un piso inferior: no podían pertenecer a solo una persona.
   Más adelante, había un sitio iluminado por la plateada luz de la luna. La chica podía ver un barandal, y más allá, una abertura en este le delataba la presencia de una escalera. Samantha siguió avanzando hasta quedar cerca de esta zona.
   El desgarrador sonido de un jarrón al quebrarse en pedazos, resonó en sus oídos. Contuvo la respiración. ¿Podía ser que todo este alboroto fuera causado por ladrones? Un extraño coraje llenó el interior de la chica y, quizás sin quererlo, continuó caminando. Una nube parecía haber cubierto la luna, porque de improvisto ella no podía ver nada otra vez. Comenzó a tantear todo con las manos y pronto se encontró tocando la lustrada superficie del barandal.
   Se detuvo en seco. Los pasos se oían ahora en la escalera. Forzó tanto como pudo su vista y observó con cuidado la abertura en el barandal. Creyó ver algo moverse en la oscuridad, una difusa silueta, alta y muy ancha. Samantha no se movía, ni siquiera se atrevía a respirar. La silueta se acercaba a ella con lentitud. Un olor fétido impregnó sus fosas nasales al mismo tiempo que se escuchó el sonido de un profundamente grueso ronquido.
   Entonces, la luna volvió a asomarse entre las nubes y su luz cayó de lleno sobre una criatura, cuyo terrible aspecto congeló el corazón de la muchacha.
   Parecía ser un león gigantesco. Su cabeza mostraba un horrendo rostro semi-humano, con unas enormes fauces que mostraban tres hileras de afilados dientes de punta. Su pelaje era largo y las garras de sus pies rasgaban el suelo a cada paso que daba, mientras cientos de púas, similares a mortales saetas, destellaban en su cola oscilante.
   La misteriosa criatura dejó de avanzar y observó a la chica con unos sombríos ojos que refulgían con malignidad.
  — Eres tú…— dijo con una gruesa y ronca voz, asustando aun más a la temblorosa Samantha—. Eres la chica que debe morir…
   La joven estaba paralizada de miedo. La bestia rugió con ferocidad y se abalanzó sobre ella con un salto imponente. Samantha cerró los ojos, pensando que finalmente moriría como debió haber sido en la otra ocasión, mas no fue así.
   De improvisto, en el instante mismo en el cual la criatura despegaba los pies del suelo, una joven mujer, con su lacio cabello flotando tras su espalda, unos ojos profundamente azules y un pálido rostro de delicadas facciones, apareció de la nada. Lucía un esplendido vestido negro, como el que usaría una princesa medieval, y, empujando a Samantha hacia un costado, apuntó en dirección al monstruo con el filo de una reluciente espada.
  — ¡Astivanende!— gritó la mujer. Un ardiente torrente de luz verde salió disparado del extremo de la espada y golpeó a la bestia con tanta violencia, que la lanzó varios metros hacia atrás.
   Samantha, quien había abierto los ojos al ser empujada por la mujer, apenas podía creer lo que acababa de presenciar. La grotesca criatura cayó de espaldas al suelo, aturdida, pero pronto volvió a ponerse de pie y comenzó a correr hacia ella.
  — ¡Vamos!— le dijo la mujer a la chica, tendiéndole su mano izquierda— ¡Ven conmigo, rápido!
   Tomando la mano que le tendían, Samantha se incorporó veloz de donde estaba. Arrastrando a su izquierda a la chica pelirroja, y empuñando a su diestra la filosa espada, la mujer corrió hasta una puerta cercana y la derribó de una patada. Ambas entraron a la habitación detrás de aquella. No obstante, el monstruo les pisaba los talones. Buena parte de la pared se derrumbó cuando el mismo se abrió paso por el umbral, demasiado angosto para un ser de semejante porte.
   La mujer del vestido negro se dio media vuelta y, tras gritar una vez más aquella extraña palabra, un nuevo rayo se escapó de la punta de su espada y se estrelló contra el pecho del aberrante león, haciéndolo retroceder un poco. A la luz del relámpago, Samantha pudo ver que se encontraban en un dormitorio donde varias muchachas dormían como si nada estuviera ocurriendo: no tuvo tiempo de preguntarse el por qué de esto.
