Hola ¿Cómo están?
Les comparto el capítulo catorce de La princesa valiente. Espero que les guste.
14
La torre del abismo
Pasaron horas desde
que el tren nos dejó en la estación de aquella pintoresca ciudad Alemana. James
se valió del celular de Lorena para hacer una llamada y tomamos un taxi que nos
llevó por una carretera entre las montañas.
— ¿Qué fueron todas
esas llamadas?— pregunté.
— Mi gente vive
aislada, pero mi madre les obligó a instalar un teléfono que se abastece de
energía solar, para así estar comunicados. La mayoría del tiempo hay demasiada
interferencia como para hablar desde Inglaterra, pero es útil para avisar
nuestra llegada cuando vamos de visita a la torre— James se irguió en su
asiento y habló al conductor—. Deténgase aquí.
— ¿Estar seguro?—
preguntó el taxista en un torpe inglés. Señaló hacia el bosque—. Demasiado
oscuro allá fuera. Pueblo lejos.
— No se preocupe,
conozco el lugar.
James pagó la
tarifa y nos siguió a Lorena y a mí fuera del taxi. Nos quedamos al borde de la
carretera, viendo como el taxi se alejaba. La oscuridad nos envolvió.
— ¿Y ahora qué?
James hizo un gesto
con la cabeza, indicando el bosque. Unos puntos incandescentes se
materializaron entre los troncos, danzando al susurro de la brisa. Eran
antorchas.
— ¡Qué bueno
verlos!— saludó James. Dos jinetes se asomaron a la carretera, tirando de las
riendas de tres caballos listos para montarse.
— Es un placer
volver a verlo, señor— dijo uno de los jinetes, echándose atrás la capucha. Era
joven y atractivo, con el cabello largo hasta los hombros. El otro jinete
mantuvo silencio, con el rostro oculto por la capucha. James lo reconoció.
— ¿Bianca? ¿Qué
haces aquí?
— Vine a acompañar
a Oliver— dijo la chica, descubriendo su rostro. Apenas alcanzaba la mayoría de
edad—. ¿Qué tiene de malo?
— Para mí, nada—
dijo James—. Pero a tu padre no le gustará.
— Nunca se enterará
si no se lo cuentas— dijo Bianca.
— ¿Quieres que
mienta por ti?
— Mi señor—
interrumpió Oliver—. Debo señalarle que aun nos encontramos en la carretera.
Corremos el peligro de ser vistos.
— Cierto— dijo
James. Tomó las riendas de un corcel, y Lorena y yo lo imitamos.
— Hace años que no
monto a caballo— dijo mi tía.
No tenía idea de la
hora, pero era más de media noche cuando tomamos el sendero que ascendía entre
los árboles, escalando la montaña. El cielo adquiría color cuando el abismo nos
cortó el paso. A partir de allí, el camino torcía hacia la izquierda,
serpenteando por el contorno del precipicio hasta los pies de la fortaleza.
— La Torre del
Abismo— dijo James.
Era una torre de
piedra maciza de más de doscientos pies de alto, construida en una saliente de
roca. Sus paredes eran lisas y tenía pocas ventanas. Otras torres y
edificaciones menores se levantaban a su lado, y todo era rodeado por una
muralla circular. En la cima almenada, donde ondeaban las banderas purpuras y
plateadas, un cuerno avisó nuestra llegada.
Las puertas de la
muralla se abrieron a nuestro paso. Varias personas se acercaron a recibirnos.
Bianca ocultó el rostro en las sombras de su capucha.
— Bienvenido a
casa, mi señor— dijo un caballero, tomando las riendas del corcel de James.
Tenía el cabello blanco y una barba espesa—. El guardián ordenó que se les
prepararan habitaciones a los tres. Se rehúsa a hablar con ninguno hasta que
descanséis del viaje.
— Clive siempre
dice lo mismo— James sonrió. Dio una palmada en la espalda del caballero—. Qué
bueno verte otra vez, Nelson.
— Mi señora— Bianca
tomó las riendas de mi corcel y se lo llevó junto a los otros.
No hubo más
ceremonias. Al cruzar las puertas de la torre, nos recibió un gran hall
circular, rodeado de varias puertas y pasadizos. Nelson nos guió por una
escalera que subía en espiral.
— Aquí están sus
aposentos— dijo. Abrió una puerta y nos dejó paso a una sala bastante
pintoresca. Había un par de sillones y muebles labrados, dispuestos alrededor
de una estufa—. Hay una habitación para cada una. Si desean un baño o quieren
comida, den la orden y los tendrán.
— Muchas gracias—
dijo Lorena.
— ¿Y James?—
pregunté.
— El señor tiene su
propia habitación— explicó Nelson. James me sonrió.
— Descansa,
Madeleine— dijo—. Mañana hay mucho por decidir…
Al despertar, una
parte de mí creyó estar en Dermorn, en mi antigua habitación. Me di cuenta de
que estaba confundida cuando miré por la ventana y no vi edificaciones, sino un
trozo de cielo. Cuando dejé las mantas y me asomé, los picos de las montañas se
alzaron como dientes, desgarrando las nubes. Abajo, los edificios se agarraban
a la pared del acantilado, y me sorprendió ver los andamios y escaleras que se
hundían en la hendidura. Por la manera en que el sol daba sobre el mundo, no
faltaba mucho para el mediodía.
— Hola ¿dormiste
bien?— preguntó Lorena. Me sonreía desde
una mesa, con una taza de té entre los dedos.
— Si— me senté
frente a ella. La mesa rebosaba de alimentos—. ¿Viste a James?
