lunes, 13 de abril de 2015

La torre del abismo


Hola ¿Cómo están? Les comparto el capítulo catorce de La princesa valiente. Espero que les guste.


14
La torre del abismo

Pasaron horas desde que el tren nos dejó en la estación de aquella pintoresca ciudad Alemana. James se valió del celular de Lorena para hacer una llamada y tomamos un taxi que nos llevó por una carretera entre las montañas.
— ¿Qué fueron todas esas llamadas?— pregunté.
— Mi gente vive aislada, pero mi madre les obligó a instalar un teléfono que se abastece de energía solar, para así estar comunicados. La mayoría del tiempo hay demasiada interferencia como para hablar desde Inglaterra, pero es útil para avisar nuestra llegada cuando vamos de visita a la torre— James se irguió en su asiento y habló al conductor—. Deténgase aquí.
— ¿Estar seguro?— preguntó el taxista en un torpe inglés. Señaló hacia el bosque—. Demasiado oscuro allá fuera. Pueblo lejos.
— No se preocupe, conozco el lugar.
James pagó la tarifa y nos siguió a Lorena y a mí fuera del taxi. Nos quedamos al borde de la carretera, viendo como el taxi se alejaba. La oscuridad nos envolvió.
— ¿Y ahora qué?
James hizo un gesto con la cabeza, indicando el bosque. Unos puntos incandescentes se materializaron entre los troncos, danzando al susurro de la brisa. Eran antorchas.
— ¡Qué bueno verlos!— saludó James. Dos jinetes se asomaron a la carretera, tirando de las riendas de tres caballos listos para montarse.
— Es un placer volver a verlo, señor— dijo uno de los jinetes, echándose atrás la capucha. Era joven y atractivo, con el cabello largo hasta los hombros. El otro jinete mantuvo silencio, con el rostro oculto por la capucha. James lo reconoció.
— ¿Bianca? ¿Qué haces aquí?
— Vine a acompañar a Oliver— dijo la chica, descubriendo su rostro. Apenas alcanzaba la mayoría de edad—. ¿Qué tiene de malo?
— Para mí, nada— dijo James—. Pero a tu padre no le gustará.
— Nunca se enterará si no se lo cuentas— dijo Bianca.
— ¿Quieres que mienta por ti?
— Mi señor— interrumpió Oliver—. Debo señalarle que aun nos encontramos en la carretera. Corremos el peligro de ser vistos.
— Cierto— dijo James. Tomó las riendas de un corcel, y Lorena y yo lo imitamos.
— Hace años que no monto a caballo— dijo mi tía.
No tenía idea de la hora, pero era más de media noche cuando tomamos el sendero que ascendía entre los árboles, escalando la montaña. El cielo adquiría color cuando el abismo nos cortó el paso. A partir de allí, el camino torcía hacia la izquierda, serpenteando por el contorno del precipicio hasta los pies de la fortaleza.
— La Torre del Abismo— dijo James.
Era una torre de piedra maciza de más de doscientos pies de alto, construida en una saliente de roca. Sus paredes eran lisas y tenía pocas ventanas. Otras torres y edificaciones menores se levantaban a su lado, y todo era rodeado por una muralla circular. En la cima almenada, donde ondeaban las banderas purpuras y plateadas, un cuerno avisó nuestra llegada.
Las puertas de la muralla se abrieron a nuestro paso. Varias personas se acercaron a recibirnos. Bianca ocultó el rostro en las sombras de su capucha.
— Bienvenido a casa, mi señor— dijo un caballero, tomando las riendas del corcel de James. Tenía el cabello blanco y una barba espesa—. El guardián ordenó que se les prepararan habitaciones a los tres. Se rehúsa a hablar con ninguno hasta que descanséis del viaje.
— Clive siempre dice lo mismo— James sonrió. Dio una palmada en la espalda del caballero—. Qué bueno verte otra vez, Nelson.
— Mi señora— Bianca tomó las riendas de mi corcel y se lo llevó junto a los otros.
No hubo más ceremonias. Al cruzar las puertas de la torre, nos recibió un gran hall circular, rodeado de varias puertas y pasadizos. Nelson nos guió por una escalera que subía en espiral.
— Aquí están sus aposentos— dijo. Abrió una puerta y nos dejó paso a una sala bastante pintoresca. Había un par de sillones y muebles labrados, dispuestos alrededor de una estufa—. Hay una habitación para cada una. Si desean un baño o quieren comida, den la orden y los tendrán.
— Muchas gracias— dijo Lorena.
— ¿Y James?— pregunté.
— El señor tiene su propia habitación— explicó Nelson. James me sonrió.
— Descansa, Madeleine— dijo—. Mañana hay mucho por decidir…