   Mientras la bestia se reponía del ataque, la mujer tiró de la adolescente y la arrastró corriendo en dirección a una ventana.
  — ¡No podrán escaparse de mí!— gritó el león, persiguiéndolas. Una gran cantidad de púas se soltaron de su cola, y volaron como dardos contra las fugitivas. Al mismo tiempo, justo cuando ambas se encontraban apenas a un metro de la amplia ventana, la mujer se dio la vuelta y se interpuso a la chica. Samantha se dio de lleno contra aquella y sintió al instante sus brazos envolviéndola con firmeza. La fuerza del impacto las hizo atravesar la ventana, destrozando los cristales, y cayeron al vacío.
   La muchacha pelirroja gritó aterrorizada: las púas lanzadas por el león las rozaron velozmente. Ella había cerrado los ojos esperando el fuerte embate contra el pavimento del exterior, sin embargo, se sorprendió al notar que este tardaba en llegar.
   Cuando Samantha abrió los ojos, supo que en realidad no caía a ningún sitio. Apenas pudo dar crédito a sus ojos al darse cuenta de que, cual si colgaran de sogas invisibles, ella y su rescatadora volaban sobre la línea de arboles que rodeaban la casona.
   El monstruo también saltó por la ventana, destruyendo un trozo de la pared donde estaba. Comenzó así a impulsarse por encima de las copas de los arboles, tratando de atrapar a quienes emprendían la huida.
   Samantha no entendía nada. Se aferraba con todas sus fuerzas a la mujer del magnífico vestido, quien mantenía la espada apuntando al frente, como si fuera esta la que dirigía el sentido de su vuelo sobrenatural. Estridentes gritos de miedo se escapaban de los labios de la chica cada vez que las garras de la criatura zumbaban cerca de ellas.
   Volaron por arte de magia sobre la calle que enfrentaba al orfanato y comenzaron a ascender para sortear la imponente masa de un edificio. La bestia saltó hacia la fachada de este último y escaló por esta con rapidez. Cuando llegó a la azotea volvió a brincar para atrapar a la mujer y a la chica, mas estas continuaron elevándose y aumentando la velocidad.
   El monstruo las siguió, pasando de azotea en azotea, negándose a desistir de su loca carrera. Luego, cuando entendió que su esfuerzo era inútil, se detuvo y soltó un desgarrador rugido que resonó en la oscuridad de la noche.
   Samantha se estremeció. Nada de todo esto podía ser real, es decir, parecía algo ilógico, su mente no podía dejar de decírselo a cada segundo. Tenía que ser una pesadilla. Aún así, el rugido del absurdo león seguía resonando en sus oídos como un grito lúgubre, poniéndole los pelos de punta. Mirar hacia el suelo no hacía más que empeorar las cosas: las luces y los edificios de la ciudad eran pequeños y estaban demasiado lejos bajo ella. ¡Todo era demasiado vivo! ¿Estaría volviéndose loca?
  — Todo va a estar bien, Samantha— dijo la mujer—. No temas, por el momento, esa bestia no podrá hacerte daño.
   La muchacha se sorprendió de que aquella desconocida conociera su nombre. Tenía mucho que preguntarle a su salvadora y por otro lado no se atrevía a mover ni un musculo.
   Durante un buen lapso de tiempo, la mujer y la chica volaron sobre la oscura ciudad de Londres. El cielo estaba salpicado de estrellas, una que otra nube flotaba aquí y allá, cubriendo de tanto en tanto la luna, que destellaba en lo alto con su luz blanquecina. Samantha temblaba de frío. El horrendo camisón que vestía no lograba parar el efecto del viento congelado dándole de lleno en el cuerpo. De súbito, ella notó que comenzaban a disminuir la distancia que las separaba a ambas del suelo: se hallaban  sobre una zona de la ciudad donde las destellantes luces de esta no eran demasiadas.
