Hola ¿Cómo están? Hoy
va el capítulo once de La princesa valiente. Si todavía no lo
saben, estoy feliz porque el viernes terminé de escribir esta
novela. Todavía faltan varios capítulos para llegar, pero sigan
adelante porque el final les va a encantar. Ahora sí, a leer.
11
Fugitivos
Pasé la semana tomando
fotografías. Esa noche hice una cartelera y me acosté a mirar las
caras sonrientes de Lorena, de Marian y James. Vi la foto que nos
tomé a Alison y a mí, preparadas para aplastar en voleibol a todos
los chicos de la clase, e incluso una de Brittany con el ceño
fruncido. Si algún día volvía a Dermorn, no quería olvidar a
nadie.
Justo caía presa del
sueño cuando un golpe me sobresaltó y volví la cabeza, con la mano
en el pecho. Una silueta se recortaba en mi ventana.
— ¿Madeleine? ¿Estás
despierta?
— ¿James?— abrí las
cortinas y lo vi, agarrado al marco—. ¿Qué haces aquí?
— ¿Me dejas pasar?—
sonrió—. Esto está un poco resbaloso…
Di un suspiro. Destranqué
la ventana y la abrí de par en par. Tomé el brazo de James y lo
ayudé a entrar.
— Gracias…— dijo,
quitándose el polvo de la ropa. Llevaba una chaqueta de cuero y
botas bastante largas que apretaban las mangas de su vaquero. Sacudí
la cabeza, intentando aclarar mis pensamientos.
— ¿Te das cuenta de la
hora?— dije—. ¿Qué demonios hacías en mi ventana?
— Vine a invitarte a
salir.
— ¿A esta hora?
— ¿Qué te pasa? Una
princesa debería estar acostumbrada a situaciones como esta.
Me agarré la cabeza.
— ¿A dónde quieres
ir?— pregunté.
— Quiero llevarte a
bailar.
— ¿Contigo?
— ¿Con quién más?—
James sonrió—. ¿Te gustaría?
— Claro, pero…
— ¿Pero…?
— Mi tía se enojará
si nos oye— dije, empujando a James hacia la ventana—. No quiero
que me encuentre con un chico en la habitación.
— Pensé que estabas
cansada de hacer lo que otros te dicen…
Me detuve. Miré sus ojos
azules y la sonrisa que dibujaba en el rostro, anaranjado a las luces
del alumbrado público. Fui consciente de mis manos apoyadas en su
pecho y me sonrojé.
— Estás loco ¿lo
sabías?— me separé de James y caminé hacia el armario—. Nos
vemos todos los días en el colegio. ¡Pudiste invitarme antes!
— No habrías aceptado—
dijo él. Saqué a la luz una percha con mi mejor vestido: era
violeta, apenas tan largo para cubrir mis rodillas.
— ¿Puedes voltearte?—
pregunté—. No quiero que me veas mientras me preparo.
— ¿Significa que
vendrás?
— ¿Tengo otra opción?
Jamás te irás si no lo hago…
Me puse el vestido y fui
al baño para maquillarme en paz. Procuré tardar lo más que pude,
como venganza.
— ¿Lista?— preguntó
él. Tomé un lado del vestido y di una vuelta.
— ¿Necesitas un balde
para baba?— me reí. Caminé hacia la ventana y mire abajo—.
¿Cómo subiste hasta aquí?
— No pensarás salir
por la ventana ¿o sí?
— No tengo la llave de
la tienda— dije, cruzándome de brazos—, y tampoco quiero
molestar a mi tía.
— ¿Por qué tienen que
complicarlo todo las mujeres?— James enhebró una pierna a través
de la ventana y, con los dedos cerrados en el marco, me miró—. Yo
bajo primero y luego te atrapo ¿vale?
No tuve tiempo de
protestar. James sacó todo el cuerpo al exterior y se colgó del
alfeizar. Asomé la cabeza por la ventana y se dejó caer. Ahogué un
grito cuando lo vi aterrizar con el trasero.
— ¿Estás bien?—
pregunté.
— Si— dijo,
limpiándose el vaquero—. Ahora te toca. Arrójate y yo te atrapo.
— ¿Seguro de que es
buena idea? Yo puedo…
— No protestes, confía
en mí.
Me mordí el labio y, con
los tacones en las manos, me paré en el alfeizar.
— Aquí voy— dije.
Cerré los ojos y me dejé caer. Los brazos de James se cerraron en
torno a mí. Un segundo después, estábamos los dos en el suelo,
abrazados.
— Tienes un rico
perfume— dijo James.
