lunes, 16 de febrero de 2015

El escape


Hola ¿Cómo están? Nuevo capítulo de La princesa valiente. Les quiero contar también que el viernes publiqué un índice del libro, donde hay enlaces a todos los capítulos anteriores, y se irán sumando los que aparezcan los próximos lunes. Si quieren verlo, toquen aquí. Ahora sí, los dejo con la historia.


Capítulo 5
El escape

Solté su mano y di un paso atrás.
Esto es una broma de Danielle ¿verdad?
No sé nada de una broma— dijo el joven, mirándome de arriba abajo.
¿Tú eres James Grisham?
El mismo— se acercó para tomar mi mano y besarla. Se la quité de un tirón—. ¿Qué te pasa?
¿Y todavía lo preguntas?— limpié la mano en el vestido—. ¡Me dejaste en ridículo frente a toda la corte!
La luz de la luna delató el rubor en sus mejillas. James se dio vuelta y caminó hacia el grifo.
Eso forma parte del pasado— dijo—. Además, tampoco era mi intención.
¿No? ¿Y para qué me entregaste la rosa?
Eso hacen los caballeros ¿no?— me miró de reojo—. Ven a una princesa y le suplican por una sonrisa. Es parte del juego. Tú deberías entenderlo.
¡Yo no tengo que…!
¡Hey! ¿Piensas tenerme así toda la noche?— James montó al grifo—. Tus primas me pagaron para llevarte fuera del reino y lo pienso hacer, así que apúrate. Te ayudo a montar.
No toleraré que me des ordenes ¿No sabes quién soy?
Eres Madeleine Deveraux, la hija del rey— dijo James, apeándose del grifo. Caminó hacia mí—. ¿Por qué no dejas de comportarte como una niña?
Desenvainé la espada.
No te acerques más— dije.
¿Pensabas asesinar a mucha gente allá afuera?— James sonrió. Apunté a su pecho—. ¿Para qué llevas una espada?
Para defenderme de tipos como tú.
¿En serio?— James desenvainó su espada e intentó apartar la mía del camino. No se lo permití. Entre él y yo se desató una tormenta, y en el bosque retumbó el golpeteo de los aceros.
Fallé. Una hábil floritura me quitó la espada de las manos y la dejó clavada en la hierba, a tres pasos. Me moví para recogerla, pero sentí el filo rozando mi cuello.
Admito que eres buena— dijo James.
Déjame en paz…
James quitó la espada de mi cuello y la envainó.
No quiero hacerte daño. Solo me interesa cumplir con el trato— dijo, viendo como recogía mi espada. Caminó hacia el grifo y lo montó—. ¿Qué tal si dejamos a un lado las diferencias y nos vamos antes de que venga alguien?
Devolví la espada a su vaina y suspiré.
Vale— dije. ¿Qué otra opción tenía? Tal vez no me agradara, pero seguirlo era mejor que volver al castillo. No quería ser la esposa de un primo de Ámbarin.
Madeleine, te presento a Tormenta— dijo James, acariciando un flanco del animal—. Tormenta, te presento a la princesa Madeleine.
El grifo lanzó un graznido.
También es un placer conocerte— le dije. No estaba tan enojada para perder los modales ante un grifo.
El caballero me ofreció la mano y me ayudó a montar.
Es mejor que te abraces a mí: esto será un poco movido— dijo. Obedecí su orden de mala gana—. ¿Por qué apestas a retrete?
Llegué aquí a través de una alcantarilla— respondí.
Eres la princesa más loca que he conocido ¿lo sabías?
¿De verdad?— las mejillas se me colorearon—. ¿Y a cuantas conoces?
Solo a ti…
James agitó las riendas y el grifo extendió las alas. Corrió un corto trecho y las agitó con violencia. Las torres y paredes derruidas se quedaron ocultas entre las copas de los arboles, y las nubes se acercaron a darnos cobijo. La armadura de James se llenó de gotitas de agua condensada.
Solo se puede salir del reino viajando hacia uno de los puntos cardinales— grité. El viento húmedo me azotaba el cabello contra la espalda.
Lo sé.