   Volaron cada vez con mayor suavidad y en cuestión de un momento los pies de ambas tocaron una firme superficie. La joven se libró de los brazos de la mujer y dio dos pasos atrás, alejándose de ella. Resultó que estaban en la azotea de un edificio de apartamentos de tres pisos de altura.
  — ¿Quién es usted, y que era esa cosa que quiso matarme?— gritó Samantha. A pesar de estar aterida y mareada por el viaje, su mente no podía pensar en nada diferente a los recientes acontecimientos.
  — Este no es el lugar para charlar— dijo la mujer—. Tengo ropa para prestarte, y puedo ofrecerte algo caliente para el frio. Tú solo sígueme…
   Sin esperar una respuesta, ella se dio media vuelta y caminó hacia una puerta. Samantha pensó en no hacer caso a aquella, sin embargo, de inmediato noto el frío que la aguijoneaba por todas partes. La idea de llevar algo de ropa encima resultaba así muy atractiva. Por otra parte, la chica no tenía ningún sitio al cual ir, y, por si fuera poco, un enorme león con apariencia de demonio todavía intentaba devorársela. Sin importar las intenciones de la mujer del vestido negro, al menos la había salvado de tan horrible destino.
   Así, ambas entraron al edificio y bajaron por una escalera hasta el piso superior. Caminaron por un pasillo iluminado por unas sucias lámparas que colgaban del techo; fue allí donde se pararon frente a la despintada puerta de uno de los departamentos. La extraña mujer miró a todas partes para asegurarse de que estaban solas.
  — ¡Theven harbius!— susurró haciendo un suave movimiento con su mano derecha. Un fugaz resplandor rosa invadió el picaporte de la puerta. Samantha oyó el sonido de cadenas y llaves al girar en sus cerraduras y con un leve chillido el umbral de entrada al departamento estuvo abierto.
  — Pasa, querida— dijo la mujer invitando a la adolescente a pasar con un gesto de su mano.
   La joven entró al recinto y la extraña la siguió. Estaba todo muy oscuro.
  — ¡Aurus!—volvió a susurrar la salvadora de Samantha luego de cerrar la puerta. Con un chasquido, una lamparilla que colgaba en el techo, al centro del lugar, se encendió (una gran hazaña, considerando los cables inertes que colgaban por todas partes: no podía haber electricidad allí).
   Samantha se vio de pie así en mitad de una habitación sucia y deprimente. Había tres sillones escarlatas alrededor de una pequeña mesita de madera. Las paredes estaban algo despintadas, y a no ser por un reloj que, colgado en el lado opuesto de la pieza, mostraba que treinta minutos pasaban apenas de la medianoche, estas estaban desiertas: no había cuadro o adorno que las llenara.
  — Ven, querida, siéntate aquí— le dijo la mujer a Samantha, arrastrándola a uno de los tres sillones—. Voy a traerte una manta para cubrirte y luego te prepararé un chocolate caliente ¿vale?
   Después de cubrir a la chica con una manta, aquella mujer desapareció un instante en la cocina. Regresó al momento con una taza humeante que le entregó en las manos a la muchacha, y se sentó junto a ella. Samantha bebió el primer sorbo del chocolate con cierto aire de desconfianza, y enseguida sitió el calor entrándole a los huesos. Fue un sentimiento tan agradable que por un segundo olvidó todas las inquietudes que la acosaban. Cuando estas retornaron a su interior, llevó su mirada a la mujer.
  — ¿Quién es usted?— preguntó entonces— ¿por qué me salvó de ese monstruo, y…?— se detuvo: estaba tan confundida.
  — Mi nombre es Nhiveane Madilandah, para mí es un gusto enorme conocerte, Samantha— respondió la mujer—. Imagino que existen muchas cosas que te confunden de cuanto acabas de presenciar, y no te culpo… Empezaré por decirte que soy una bruja, aunque creo que eso lo has deducido ya.
  — ¿Una…bruja…?— repitió Samantha—. Pero… ¿eso que hizo usted fue…?— Tenía la palabra atrapada entre los labios ¿Podría ser?
