Hola ¿Cómo están? Nuevo
capítulo de La princesa valiente. Les quiero contar también que el
viernes publiqué un índice del libro, donde hay enlaces a todos los
capítulos anteriores, y se irán sumando los que aparezcan los
próximos lunes. Si quieren verlo, toquen aquí. Ahora sí, los dejo
con la historia.
Capítulo
5
El
escape
Solté su mano y di un paso
atrás.
— Esto es una broma de
Danielle ¿verdad?
— No sé nada de una broma—
dijo el joven, mirándome de arriba abajo.
— ¿Tú eres James Grisham?
— El mismo— se acercó
para tomar mi mano y besarla. Se la quité de un tirón—. ¿Qué te
pasa?
— ¿Y todavía lo
preguntas?— limpié la mano en el vestido—. ¡Me dejaste en
ridículo frente a toda la corte!
La luz de la luna delató el
rubor en sus mejillas. James se dio vuelta y caminó hacia el grifo.
— Eso forma parte del
pasado— dijo—. Además, tampoco era mi intención.
— ¿No? ¿Y para qué me
entregaste la rosa?
— Eso hacen los caballeros
¿no?— me miró de reojo—. Ven a una princesa y le suplican por
una sonrisa. Es parte del juego. Tú deberías entenderlo.
— ¡Yo no tengo que…!
— ¡Hey! ¿Piensas tenerme
así toda la noche?— James montó al grifo—. Tus primas me
pagaron para llevarte fuera del reino y lo pienso hacer, así que
apúrate. Te ayudo a montar.
— No toleraré que me des
ordenes ¿No sabes quién soy?
— Eres Madeleine Deveraux,
la hija del rey— dijo James, apeándose del grifo. Caminó hacia
mí—. ¿Por qué no dejas de comportarte como una niña?
Desenvainé la espada.
— No te acerques más—
dije.
— ¿Pensabas asesinar a
mucha gente allá afuera?— James sonrió. Apunté a su pecho—.
¿Para qué llevas una espada?
— Para defenderme de tipos
como tú.
— ¿En serio?— James
desenvainó su espada e intentó apartar la mía del camino. No se lo
permití. Entre él y yo se desató una tormenta, y en el bosque
retumbó el golpeteo de los aceros.
Fallé. Una hábil floritura
me quitó la espada de las manos y la dejó clavada en la hierba, a
tres pasos. Me moví para recogerla, pero sentí el filo rozando mi
cuello.
— Admito que eres buena—
dijo James.
— Déjame en paz…
James quitó la espada de mi
cuello y la envainó.
— No quiero hacerte daño.
Solo me interesa cumplir con el trato— dijo, viendo como recogía
mi espada. Caminó hacia el grifo y lo montó—. ¿Qué tal si
dejamos a un lado las diferencias y nos vamos antes de que venga
alguien?
Devolví la espada a su vaina
y suspiré.
— Vale— dije. ¿Qué otra
opción tenía? Tal vez no me agradara, pero seguirlo era mejor que
volver al castillo. No quería ser la esposa de un primo de Ámbarin.
— Madeleine, te presento a
Tormenta— dijo James, acariciando un flanco del animal—.
Tormenta, te presento a la princesa Madeleine.
El grifo lanzó un graznido.
— También es un placer
conocerte— le dije. No estaba tan enojada para perder los modales
ante un grifo.
El caballero me ofreció la
mano y me ayudó a montar.
— Es mejor que te abraces a
mí: esto será un poco movido— dijo. Obedecí su orden de mala
gana—. ¿Por qué apestas a retrete?
— Llegué aquí a través de
una alcantarilla— respondí.
— Eres la princesa más loca
que he conocido ¿lo sabías?
— ¿De verdad?— las
mejillas se me colorearon—. ¿Y a cuantas conoces?
— Solo a ti…
James agitó las riendas y el
grifo extendió las alas. Corrió un corto trecho y las agitó con
violencia. Las torres y paredes derruidas se quedaron ocultas entre
las copas de los arboles, y las nubes se acercaron a darnos cobijo.
La armadura de James se llenó de gotitas de agua condensada.
— Solo se puede salir del
reino viajando hacia uno de los puntos cardinales— grité. El
viento húmedo me azotaba el cabello contra la espalda.
— Lo sé.