— Primero tienes
que desayunar— Lorena esperó hasta que me serví de una tarta de pescado—. Habrá
una reunión con el guardián, dentro de una hora. Hasta entonces, disfruta de la
comodidad.
Una hora más tarde,
Oliver, el joven caballero que nos guió hasta la torre, nos escoltó escaleras
arriba, hasta el salón de la reunión. Al entrar, el caballero se paró a un lado
de la puerta y habló en voz alta.
— Señoras y
señores— proclamó—. Entran Madeleine Deveraux, princesa de Dermorn, y la
señorita…
— Lorena
Longstride— se presentó ella misma.
— Bienvenidas— dijo
un hombre desde el lado opuesto de la mesa redonda. Se había puesto de pié—. Si
gustan tomar asiento, empezaremos con la reunión.
Al ocupar la mesa
me sentí como un bicho raro, rodeada de tantos caballeros y damas con ropajes
elegantes. A mi siquiera se me ocurrió cambiarme la blusa o remplazar los
vaqueros por una falda. Lorena tampoco usaba ropa acorde, pero al menos lucía
un vestido.
El hombre que nos
dio la bienvenida siguió de pié hasta que nosotras ocupamos los sitiales. Era
alto, de oscuro cabello enrulado y barba impecable. Sus ojos de avellana,
puesto en mí, lograron provocarme nervios.
— Me llamo Clive
Ardream— dijo—. Soy el guardián de La Torre del Abismo.
— James nos habló
mucho de usted— dijo Lorena—. Mi sobrina y yo estamos aquí para implorar su
ayuda.
— Él me explicó la
situación antes de que llegaran— Clive tomó asiento—. Hicieron bien en venir
hasta aquí antes de ir a Dermorn. Tengo informes de extraños avistamientos a
sus alrededores.
— ¿A qué te
refieres?— preguntó James. Volví la cabeza y lo vi por primera vez en el día.
Estaba guapísimo, con un jubón plata y purpura.
— Mis hombres
vieron dragones en Francia, muy cerca de Dermorn— dijo Nelson, el caballero que
nos recibió a La Torre del Abismo.
— Me lo temía— dijo
Lorena—. Los jinetes de dragón son sigilosos: no se dejarían ver sin más. Si se
toma el hecho junto al intento de asesinato hacia Madeleine y a mis infructuosos
intentos de contactar a alguien en el reino, se forma la advertencia de un
peligro que es real. Dermorn está en apuros y los Brendam tienen que ver en
ello.
— ¿Piensa que
planean una invasión?— preguntó Clive.
— Es posible…
— En tal caso
debemos enviar un ejército.
James meneó la
cabeza.
— Es muy
arriesgado— dijo—. Aún con la voluntad de ayudar a Madeleine, sería loco enviar
un ejército a Dermorn sin saber contra qué pelearemos. Mi idea es usar los
grifos para averiguarlo. Iremos Lorena, Madeleine y yo, junto a un grupo de
voluntarios.
— Entonces en mi
ves a uno.
— De ninguna
manera, Clive. Te necesito aquí, en la torre. En cuanto parta, quiero que
envíes a alguien por mi madre y mi hermana. Mi presencia en esta misión las
pone en peligro y este es el sitio más seguro que conozco.
— Si en algo alivia
la inquietud del guardián, me presento voluntario— dijo Nelson, poniéndose de
pié.
— Bienvenido— dijo
James. Oliver, quien custodiaba la puerta, dio un paso al frente.
— Señor, yo también
me presento voluntario— dijo.
— Muy bien, Oliver—
asintió James—. Será bueno contar contigo.
Bianca se puso de
pié.
— Yo también me
ofrezco— dijo.
— ¡De ninguna
manera!— gritó un hombre—. No tienes edad suficiente para ir.
— Mi habilidad con
el arco les sería de gran utilidad, papá.
— No digas
tonterías— el hombre se incorporó y perdió el equilibrio, torcido por un ataque
de tos. Un chico que estaba junto a Bianca, lo ayudó a volver al asiento.
— Tranquilízate,
papá— dijo, y se volvió a James—. No le haga caso a mi hermana. Se comporta así
porque le preocupa que papá se preste voluntario, y sabe lo útil que le
resultaría tener a la mano su conocimiento sobre los grifos. Por eso le imploro
que perdone el comportamiento de Bianca y me permita seguirlo en su empresa.
— Está perdonada—
dijo James, dirigiendo una rápida mirada a Bianca. Ella se dejó caer en el
asiento y se cruzó de brazos—. Y en hora buena, Marcus. Tu conocimiento en
verdad será de utilidad.
— Mi señora— dijo
Clive, dirigiéndose a mí—. No me corresponde decirle lo que debe hacer, pero le
recomendaría quedarse aquí, en la torre. No tiene porqué arriesgarse cuando hay
otras personas que pueden averiguar lo que pasa.
Miré a James y el
corazón me latió deprisa al toparme con sus ojos.
— Lo siento— dije—,
pero nadie me convencerá de quedarme. Si algo ocurre en Dermorn, quiero
averiguarlo por mí misma.
Gracias por leerme.
¿Hablan un segundo idioma? Yo no, pero me encantaría saber inglés (si bien he
estudiado por mi cuenta, no se puede decir que sepa). Lo pregunto porque en el
capítulo original, antes de reescribirlo un par de veces, Madeleine decía que
era capaz de hablar algo de alemán. Por su puesto, como entenderán, ella tiene
dos lenguas maternas: el inglés y el francés. La primera es la lengua oficial
del reino, mientras que la otra es hablada en algunas zonas, debido a que
Dermorn y Francia son territorios vecinos.
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