— Es el que usa mi tía—
sonreí. Me levanté y me coloqué los tacones antes de subir a la
motocicleta de James.
Dejamos la maquina en un
estacionamiento y seguimos caminando. No supe en qué zona Londres
estábamos, pero las calles eran muy transitadas. Había varios
restaurantes abiertos y los clubes nocturnos hervían de personas.
Hicimos fila en uno y
esperamos. Reconocí el primer problema.
— No dejan entrar a
menores— dije a James.
— ¿Qué edad tienes?
— En realidad,
diecisiete. Según mi identificación, dieciséis…
— No se la pide a
todos— me tranquilizó James—. Por lo general, no les ponen
muchas barreras a las chicas. Incluso pagas la mitad de la entrada.
Nos tomamos de la mano y
nos acercamos a la puerta. El fortachón que la custodiaba interpuso
un brazo.
— Identificación—
pidió.
James le entregó la suya
y este la miró. Como no encontró nada fuera de lugar, se la
devolvió. Íbamos a seguir cuando el hombre volvió a cerrarnos el
paso.
— ¿Qué hay de ti,
muñeca?— me dijo.
— ¿A quién le dices
muñeca?— cerré los puños y enfrenté al fortachón. James se
interpuso entre ambos.
— Tranquilízate, mi
amor— dijo. Rodeó mi cintura y me plantó un beso en la mejilla.
Se volvió al sujeto—, Disculpe a mi novia: se pone un poco furiosa
cuando le dicen muñeca.
— ¿Este sujeto es tu
novio?— preguntó el fortachón.
— Claro— dije. Me
paré en la punta de los cacos y di a James un beso en el pómulo. Le
pellizqué el cachete—. No sé qué haría sin mi Jimmy.
El fortachón nos quedó
mirando.
— Vale, me
convencieron— se movió de en medio—. Pasen antes de que me
arrepienta.
Entramos al club.
— ¿Cómo que soy tu
novia?— golpeé el pecho de James con la mano abierta—. ¡Casi me
besas en la boca!
— Tenía que
improvisar— dijo él—. Casi te agarras a golpes con un sujeto
diez veces más grande que tú.
— No golpearía a una
mujer.
— Pero a mí sí.
Apenas escuché eso
último. La música en el local estaba tan alta que te apuñalaba los
tímpanos. Eso, sumado a la gente que empujaba por todas partes, y a
las luces de colores que prendían y apagaban sin parar, contribuyó
a marearme. Apreté la mano de James y dejé que me guiara por el
local.
Seguimos hasta la pista
de baile. James se rió de mí.
— ¿Por qué haces una
reverencia?— preguntó.
— ¿Qué tiene?
— Olvida las ceremonias
de Dermorn. Tienes que soltar el cuerpo y dejarte llevar por la
música—. James levantó los brazos y movió la cadera—. ¿Lo
ves?
— ¿Qué te parece
así?— subí los brazos y moví la cadera igual que él.
— Perfecto…
Dejé que James me tomara
de las manos y las sacudiera. Era un gran bailarín. Me dio vueltas y
me llevó como quiso por la pista. Bailamos y reímos por más de una
hora.
— La profesora quiere
volver a organizar otro torneo entre colegios— le dije a James.
Salimos del baile y paseamos de regreso a la motocicleta. Cada uno
abrazaba la cintura del otro.
— ¿Cuántos equipos
les queda por vencer en la escuela?
— Solo dos. Alison y yo
estamos muy ilusionadas. Sería lindo participar en ese torneo…
— Si tú y las chicas
siguen jugando así, lo lograrán.
— Es una lástima que
no haga un torneo de baile— sonreí—. Entonces serías el
ganador.
— No es cierto, pero
gracias— James dejó de caminar y me miró a los ojos—. Me
divertí mucho bailando contigo.
— Yo igual— dije.
Estábamos justo ante la entrada de un callejón. James me tomó de
las manos y nos internamos en él.
— Madeleine— dijo,
una vez ocultos del brillo del alumbrado público—. Tú me gustas.
Me sonrojé.
— Lo dices como si no
fuera obvio— dije.
— ¿Tengo alguna
oportunidad contigo?
— Solo si me besas ya.
James sonrió. Me
envolvió la cintura y juntamos nuestros labios.
Gracias por leerme. Antes
de despedirme, quiero contarles que la inspiración para escribir
este capítulo me llegó mientras escuchaba una de mis canciones
preferidas: 1973,
de James
Blunt.
Abajo les dejo un enlace al All
the lost souls,
porque me encanta la versión del álbum. 1973
es la primera canción.
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