La luz de la luna nos dio de
lleno cuando salimos encima de las nubes. La respiración se me
dificultó. El grifo pasó entre los afilados picos de las montañas
del norte y se arrojó en picado. Solté un grito.
— ¿Quieres bajar el
volumen?— gritó James—. ¡Advertirás nuestra presencia a todo
el reino!
— ¡Detén a este animal!
¡Nos matará!— Jamás salió de mis labios voz más fina e
histérica. Las nubes desaparecieron y la interminable alfombra del
bosque se acercaba a una velocidad abrumadora.
— Hace un rato parecías más
valiente— James tiró de las riendas. Tormenta extendió las alas
como freno y dibujó una amplia u.
— ¿Te vengas de mí?—
pregunté.
— ¿Vengarme? ¿De qué? Ya
te humillé con la espada ¿recuerdas?
Mi rostro quedó rojo de
rabia. Abrí la boca para soltar un insulto cuando una intensa luz
dorada nos rodeó. Miré a todas partes, asustada, hasta que vi la
torre que dejamos atrás…
Era como un sol en mitad de la
noche. Se alzaba a más de quinientos pies por encima de la tierra,
sin una sola ventana. Sus paredes, llenas de adornos y florituras,
brillaban como el oro. Un haz luminoso subía desde ellas y se perdía
en lo alto, más allá de las nubes.
— La Torre Aura— dijo
James.
— Lo sé— susurré. Una
vez la señora Grislund quiso contarme la historia de la Torre Aura.
Lo único que entendí es que uno siempre la veía al salir de
Dermorn, sin importar por cual punto cardinal se hiciera. Al verla,
me pregunté qué hechizo lo provocaba y, por primera vez, sentí
lastima por no prestarle atención a mi institutriz.
Las montañas desaparecieron,
pero el bosque continuaba sobre las colinas. Pasó más de una hora
hasta que alcanzamos sus lindes y las ciudades asomaron bajo
nosotros: galaxias de luces que tachonaban el suelo y que dejábamos
a tras a medida que continuábamos hacia el norte.
James instó al grifo a bajar
de altitud. Pasamos rozando los árboles de un bosque y giramos sobre
el tejado de una casa.
— Aquí es— dijo.
Un agitado movimiento de alas
precedió al aterrizaje. El grifo caminó a través de un portón y
se detuvo en mitad de un jardín. La puerta de la casa se abrió.
— ¡Qué bueno verlos a
salvo!— exclamó la mujer, viniendo a nuestro encuentro.
— Lo mismo digo— hablé.
James me ayudó a apearme del grifo: tenía las piernas entumecidas.
— ¿Tú eres Madeleine?—
la mujer me saludó con un beso—. ¡Estás igualita a Lorena cuando
tenía tu edad!
— Gracias— dije: no sabía
si era un cumplido.
— Me llamo Evangeline—
dijo, poniendo una mano sobre su pecho—. Soy la madrastra de
Lorena.
— ¿En serio?— pregunté,
mirándola de pies a cabeza. Por las arrugas de su frente, conjeturé
que pasaba los cuarenta años. Tenía la piel morena y el pelo
recogido en un extraño tocado. Usaba un vestido amarillo y tenía
las manos y muñecas llenas de anillos y brazaletes. James los
admiraba cuando Evangeline reparó en él.
— Tú debes ser ese joven
del que me hablaron Catherine y Danielle…
— James Grisham, para
servirle— dijo, dándole un beso en la mano, justo sobre un anillo
con una gema enorme.
— ¿Quieres pasar y charlar
un rato con nosotras? Estoy preparando una cena que está para
chuparse los dedos.
James y yo nos miramos.
— Me encantaría— dijo él.
Se volvió hacia el grifo—. Pero tengo que seguir mi camino. Solo
vine a traer a Madeleine.
— Será en otra ocasión,
entonces…— dijo Evangeline.
James apoyó sus manos sobre
Tormenta. Ladeó la cabeza y me miró de reojo.
— Adiós, Madeleine. Suerte
con lo que planeas, sea lo que sea…
— Adiós…— me despedí.
James montó al grifo y salió galopando a través del jardín. La
luna lo iluminó hasta se perdió entre las nubes…
¿Qué les pareció? ¿Hay
algo que nos les cierre en la historia? Comenten y, si les gustó la
entrada de hoy, compártanla. ¡Nos vemos!
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