  — Magia— confirmó Nhiveane—. Pura y verdadera magia.
   Samantha no podía creerlo. La fabulosa batalla entre la bruja y el monstruo todavía estaba grabada en sus retinas, y, a pesar de ello, no antes de escuchar la palabra bruja pudo pensar en que todo ello fuera magia. Ahora parecía todo tan claro, tan maravilloso y al mismo tiempo aterrador. Por un lado, su amor a lo fantástico la hacía sentir una curiosidad enorme por el universo de misterios que la mujer que la enfrentaba le ofrecía, pero por otro, recordar la ferocidad de la criatura de pesadilla que acababa de intentar matarla, la hacían temer a los secretos horribles que el mundo podía esconder. ¿Quién sabía cuántos seres terroríficos existían a parte de este?
   La única cosa clara era que jamás volvería a sentirse una tonta por pensar en mundos de fantasía.
  — ¿Cómo puede ser posible…?— atinó a preguntar la chica.
  — No soy la única bruja— respondió Nhiveane— Existe todo un mundo de magos, oculto de...bueno, la gente sin magia. Es difícil de explicar.
  — ¿Por qué me has salvado de ese monstruo? ¿Y qué cosa era esa?
  — Su nombre es Arbendur— dijo la bruja— Es una mantícora, una sanguinaria raza de bestias come-hombres.
  — ¿Y qué quería? ¿Por qué quiso matarme?— preguntó Samantha—. No iras a decirme que solo tenía apetito de niñas pelirrojas ¿o sí?
  — Por supuesto que no— dijo Nhiveane—. Si hubiera querido solo devorarse a alguien, podría haberlo hecho con todo el orfanato sin problemas. No, existen razones muy fuertes que llevaron a esa mantícora a intentar matarte, razones que me arrastraron a mí a rescatarte, además. Todo tiene que ver con tus vivencias recientes, sobre lo ocurrido en el banco Welfare and Castle.
  — ¿Cómo es eso?— preguntó Samantha, escuchando a su interlocutora con suma curiosidad— ¿En qué puede afectar a ese monstruo el que un edificio se me haya desplomado encima?
  — Es un asunto difícil de explicar, para serte franca— admitió Nhiveane—. Comenzare por decirte que ese edificio no se desplomó a causa de la caída de un meteorito, si no que fue el fatídico resultado de una cruenta batalla llevada a cabo tras sus muros.
  — Eso no puede ser así— dijo Samantha, confundida—. Muchas personas vieron la explosión del meteoro, no…
  — Fue un engaño— se apresuro a decir la mujer—. Otros magos como yo se encargaron de hechizar a todas esas personas para que dijeran haber visto ese meteoro, pero este jamás existió en verdad.
  — ¿Para qué hicieron eso?
  — Para mantener oculto nuestro mundo de las personas sin magia— respondió la bruja, simplemente.
   Hubo muchas preguntas que llegaron a inundar la mente de Samantha en ese instante, pero decidió no perderse del asunto principal.
  — Entonces ¿Hubo una lucha en el banco?—preguntó— ¿Para qué?
  — He aquí una gran cuestión, Samantha— dijo Nhiveane—, pues nadie sabe las razones de esta. Nadie a excepción de Whailendalle…
   Al oír la última palabra de la hechicera, Samantha sintió como un violento escalofrío la recorría de pies a cabeza.
  — ¿Quién es ese…Whailendalle?—musitó aturdida.
  — Whailendalle— repitió Nhiveane lentamente—, es el autoproclamado rey de los vampiros, aunque no existe alguien capaz de poner en duda ese título. Él controla y dirige a los vampiros en su guerra contra todos los magos.
  — ¿Existen también los vampiros? ¡Esto está cada vez más loco!— a Samantha jamás le habrían parecido ciertas esas afirmaciones tan extravagantes en una persona, si acaso no hubiera presenciado todo lo del orfanato.
