lunes, 25 de mayo de 2015

Walm


 
Hola ¿Cómo están? Es lunes y toca compartir el capítulo veinte de La princesa valiente, pero antes quiero contarles que el viernes publiqué el primer capítulo de Una bruja entre tinieblas, la primera novela que empecé a escribir (Véanlo aquí). Si les gusta, podría haber capítulos nuevos cada semana, lo que me servirá de excusa para darle un final. Ahora sí, los dejo con Madeleine.


20
Walm

Tu hermana es un poco tempestuosa— dije y Marcus dio un respingo. Esbozó una sonrisa al reconocerme.
No tanto— dijo. Estaba apoyado en la borda, lejos del griterío de la tripulación, que se apretaba alrededor de Bianca. La chica ocupó la tarde demostrando su valía con el arco, mientras los marinos aclamaban sus proezas y apostaban entre ellos—. Solo se comporta así por Oliver Fletcher.
¿Oliver?
Está enamorada de él.
¿En serio?— el clamor de los marinos reverberó en la cubierta. Bianca apostó que daría en el blanco con los ojos vendados y lo logró.
Oliver acapara la atención de todas las chicas. Medio Abismo suspira por él en secreto.
No parece que te guste la idea.
Él no les presta atención porque está demasiado ocupado siendo el caballero perfección. Piensa que luchando de tu lado caerá en gracia a los ojos del rey Alexandre o, en su defecto, de tu tío Philip.
Pero tú estás aquí para cuidar de tu hermana ¿verdad?
Marcus se puso colorado.
En realidad, si…— dijo.
No tienes de que avergonzarte: tienes tus razones y yo las mías. Me alegra contar con vuestra ayuda… Permiso…
Me incliné en la borda y vomité. Tres días de viaje en La Hermosa Stella no bastaron para acostumbrarme al choque de las olas. De a ratos, el contenido de mi estomago permanecía intacto, pero bastaba que el barco se meciera un poco más de lo debido y todo acababa. Aunque decidí no comer hasta el fin de la travesía, siempre quedaba algo que quería salir.
La primera noche, Lorena, James y yo nos reunimos en el camarote del capitán Jaques, a tomar una cena que solo él se animó a probar. Nos explicó que conocía una ruta rápida a través de los mares de la quinta dimensión. Esta llevaba a las aguas del norte de Irlanda, cerca de la desembocadura de un río que pasaba por Walm.
Pocos la conocen— dijo Jaques—. Solo aquellos que han navegado tanto como yo se atreven a explorar los secretos de la quinta dimensión. Esta es como una telaraña enorme, y hay que confiar mucho en las matemáticas para no confundir los hilos. Además, existen otros peligros.
¿Qué clase de peligros?— pregunté.
Monstruos, tormentas… y ningún agua está libre de piratas.
Nada de ello nos asusta—dijo Lorena—. Son peligros nefastos, sin duda, pero a diferencia de los Brendam, ninguno nos busca.
Jaques asintió. Las palabras de Lorena no me tranquilizaron en lo absoluto, pero tampoco dije nada. Había que llegar a Walm como diera lugar y no sería yo la que pondría obstáculos.
¡Tierra a la vista!— el grito llegó desde la cofia. Marcus y yo nos unimos a los curiosos que se reunían en la proa. Más allá, una línea gris cruzaba el horizonte.
Por fin habrá algo de acción— dijo Bianca.
Espero que te equivoques— dijo Marcus—. No soportaría otra emboscada de los Brendam.
Eres bastante cobarde para ser un caballero de La Torre ¿sabes? Deberías tener la gallardía de Oliver, que siempre es el primer voluntario para una aventura.
El capitán ordenó que echaran el ancla. Marcus bajó a la bodega y regresó con nuestros grifos: una montura para cada uno y otro para transportar carga. El mío tenía las alforjas llenas de pescado y un pequeño espacio para mis pertenencias.
James se unió al grupo apenas unos minutos antes de partir. Agradeció a Jaques por su ayuda y dio órdenes a Marcus y Oliver. En ningún momento se dirigió a mí…
La noche nos cobijó. Volamos encima de las colinas boscosas, sin perder de vista la línea del río. Pasó una hora hasta que James nos ordenó aterrizar. Desmontamos en un claro.
¿Qué pasa?— pregunté—. ¿Ya llegamos?
Tenemos que dividirnos. Es peligroso llegar volando hasta Walm— dijo James. Se volvió al resto del grupo—. Lorena, Madeleine y yo continuaremos solos. Los demás se quedan aquí, cuidando a los grifos ¿Entendido?
