Hola ¿Cómo están? Les
comparto el capítulo quince de La princesa valiente. Espero que les
guste.
15
Oposición
El castillo estaba
edificado sobre la pared del acantilado. Toda una estructura de
andamios y escaleras talladas en la roca bajaban a la abertura de una
cueva. Ahí se erguían los establos para los grifos.
— ¿Cuántos tienen?—
pregunté a Marcus.
— Más de cincuenta—
dijo. Esa mañana, el caballero vino a mi estancia y se ofreció a
escoltarme hasta los establos.
— ¿Tantos?
— No es difícil
domesticarlos. Si no tenemos más, es por falta de recursos. El río
que corre al fondo de la quebrada nos proporciona suficiente pescado
para alimentar el triple, pero tampoco se puede abusar. De ese río
salen la mayoría de los recursos de La Torre del Abismo y sus
vasallos.
— ¿Son difíciles de
montar?
— Para nada, señorita…
— Llámame Madeleine.
No me gusta que me traten de usted: me hace sentir una anciana.
Marcus se sonrojó.
— Montar un grifo es
como montar a caballo— dijo—. Hay mandos para hacer que se eleve
y que baje, pero yo no me preocuparía. Mientras vuelen en grupo, el
grifo hará lo mismo que sus compañeros: el capitán del grupo les
da órdenes con un silbato.
— Vale— me mordí el
labio el resto del trayecto, pensando en el escape de Dermorn. Si
cerraba los ojos, el vértigo volvía a correr por mis venas.
La cueva estaba llena de
ecos de graznidos y de gente hablando al mismo tiempo. Sin contarnos
a James, Lorena y yo, la compañía se formaba por más de diez
personas diestras en combate, incluyendo a dos mujeres arqueras.
Según me contó Marcus, cada uno tendría su grifo y nos
acompañarían tres animales para cargar provisiones.
El caballero se paró
junto a un grifo de plumaje dorado y le acarició el pico.
— Te presento a Doblón.
— Es magnífico—
dije. Estiré la mano y me atreví a rozarle el lomo. Una voz
conocida sonó a mi espalda.
— ¿Todavía sigues con
la idea de ir?— dijo James. Me volví con el ceño fruncido y cerré
el puño al verlo sonreír. ¿Cómo podía ser tan descarado? ¿Pensó
que mi enojo se disiparía al salir el sol?
— ¿Qué haces aquí?—
me tapé el pecho con el vestido—. ¿Tan desesperado estás por
verme desnuda?
— Lo siento— dijo
James, volviéndose—. Necesito hablar contigo.
— ¿A esta hora?— me
quité la toalla y enfundé el cuerpo en un vestido: acababa de salir
de la tina—. Tuviste todo el día para venir.
— Estuve ocupado
arreglando los últimos detalles de nuestra partida.
— Ya veo…—toqué el
hombro de James. Se dio vuelta a tiempo para recibir mi beso.
— ¿Por qué tan
cariñosa?— preguntó. Envolvió mi cintura y volvimos a juntar
nuestros labios.
— Es por
agradecimiento— dije—. Nos prestaste mucha ayuda a Lorena y a mí.
— Es por eso que vine
hasta aquí.
— ¿De qué hablas?—
me aparté de él y fui hasta el espejo. Me peiné, con la vista en
el reflejo de James.
— Quiero que te quedes
en la torre.
— ¡No!— di la vuelta
y lo enfrenté—. Soy la que debe volver a Dermorn.
— Hay gente más
calificada para este trabajo.
— ¿Hablas de ti?
— Exacto.
— ¿Tengo cara de ser
una niña frágil?— grité—. ¿Piensas que estaré estorbándote
todo el tiempo mientras luchas contra el mal? ¡No soy una cobarde!
— No digo que seas
cobarde— James me tomó de los hombros—. Me preocupa tu bienestar
¿Entiendes eso?
— También me preocupo
por ti— dije—. ¿Crees que es justo que me quede aquí,
encerrada, sin saber si tu y mi tía están vivos? ¡Claro! ¡Como
soy mujer!
— No seas infantil…
Sacudí los brazos para
librarlos y caminé hacia la puerta de la habitación. La abrí.
— Vete de aquí—
dije.
— Madeleine, yo…
— ¡Vete!
James quedó mirándome.
Cuando se dignó a irse de la habitación, estampé la puerta y me
largué a llorar. ¿Por qué se empeñaba en complicarlo todo? ¿No
podía cerrar la boca y darme unos besos apasionados?
— Sin mí no habría
misión— dije—. Soy la única que tiene la seguridad de entrar en
Dermorn, puesto que cada nombre del registro de Dermorn se pone a
prueba una vez que su dueño abandona el reino. Mi caso es distinto,
por ser la hija del rey.
— En ese caso, no me
separaré de ti— dijo James.
Me sonrojé. Tenía que
decir algo cortante, algo que le diera a James una pista de mi enojo,
pero mis pensamientos se desviaron a la tía Lorena, quien se unió
al grupo.
— Madeleine, justo
quería verte— dijo—. ¿Me sigues? Tenemos que hablar antes de
partir.
— Claro…— dije.
Miré a James y me alejé tras mi tía. Ella se paró en la boca de
la cueva, a mirar el río. Su capa se agitó con la brisa.
— ¿Segura de que
quieres hacer esto?— preguntó.
— ¿Tú también me
advertirás del peligro?
— Solo debes saber que
no tenemos obligación de seguir.
— Si algo ocurre en
Dermorn, quiero saberlo. No me quedaré encerrada en esta torre,
esperando que los problemas se solucionen solos.
Lorena rió.
— Imaginé que
hablarías así. Por eso me tomé la libertad de hacer esto—.
Lorena metió la mano entre los dobleces de su capa y sacó a la luz
un cinturón con una espada—. Me enteré que la enviaste a reparar
a la forja y mandé a que le hicieran unas modificaciones.
Levanté las cejas. Cerré
los dedos alrededor de la empuñadura de mi espada y la desenvainé.
Los rayos del sol se reflejaron, formando un aura a su alrededor.
Lorena pasó un dedo por el filo.
— Las runas que están
aquí dibujadas la vuelven más fuerte, de modo que dejó de ser una
simple espada de práctica. Con ella podrías atravesar la coraza de
un dragón.
— Es magnífica—
dije—. Muchas gracias, tía.
— Tienes que cuidarte—
ella apoyó sus manos en mis hombros—. Cuando salgamos de este
castillo, debes permanecer con los ojos bien abiertos, y no te
separes de esta espada por nada ¿de acuerdo?
— De acuerdo…
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