  — Existen, si, mas en poco se parecen a como se los conoce en las leyendas de la gente sin magia. Los vampiros son magos que han seguido el camino del mal: son asesinos, gente sin alma y corazón a quienes solo les importa el poder. Y las sombras no solo ofrecen mucho poder, si no que no ofrecen limites para obtenerlo. No les importa matar, no les importa el amor si este les impide obrar por el bien de sus egoístas designios. Los verdaderos vampiros pueden estar sin problemas a la luz del día, aunque se sienten más a gusto en la noche. No se alimentan de sangre, pero aman beberla, sobre todo si es humana: las propiedades de esta incrementan sus habilidades mágicas. Son difíciles de reconocer entre las personas comunes, pues la mayoría conservan aspectos muy humanos, y ellos pueden volar sin necesidad de utilizar objetos hechizados para tal fin…
  — ¿Nosotras utilizamos un objeto hechizado para volar hasta aquí?— preguntó Samantha.
  — Utilizamos mi espada— dijo Nhiveane acariciando la empuñadura del arma, la cual descansaba ahora sobre su regazo para permitirle a ella sentare en el sillón—. Es un delivell, como se los llama. Estos son objetos inanimados de cualquier tipo: bastones, paraguas, zapatos o, como en este caso, una espada. Los mismos pasan por un muy complejo proceso mágico para poder serlo. Una cosa muy importante que has de saber sobre los delivells, es que solo un mago puede utilizarlos para volar, pues estos no vuelan por sí mismos, si no que transforman la magia del hechicero en el hecho de volar. Una persona no mágica podría poseer uno toda su vida y jamás se enteraría de su poder. Pero dejemos este asunto atrás para volver a lo importante. Whailendalle estuvo en el banco Welfare and Castle, y de todo cuanto te he dicho es lo único cierto, pues mucho de lo que te estoy contando es en base a mis propias conjeturas. Según pienso, ese vampiro estuvo allí para robar algo muy importante y acabó luchando contra los magos que custodiaban ese algo…
  — ¿Y que se robó? ¿Consiguió hacerlo?
  — Estoy segura de que consiguió su cometido— dijo Nhiveane—. Desconozco lo que Whailendalle pudo haber robado del banco, como te dije, solo estoy suponiéndolo todo. No existen pistas concretas sobre esto.
  — ¿Entonces como puedes estar segura de estar en lo cierto?— cuestionó Samantha.
  — Puede que yo esté equivocada, no soy perfecta. Sin embargo, no encuentro otra explicación para que Whailendalle se viera obligado a utilizar la maldición Vartes Limerduan…
   — Vartes Limerduan— repitió la chica, ensombrecida— ¿Qué es?
   — Es el hechizo más poderoso que un vampiro pueda conjurar— dijo la mujer del vestido negro— Permite a aquel que lo utiliza transportarse instantáneamente hasta cualquier sitio del mundo. Es una maldición muy rara y peligrosa (que yo sepa, solo un vampiro en la historia había logrado realizarla antes que Whailendalle, y aun así, esas ocasiones puedes contarlas con los dedos de una mano), pues requiere demasiada energía el usarla. Además, todas las criaturas vivas que se encuentran a cierta distancia, mueren de manera instantánea…
  — Entonces fue esa maldición la que…— empezó a decir Samantha con voz temblorosa.
  — Creo que Whailendalle, teniendo entre sus manos aquello que deseaba robar, finalmente se vio acorralado por los magos que salvaguardaban ese tesoro, los cuales debían ser un gran numero— la interrumpió Nhiveane—. Si de verdad hubiera querido luchar y acabar de esa forma con todos los magos que lo atacaron, no dudo que él habría logrado hacerlo. No obstante, ese vampiro decidió no arriesgarse a perder eso que en el banco fue a buscar, y convocó la maldición Vartes Limerduan. Así, Whailendalle se apareció instantáneamente en su guarida oculta, pero tuvo que tomar la energía vital de muchas personas que estaban en y a los alrededores del banco, tomó la fuerza que sustentaba a este ultimo provocando además que se desplomara, y provocó suficientes daños en otros edificios como para que estos se derrumbaran también, atrapando bajo sus escombros a gente que aun seguía viva…
   Los ojos de Samantha se vieron inundados en lágrimas. Sus sentimientos se volvieron más confusos que nunca, ni siquiera sabía que pensar. Abrió la boca para decir algo, pero ningún sonido se escapo de sus labios. Bajó la vista hasta la taza que sostenía entre sus manos y permaneció entre sollozos un rato, olvidándose de la mujer que estaba a su lado.