¿Seguro que es buena idea, mi señor?— preguntó Oliver—. ¿Qué pasa si están en peligro?
Esta vez estoy preparado— James metió la mano en el cuello de su jubón y sacó el extremo de una cadenilla. Un cilindro plateado colgaba de ella.
¿Qué es…?— pregunté.
Un silbato para grifos— dijo Lorena. James asintió.
Nelson me dio el suyo antes de partir. El capitán de la compañía lo usa para ordenar al escuadrón, y los grifos son atraídos por su sonido sin importar la distancia. Estén atentos a su humor.
Tomé el morral con mis pertenencias y seguí a James entre los pinos. El no quería saber nada de antorchas para iluminar el camino, pero lo convencí de utilizar mi vieja luz mágica.
Esto no es mágico— dijo—. Es una linterna para acampar. Las venden a un par de libras en cualquier tienda de Londres.
Cállate y enciéndela. No encontraremos la ciudad tanteando a oscuras.
Mantuve la mano en la empuñadura de la espada, atenta a los sonidos. El crujido de las hojas secas bajo nuestros pies, el aire que salía y entraba a nuestros pulmones, silbando: ambos se disolvían ante el canto cercano de las ranas. Una niebla subió desde el río, trayendo consigo el olor de algas descompuestas. La bota de James se hundió en el barro de la orilla.
Lorena señaló a nuestra izquierda, donde una retorcida estructura de madera se levantaba encima de la niebla. Era un puente. Nos acercamos, luchando contra los arbustos, y sus tablas se quejaron de nuestro peso. En la orilla opuesta, un grupo de sauces hacia las veces de cortina, ocultando lo que había más allá. La rueda inerte de un molino se asomaba entre las ramas.
Un camino de tierra atravesaba el follaje para terminar a los pies una pared de enredadera. Esta trepaba por las rocas de la muralla y solo respetaba el espacio abierto por un arco, que nos dio paso a una calle de adoquines que se metía entre un bosque de siluetas siniestras.
Los jardines traspasaban sus cercas, agrietando muros e invadiendo las aceras. Lo que en otro tiempo fueron casas pintorescas, ahora eran un cúmulo de fachadas sin vida, con ventanas huecas o paredes reducidas a pilas de escombros. La calle desembocaba en una plaza descuidada, con un frondoso roble echando raíces al centro.
Hace años que este sitio está abandonado— dijo Lorena.
Tragué saliva.
Nunca imaginé que los Brendam hubieran desatado una furia tan enorme…
Mataron a mucha gente en su afán por exterminar a los Everin.
Un chasquido, seguido del roce de unas ropas, quebró el silencio. James desenvainó la espada.
¿Quién anda ahí?— preguntó. Una silueta surgió de los arbustos que poblaban la plaza.
Aquí soy yo quien hace las preguntas— proclamó el desconocido—. Están invadiendo propiedad privada.
No tenemos malas intenciones. Soy James Grisham, señor de La Torre del Abismo…
El individuo se adelantó. La linterna iluminó el rostro barbado de un hombrecillo de cuatro pies de estatura, en cuyas manos apretaba una daga. Sus ojos recorrieron el rostro de James.
¿Eres pariente de Joseph Grisham?— preguntó.
Soy su hijo.
Se nota…— el gnomo envainó la daga y nos dio la espalda—. Síganme, este no es sitio para charlar.
James bajo la espada y yo tiré de su manga.
¿Piensas seguirlo?— pregunté.
Conoció a mi padre.
Solo mencionó su nombre. ¿Y si es una trampa de los Brendam?
La ciudad está desierta— dijo. Se libró de mi agarre y caminó tras los pasos del gnomo. Lorena y yo lo seguimos.
Cruzamos al lado opuesto de la plaza y nos arrimamos a un caserón de tres pisos. Tenía la mitad de sus ventanas toponeadas con tablas, y una pila de escombros impedía el paso a la puerta principal. El gnomo nos llevó a una entrada lateral que nos dio paso a una habitación pequeña y cálida.
Tomen asiento— dijo, apoyando su sobrero puntiagudo sobre una mesa. Su calva brilló cuando se inclino a tomar la caldera que bufaba en la estufa y sirvió cuatro tazas de té. Nos entregó una a cada uno antes de acomodarse en el sillón.
Acepté su cortesía con cierto recelo. Fui la primera en hablar.
¿Quién es usted?— pregunté.
Me llamo Arthamis Faberin— respondió el gnomo—. Soy el guardián de la ciudad. Disculpen mi manera de actuar allá afuera, pero es raro tener visitas en Walm.