La luz de la luna nos dio de lleno cuando salimos encima de las nubes. La respiración se me dificultó. El grifo pasó entre los afilados picos de las montañas del norte y se arrojó en picado. Solté un grito.
¿Quieres bajar el volumen?— gritó James—. ¡Advertirás nuestra presencia a todo el reino!
¡Detén a este animal! ¡Nos matará!— Jamás salió de mis labios voz más fina e histérica. Las nubes desaparecieron y la interminable alfombra del bosque se acercaba a una velocidad abrumadora.
Hace un rato parecías más valiente— James tiró de las riendas. Tormenta extendió las alas como freno y dibujó una amplia u.
¿Te vengas de mí?— pregunté.
¿Vengarme? ¿De qué? Ya te humillé con la espada ¿recuerdas?
Mi rostro quedó rojo de rabia. Abrí la boca para soltar un insulto cuando una intensa luz dorada nos rodeó. Miré a todas partes, asustada, hasta que vi la torre que dejamos atrás…
Era como un sol en mitad de la noche. Se alzaba a más de quinientos pies por encima de la tierra, sin una sola ventana. Sus paredes, llenas de adornos y florituras, brillaban como el oro. Un haz luminoso subía desde ellas y se perdía en lo alto, más allá de las nubes.
La Torre Aura— dijo James.
Lo sé— susurré. Una vez la señora Grislund quiso contarme la historia de la Torre Aura. Lo único que entendí es que uno siempre la veía al salir de Dermorn, sin importar por cual punto cardinal se hiciera. Al verla, me pregunté qué hechizo lo provocaba y, por primera vez, sentí lastima por no prestarle atención a mi institutriz.
Las montañas desaparecieron, pero el bosque continuaba sobre las colinas. Pasó más de una hora hasta que alcanzamos sus lindes y las ciudades asomaron bajo nosotros: galaxias de luces que tachonaban el suelo y que dejábamos a tras a medida que continuábamos hacia el norte.
James instó al grifo a bajar de altitud. Pasamos rozando los árboles de un bosque y giramos sobre el tejado de una casa.
Aquí es— dijo.
Un agitado movimiento de alas precedió al aterrizaje. El grifo caminó a través de un portón y se detuvo en mitad de un jardín. La puerta de la casa se abrió.
¡Qué bueno verlos a salvo!— exclamó la mujer, viniendo a nuestro encuentro.
Lo mismo digo— hablé. James me ayudó a apearme del grifo: tenía las piernas entumecidas.
¿Tú eres Madeleine?— la mujer me saludó con un beso—. ¡Estás igualita a Lorena cuando tenía tu edad!
Gracias— dije: no sabía si era un cumplido.
Me llamo Evangeline— dijo, poniendo una mano sobre su pecho—. Soy la madrastra de Lorena.
¿En serio?— pregunté, mirándola de pies a cabeza. Por las arrugas de su frente, conjeturé que pasaba los cuarenta años. Tenía la piel morena y el pelo recogido en un extraño tocado. Usaba un vestido amarillo y tenía las manos y muñecas llenas de anillos y brazaletes. James los admiraba cuando Evangeline reparó en él.
Tú debes ser ese joven del que me hablaron Catherine y Danielle…
James Grisham, para servirle— dijo, dándole un beso en la mano, justo sobre un anillo con una gema enorme.
¿Quieres pasar y charlar un rato con nosotras? Estoy preparando una cena que está para chuparse los dedos.
James y yo nos miramos.
Me encantaría— dijo él. Se volvió hacia el grifo—. Pero tengo que seguir mi camino. Solo vine a traer a Madeleine.
Será en otra ocasión, entonces…— dijo Evangeline.
James apoyó sus manos sobre Tormenta. Ladeó la cabeza y me miró de reojo.
Adiós, Madeleine. Suerte con lo que planeas, sea lo que sea…
Adiós…— me despedí. James montó al grifo y salió galopando a través del jardín. La luna lo iluminó hasta se perdió entre las nubes…

¿Qué les pareció? ¿Hay algo que nos les cierre en la historia? Comenten y, si les gustó la entrada de hoy, compártanla. ¡Nos vemos!

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