Al despertar, una parte de mí creyó estar en Dermorn, en mi antigua habitación. Me di cuenta de que estaba confundida cuando miré por la ventana y no vi edificaciones, sino un trozo de cielo. Cuando dejé las mantas y me asomé, los picos de las montañas se alzaron como dientes, desgarrando las nubes. Abajo, los edificios se agarraban a la pared del acantilado, y me sorprendió ver los andamios y escaleras que se hundían en la hendidura. Por la manera en que el sol daba sobre el mundo, no faltaba mucho para el mediodía.
— Hola ¿dormiste bien?— preguntó Lorena. Me  sonreía desde una mesa, con una taza de té entre los dedos.
— Si— me senté frente a ella. La mesa rebosaba de alimentos—. ¿Viste a James?
— Primero tienes que desayunar— Lorena esperó hasta que me serví de una tarta de pescado—. Habrá una reunión con el guardián, dentro de una hora. Hasta entonces, disfruta de la comodidad.
Una hora más tarde, Oliver, el joven caballero que nos guió hasta la torre, nos escoltó escaleras arriba, hasta el salón de la reunión. Al entrar, el caballero se paró a un lado de la puerta y habló en voz alta.
— Señoras y señores— proclamó—. Entran Madeleine Deveraux, princesa de Dermorn, y la señorita…
— Lorena Longstride— se presentó ella misma.
— Bienvenidas— dijo un hombre desde el lado opuesto de la mesa redonda. Se había puesto de pié—. Si gustan tomar asiento, empezaremos con la reunión.
Al ocupar la mesa me sentí como un bicho raro, rodeada de tantos caballeros y damas con ropajes elegantes. A mi siquiera se me ocurrió cambiarme la blusa o remplazar los vaqueros por una falda. Lorena tampoco usaba ropa acorde, pero al menos lucía un vestido.
El hombre que nos dio la bienvenida siguió de pié hasta que nosotras ocupamos los sitiales. Era alto, de oscuro cabello enrulado y barba impecable. Sus ojos de avellana, puesto en mí, lograron provocarme nervios.
— Me llamo Clive Ardream— dijo—. Soy el guardián de La Torre del Abismo.
— James nos habló mucho de usted— dijo Lorena—. Mi sobrina y yo estamos aquí para implorar su ayuda.
— Él me explicó la situación antes de que llegaran— Clive tomó asiento—. Hicieron bien en venir hasta aquí antes de ir a Dermorn. Tengo informes de extraños avistamientos a sus alrededores.
— ¿A qué te refieres?— preguntó James. Volví la cabeza y lo vi por primera vez en el día. Estaba guapísimo, con un jubón plata y purpura.
— Mis hombres vieron dragones en Francia, muy cerca de Dermorn— dijo Nelson, el caballero que nos recibió a La Torre del Abismo.
— Me lo temía— dijo Lorena—. Los jinetes de dragón son sigilosos: no se dejarían ver sin más. Si se toma el hecho junto al intento de asesinato hacia Madeleine y a mis infructuosos intentos de contactar a alguien en el reino, se forma la advertencia de un peligro que es real. Dermorn está en apuros y los Brendam tienen que ver en ello.
— ¿Piensa que planean una invasión?— preguntó Clive.
— Es posible…
— En tal caso debemos enviar un ejército.
James meneó la cabeza.
— Es muy arriesgado— dijo—. Aún con la voluntad de ayudar a Madeleine, sería loco enviar un ejército a Dermorn sin saber contra qué pelearemos. Mi idea es usar los grifos para averiguarlo. Iremos Lorena, Madeleine y yo, junto a un grupo de voluntarios.
— Entonces en mi ves a uno.
— De ninguna manera, Clive. Te necesito aquí, en la torre. En cuanto parta, quiero que envíes a alguien por mi madre y mi hermana. Mi presencia en esta misión las pone en peligro y este es el sitio más seguro que conozco.
— Si en algo alivia la inquietud del guardián, me presento voluntario— dijo Nelson, poniéndose de pié.
— Bienvenido— dijo James. Oliver, quien custodiaba la puerta, dio un paso al frente.
— Señor, yo también me presento voluntario— dijo.
— Muy bien, Oliver— asintió James—. Será bueno contar contigo.
Bianca se puso de pié.
— Yo también me ofrezco— dijo.
— ¡De ninguna manera!— gritó un hombre—. No tienes edad suficiente para ir.
— Mi habilidad con el arco les sería de gran utilidad, papá.
— No digas tonterías— el hombre se incorporó y perdió el equilibrio, torcido por un ataque de tos. Un chico que estaba junto a Bianca, lo ayudó a volver al asiento.
— Tranquilízate, papá— dijo, y se volvió a James—. No le haga caso a mi hermana. Se comporta así porque le preocupa que papá se preste voluntario, y sabe lo útil que le resultaría tener a la mano su conocimiento sobre los grifos. Por eso le imploro que perdone el comportamiento de Bianca y me permita seguirlo en su empresa.
— Está perdonada— dijo James, dirigiendo una rápida mirada a Bianca. Ella se dejó caer en el asiento y se cruzó de brazos—. Y en hora buena, Marcus. Tu conocimiento en verdad será de utilidad.
— Mi señora— dijo Clive, dirigiéndose a mí—. No me corresponde decirle lo que debe hacer, pero le recomendaría quedarse aquí, en la torre. No tiene porqué arriesgarse cuando hay otras personas que pueden averiguar lo que pasa.
Miré a James y el corazón me latió deprisa al toparme con sus ojos.
— Lo siento— dije—, pero nadie me convencerá de quedarme. Si algo ocurre en Dermorn, quiero averiguarlo por mí misma.


Gracias por leerme. ¿Hablan un segundo idioma? Yo no, pero me encantaría saber inglés (si bien he estudiado por mi cuenta, no se puede decir que sepa). Lo pregunto porque en el capítulo original, antes de reescribirlo un par de veces, Madeleine decía que era capaz de hablar algo de alemán. Por su puesto, como entenderán, ella tiene dos lenguas maternas: el inglés y el francés. La primera es la lengua oficial del reino, mientras que la otra es hablada en algunas zonas, debido a que Dermorn y Francia son territorios vecinos.

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