¿Eres el único que vive aquí?— preguntó James. Arthamis asintió.
Nadie quiso seguir después de la destrucción que los Brendam trajeron al pueblo. Varios caballeros se quedaron conmigo para proteger a la gente que sobrevivió, pero también se fueron.
¿Conociste a mi padre?
Luché con él codo a codo, tratando de proteger Walm… Al ver tu rostro lo recordé: te le pareces mucho.
James apretó la mandíbula, provocando que los músculos resaltaran. Abrió la boca, pero yo lo interrumpí.
Disculpe, señor Arthamis, pero no vinimos a tomar el té con usted. Buscamos respuestas.
¿Quién eres tú, niña?
No soy una niña— la voz me tembló—. Soy Madeleine Deveraux, la princesa de Dermorn, y ella es mi tía Lorena.
Al oír nuestros nombres, el gnomo se arrodilló y me besó la mano.
Mil disculpas, alteza— dijo—. Hay pocos nobles que merezcan tanto mi respeto como los Deveraux. Cuando mi pueblo quedó diezmado por el avance de la urbanización en Europa, el rey Galbrien nos ofreció asilo en Dermorn. Eso fue antes de que empezara su guerra con Starivia y no fue necesario, puesto que logramos conservar nuestros bastiones de Irlanda.
Nuestra búsqueda es urgente— dije—. Los Brendam invadieron Dermorn. Tomaron Camin Balduin y, hasta donde sé, tienen prisionera a mi familia, mientras que yo estoy fuera del reino, incapaz de enviar ayuda. Necesito encontrar la manera de volver y quizás usted pueda ayudarme.
Arthamis se puso de pié.
Hable y seré suyo— dijo—. ¿Qué necesita de mí?
Díganos lo que sabe del linaje Everin— habló Lorena. El gnomo frunció el ceño.
No es mucho lo que puedo decirles. Sé que ya no existe, pues los Brendam aniquilaron Walm para asesinar a la última familia del linaje.
¿Está seguro de que murieron?
Sin duda. Su casa es una ruina al oeste del pueblo.
¿Podría llevarnos hasta ella?
Le repito que se trata de una ruina…
Aún así. Sería importante verla.
El gnomo asintió. Volvió a colocarse el sombrero y salió a la niebla. Lo seguimos hasta una casa que se erguía al final de la calle, con la mitad de las paredes en pié, cubierta de plantas trepadoras. Lorena aferró su bola de cristal y se metió entre las rocas.
Revuelvan los escombros. Cualquier cosa podría darnos un indicio de lo sucedido.
Arthamis nos observó de cerca mientras indagábamos entre los muebles polvorientos. Algunos continuaban con la disposición que le dieron sus ocupantes, como si el tiempo no hubiera transcurrido y estos pudieran retornar de un paseo en cualquier instante. Las agujas de un reloj macaban la hora en que dejó de funcionar, cuando lo derribaron sobre los añicos del suelo. James se agachó y recogió algo atrapado abajo. Su rostro palideció.
Esta niña…
¿Qué pasa?— pregunté. James me pasó un marco con una fotografía bastante dañada. Mostraba a una niña pelirroja, no mayor a siete años, abrazada por un hombre y una mujer.
Me parece conocerla.
Esa es la familia Everin— dijo Arthamis, tomando la foto. Lorena se acercó y puso una mano en el hombro de James.
¿De dónde la conoces?— preguntó.
James no respondió de inmediato. Apretó los parpados.
El funeral de mi padre— dijo—. Recuerdo que estaba junto a mí cuando quemamos el cuerpo de mi padre.
¿Recuerdas si estaba con alguien?
Había una mujer… recuerdo que le tendió un pañuelo para las lágrimas.
La veo— dijo Lorena, con las pupilas fijas en la bola de cristal—. Veo a la niña y a la mujer. También veo al hombre que está con ellas. Es Byron Merilyn.
¿Lo conoces?— pregunté.
Evangeline era su amiga— dijo Lorena—. Lo conocí poco después de que nos fuimos de Dermorn. Cuando empezamos el negocio de las soluciones mágicas, le comprábamos algunos ingredientes. Perdí contacto cuando me fui a Londres, pero sé que su esposa tiene una tienda en Copenhague.
¿Crees que sepan algo de esa niña?
No sé, pero hay que encontrarlos.


¿Qué les pareció el capítulo? Recuerdo que fue uno de los que más me atascó, tanto cuando lo escribía por primera vez, como en las reescrituras. Comenten y, si les gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ y en Facebook. Los botones están a la derecha. ¡Nos vemos!

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