Hola ¿Cómo están? Hoy
va el capítulo trece de La
princesa valiente.
Espero que les guste.
13
Las
ruinas
— ¿Qué era esa cosa?—
pregunté.
— Una mantícora—
dijo Lorena. Caminó hacia el cuerpo del monstruo y le vació encima
el contenido de un frasco.
— ¿Por qué nos
atacó?— tosió James. El horrendo león empezó a disolverse como
un trozo de mantequilla en el fuego: expelía un humo apestoso.
— No es lugar para
hablar— sentenció Lorena—. Tenemos que ir a la librería antes
de que vuelvan.
Miré a James y en su
rostro hallé el mismo desconcierto. Nos metimos con Lorena al
vehículo.
— Tía, no sabía que
tenías una camioneta— comenté.
— No tengo— dijo
ella. Hubo un chasquido y el motor se encendió—. La robé.
Lorena se negó a darnos
explicaciones. Condujo la camioneta a la librería y estacionó en la
acera.
— ¿Qué pasó?—
pregunté. El ventanal de la librería estaba hecho añicos. Al
entrar en ella, tuvimos que esquivar montañas de libros deshojados.
— También estuvieron
aquí— dijo James.
— Así es—dijo
Lorena. Cuando subimos al apartamento, vimos el mismo desastre—. La
mantícora y tres caballeros de Starivia armados hasta los dientes.
Herí a dos antes de que fueran en tu busca.
— ¿Te dañaron?—
pregunté.
— Solo a mi casa—.
Lorena caminó hacia su armario de pociones y empezó a guardar los
frascos sanos en una maleta—. Me salvé porque no me buscaban a mí.
— ¿A qué te refieres?
— Los oí mencionar tu
nombre antes de irse.
— ¿Por qué buscaban a
Madeleine?— preguntó James—. ¿No existe una alianza entre
Dermorn y Starivia? ¿Y cómo supieron que ella está en Londres?
— Son las mismas
preguntas que me hago— dijo Lorena—. Pero fue una suerte que mi
sobrina eligiera esta noche para escaparse a escondidas contigo.
Me miró a los ojos y yo
me sonrojé.
— ¿Cómo nos
encontraste?
— Con esto.
Lorena hundió la mano en
su bolso y sacó a la luz una esfera de cristal.
— Genial…
— Por el contrario—
mi tía levantó la esfera y entornó los ojos al mirarla—.
Tendrían que aparecer Catherine y Danielle en ella: siempre aparecen
cuando necesito información. Sin embargo, una niebla las mantiene
ocultas.
— ¿Quieres decir que
están en peligro?— pregunté. Lorena guardó la esfera y siguió
empacando la maleta.
— Hay que averiguarlo—
dijo—. Nos iremos en el primer vuelo que salga a París.
— Las acompañaré—
dijo James.
— ¿Estás loco?— lo
enfrenté.
— No dejaré que vayan
solas.
— Este no es tu
problema.
— ¡Intentaron matarte!
Jamás me perdonaría si te hacen algo.
— Su ayuda nos vendría
bien—. Lorena se interpuso entre nosotros—. ¿Tienes pasaporte?
— Está en mi casa—
dijo James.
— Las mantícoras
pueden seguir el rastro de una persona donde sea, no importan la
distancia o el tiempo—. Mi tía le puso un frasquito en la mano—.
Esta es mi poción más rara. Cuando salgas de tu casa, échala en
la puerta. Ocultará el olor de tu familia, al menos por unos días.
— Vale.
— Llévate la
camioneta. Júntate con nosotras a las siete, en el aeropuerto de
Heathrow ¿Sabes cómo llegar?
— Claro— James se dio
vuelta y caminó hacia la puerta.
— ¡Espera!— exclamé.
Caminé hacia el chico y le di un rápido beso en los labios—.
Cuídate…
— Igual tú— dijo
James. Desapareció escaleras abajo y yo me volví a Lorena, azorada.
— ¿De verdad lo
esperaremos?— le pregunté.
— Claro— dijo—. Vi
lo que hizo por ti. Si no fuera por él, tendría una sobrina menos.
Mi habitación estaba en
ruinas. Junté del suelo la ropa que seguía sana y la empaqué en
una maleta. Me quité el vestido del baile para cambiarlo por un
vaquero y un suéter y mientras lo hacía, reparé en mi cartelera
con fotos. La cámara de Marian estaba pisoteada y destruida, pero
estas seguían intactas. Las despegué y también las empaqué.
Abordamos un taxi y
cruzamos la ciudad en la penumbra que precede al amanecer. James se
reunió con nosotros en el hall del aeropuerto. El silbido del avión
me puso los pelos de punta, pero traté de no verme afectada frente a
él. Lo único que quería era llegar a Francia y encontrar respuesta
a nuestras preguntas.