  — Tus padres estuvieron expuestos al poder de la maldición, así como toda la gente que estaba a cierta distancia de Whailendalle, en la zona que las personas sin magia han denominado acertadamente “La zona muerta”— continuó hablando Nhiveane—. También tú, Samantha, estuviste expuesta a Vartes Limerduan, y he aquí el hecho más curioso, pues has sobrevivido. Nadie que haya estado expuesto a esa maldición había sobrevivido antes…
   Samantha levantó la mirada y se volvió hacia la mujer, sintiendo una vez más un frio recorrerle la espalda.
  — ¿Pero cómo?— preguntó— ¿Cómo puedo ser la única sobreviviente? ¡No soy nadie especial, ni tengo habilidades únicas! ¡Ni siquiera soy buena en los deportes!
  — Podrían existir muchas explicaciones para ello, mas yo estoy convencida de una sola de ellas— empezó a decir Nhiveane en forma muy misteriosa—. Tal vez te equivocas al pensar que no posees habilidades únicas… Creo que eres una bruja…
  — ¿Una bruja… yo?— exclamó Samantha con los ojos bien abiertos—. Ahora si se está equivocando… Jamás he hecho magia… Además, mis padres no eran magos y…
  — Un mago puede nacer de cualquier familia, Samantha. No importa si tus padres fueron magos o no— dijo Nhiveane—. No obstante, solo así se explica que hayas sobrevivido, nadie me puede persuadir de lo contrario: una poderosa manifestación de tu magia te permitió bloquear el efecto de la maldición en ti. Y estoy muy segura de que no es la primera de todas las manifestaciones, seguro has debido haber hecho magia sin tener noción de que la hacías…
  — Yo… no…—Samantha no sabía que decir.
  — Generalmente los poderes mágicos de una persona empiezan a manifestarse a partir de los cuatro años, a más tardar a los seis. Aparecen como pequeñas manifestaciones en momentos de fuertes emociones: un día haces levitar un mueble, y al siguiente haces  que súbitamente el gato salga volando por la ventana. Sin embargo, a tu edad todos los magos saben cómo controlar esa energía y aprovecharla… Tienes que pensar, de seguro has hecho algo de eso, algo que te parezca extraño.
   Samantha meditó por un instante. En su mente empezaron a aparecer recuerdos locos, recuerdos insignificantes y confusos. No pudo ver ninguno con claridad, eran como llegados de un sueño profundo y olvidado, irreconocibles. Se sintió entonces como una loca, imaginando tonterías otra vez. Fue entonces cuando recordó el incidente de ese mediodía, en el orfanato, cuando de alguna inexplicable manera las ventanas del salón comedor se abrieron súbitamente y permitieron a una enorme cantidad de agua escabullirse entre estas, mojando a esa chica que la estaba molestando…¿Podría ser magia?
  — Seguro te darás cuenta de la verdad más tarde—dijo Nhiveane, pensativa—. Se supone que existen hechiceros dedicados a encontrar a los nuevos magos nacidos en familias sin magia, pero al parecer su sistema de búsqueda no es del todo infalible si han pasado por alto tus habilidades. Porque sigo afirmando que las posees.
   Hubo un momento de silencio. Samantha pensaba de manera terca que esa mujer tenía que estar muy equivocada con ella: era de lo más loco pensar en que ella misma pudiera ser una bruja y que jamás se hubiera percatado de ello. Cada vez entendía menos sobre el asunto en el cual estaba enroscada.
  — Discúlpeme, pero todavía me cuesta entender en cuanto afecta todo esto a esa bestia que intentó matarme, y no entiendo en qué la afecta a usted— dijo Samantha—. ¡Ni siquiera me ha explicado cómo es que sabe mi nombre!