— Esto es muy raro—
dijo Lorena, cuando salimos del aeropuerto de París. Aporreaba las
teclas de su celular—. Contaba con que Evangeline nos ayudaría,
pero no responde mis llamadas.
— ¿Y en tu esfera?
— Tampoco.
— ¿Crees que le
sucedió algo?
— No lo sé…
Lorena paró un taxi y
subió junto al conductor para darle instrucciones. James y yo nos
sentamos juntos, en la parte de atrás.
— ¿Le contaste a tu
madre lo que harías?— pregunté.
— Le dejé una nota—
dijo James—. Contarle cara a cara, me habría hecho las cosas
difíciles.
— No debiste venir.
— No permitiré que te
pase nada…
— ¿Crees que tienes
derecho a arriesgar tu vida por mí solo porque nos besamos?
— Arriesgo mi vida por
ti porque te quiero. Si no lo hago por alguien a quien amo ¿Por
quién lo haría?
— Empiezo a pensar que
me equivoqué contigo— me crucé de brazos—. Tal vez mi padre
tenía razón al querer casarme por la fuerza ¿De qué sirve el amor
si te hace actuar como un imbécil?
— ¿Enserio te parezco
un imbécil?
— Solo un idiota
abandona a una familia como la tuya para seguir a unas desconocidas.
— Y lo dice la chica
que dejó una vida de lujos en un castillo para ir al colegio…
Miré a James de boca
abierta. Busque en mi cabeza alguna frase cortante, pero no se me
ocurrió. En su lugar, desvié el rostro al cristal y no hablé el
resto del viaje.
La capital quedó atrás.
Nos internamos en una carretera que cruzaba un bosque y pasó una
hora hasta que el taxi se detuvo.
— Aquí es, señorita—
dijo el conductor.
— No puede ser— dijo
Lorena. Abrió la puerta del taxi y se alejó corriendo.
Miré a James y tragué
saliva. Él se inclinó para pagar la tarifa y salimos juntos del
vehículo.
— También estuvieron
aquí— dijo Lorena, con la voz ahogada. Ocultó su rostro, pero
supe que estaba llorando. Mis ojos se empañaron.
La casa de Evangeline era
un cúmulo de ruinas ennegrecidas. No tenía tejado y la mitad de las
paredes estaban derrumbadas sobre el descuidado jardín. Una cinta
amarilla rodeaba todo el patio.
— Parece que fue hace
días— dijo James.
Lorena pasó bajo la
cinta amarilla y se metió en la casa. James y yo la seguimos. El
olor a cenizas mezclado con agua me impregnó las fosas nasales.
— Fue esa mantícora—
dijo Lorena. Se inclinó a mirar las marcas en el suelo. Me llevé
una mano al pecho.
— ¿Quieres decir que
todo esto es mi culpa?— pregunté—. ¿Mataron a Evangeline para
encontrarme?
— No es tu culpa—
dijo James—. Tú no mandaste a ese monstruo.
— Es verdad— Lorena
se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
— Vámonos de aquí—
di un paso atrás—. No soporto seguir viendo esto…
— ¡Espera!— el grito
de James llegó tarde. El suelo crujió bajo mis pies y caí junto a
una avalancha de desperdicios.
— ¿Estás bien?—
preguntó Lorena.
— Si— dije. Me llevé
las manos a la espalda—. El sótano detuvo mi caída.
Luché por incorporarme.
Cerré la mano en un trozo de metal y me lastimé un dedo. Al volver
la vista, vi una espada clavada en la piedra del suelo. Era mi
espada.
— Toma mi mano— dijo
James, asomándose por el agujero que quedó sobre mí.
— Espera…— me paré
y desclavé la espada del suelo. Al parecer, el fuego no la
destempló. Busqué la vaina entre los restos y la hallé entre una
montaña de ladrillos. Enhebré el cinto con el arma en mis vaqueros.
— Tenemos que seguir
hasta Dermorn— dije, cuando los tres estuvimos fuera de la casa.
— Es peligroso— dijo
Lorena—. Las señales no son buenas. No sabemos los peligros que
nos esperan en el camino. Si la bola de cristal no muestra a nadie en
Dermorn, es porque ahí está pasando algo. Hasta donde sé, puede
que toda Starivia esté tras nuestro rastro.
— Entonces tenemos que
buscar ayuda— dijo James. Lorena y yo lo miramos.
Hasta aquí el capítulo
del libro. Espero que les esté gustando: como verán, la historia
está tomando nuevos aires. ¿Qué piensan del romance de James y
Madeleine? Comenten y, si les gustó el post, compártanlo. También
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derecha ¡Nos vemos!
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