  — Pues a eso voy— dio Nhiveane prosiguiendo su relato—. Como te dije, pienso que eres una bruja, y la cuestión con esto es que no soy la única en el mundo que lo piensa— Samantha miraba fijo a la mujer—. Whailendalle ha de sospecharlo también. Que tú hayas sobrevivido a su más poderosa manifestación mágica es desafiante con sus designios malignos, y, por cierto, no puede arriesgarse a que una bruja ande por ahí insultándolo a cada respiro. Pero sobre todas las cosas, sintió miedo de que hubiera surgido una bruja lo suficiente poderosa para oponérsele y vencerlo. Ni siquiera se le ha de haber pasado por la mente la posibilidad de que tales pensamientos fueran equivocados y que tú fueras solo una chica común con mucha suerte. Decidió no arriesgarse, enviando a Arbendur, uno de sus más fieles sirvientes, a buscarte y matarte.
  — ¿Como tardó tanto en venir por mí?—preguntó Samantha—. Si de verdad cree ese vampiro que soy una molestia tan enorme para sus planes malignos ¿Por qué esperar una semana para enviar a ese monstruo? ¿Pudo ese león tardar tanto en dar conmigo?
  — Hace una semana Whailendalle no sabía que estabas viva…
  — ¿Cómo es posible?— exclamó la chica ante la afirmación de la mujer— ¡La noticia de mi supervivencia apareció en cada periódico de Gran Bretaña! ¡Tal vez en cada periódico del mundo!
  — Quizás  te cueste entenderlo, mas los magos ignoran por completo los asuntos de la gente sin magia: sus noticias rara vez tienen relevancia para nosotros—dijo Nhiveane—. Mucho menos le interesan a Whailendalle, quien permanece ensimismado en sus propios y oscuros asuntos. Yo fui de las pocas brujas y magos que prestaron atención a todo esto, y aquí es donde entro al relato…
  “La cosa es que soy una bruja al servicio del consejo de Welindalia— continuó Nhiveane—. Ese consejo es algo así como el gobierno de los magos, son quienes hacen las leyes y nos mantienen ordenados como una nación a la cual llamamos Welindalia. Sucede, como te he contado, que una larga guerra nos enfrenta a nosotros, y a muchas criaturas del mundo mágico, contra los vampiros, y es lógico que intentemos evitar que Whailendalle consolide cualquiera de sus planes. Por ello he venido a rescatarte.
  “Cuando supe de tu existencia, Samantha, me presenté de inmediato ante el consejo de Welindalia, e intente explicarle mi hipótesis: que quizás tú fueras una bruja y que seguramente Whailendalle, al enterarse de ti, llegaría a pensar eso e intentaría matarte. Pedí permiso para venir a rescatarte, pero, en principio, mis palabras fueron ignoradas. Fue así que decidí que debía investigarte por mi cuenta y me contacte con un amigo mío en Londres para que indagara por mí, pues otros asuntos de suma importancia me impedían hacerlo personalmente. Ese amigo era David Williams, el detective de Scotland Yard que te acompañó en muchos de los momentos difíciles de los últimos días. No era un mago, si ello pensabas, mas era una buena persona dispuesta siempre a brindar su ayuda cuando hacía falta. El me envió varios informes acerca de ti, Samantha, y de todo cuanto hubo averiguado de tú pasado, informes que por cierto compartí con los miembros del consejo, con la esperanza de sensibilizarlos para enviar a alguien en tu busca. No obstante, no fue sino hasta la desgraciada muerte del señor Williams que el consejo reaccionó y me permitió venir a Londres por ti. Para ese entonces, la noticia de que una chica había sobrevivido a Vartes Limerduan había llegado a oídos de Whailendalle, y este ya había ordenado a Arbendur darle muerte a ella.
  — ¿Y cómo afectó en esto la muerte del señor Williams? ¿Acaso ese Arbendur…?
   Ese monstruo intentaba saber tu exacta localización, y el señor
Williams terminó cayendo bajo sus garras…



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