Hola ¿Cómo están?
Antes de dejarlos con el capítulo diez de La
princesa valiente,
quiero contarles que el sábado volví a trabajar en la novela. Me
puse a leerla a partir de este capítulo, y ya esa noche tuve la
iluminación que necesitaba. Como saben, tuve que abandonarla un poco
para ordenar las ideas. Ahora que lo veo todo claro, espero poder
acabar con el libro esta misma semana. Sin más, los dejo con la
lectura.
10
La
fotografía
— Mañana es la boda de
Gabrielle— comentó Lorena.
— ¿En serio? ¡Qué
rápido pasa el tiempo!— exclamé. Esperaba la llegada de James,
sentada en el mostrador de la librería—. ¿Crees que sea sensato
enviarle mis felicitaciones?
— No creo. Si le envías
un mensaje, tu padre lo rastreará hasta aquí. Y si eso ocurre, no
quiero estar en tus zapatos: hasta donde él sabe, estás escondida
en algún sitio de Dermorn.
— Lo sé…—. Las
bodas me aburrían, pero, aunque Gabrielle y yo no éramos muy
allegadas, me producía un raro vacío perderme la suya—. ¿Tú
estás invitada?
— No soy bienvenida en
Dermorn ¿recuerdas?— Lorena sonrió—. Eso no significa que no
tenga amigos allí. Catherine y Danielle son mis informantes más
fieles en el reino.
Escuché el ruido de un
motor y me volví. James me saludó desde la acera.
— Es él— dije.
Lorena me despidió con un beso.
— Cuídate…
Salí de la tienda y subí
a la motocicleta de James. Su casa apareció enseguida. Nos metimos
por el caminillo de un jardín y paramos ante el porche de la casa.
Marian nos recibió en la puerta.
— Hola ¡Qué preciosa
estás!— la saludé.
— ¿Te gusta?— la
niña tomó un lado de su vestido azul y dio una vuelta.
— Me encanta. Tienes
buen gusto.
— Siempre fue coqueta—.
Una mujer se acercó y me saludó—. Me llamo Lilly: soy su mamá.
— Es un placer. Yo soy…
— Madeleine, lo sé.
Marian me lo dijo.
James entró a la casa.
— Qué olor tan rico,
mamá— dijo—. ¿La cena está lista?
— Solo los esperábamos—
dijo Lilly—. Marian y yo pusimos la mesa.
Sin más, los cuatro nos
reunimos en el comedor. El olor del cordero me hizo salivar. Estaba
picado y fritado con cebollas, zanahorias y otras verduras, y
cubierto con una capa de puré de patatas. Esta crujió cuando le
clavé el tenedor. Luego de recibir mis alabanzas por la comida,
Lilly me contó que era chef en un restaurante del distrito de Soho,
cerca de Oxford Street.
— Pero ustedes no son
de aquí ¿verdad?
Lilly miró a James,
indecisa.
— Madeleine sabe que
soy un caballero— dijo él. Su madre se sorprendió.
— Yo vengo de Dermorn—
dije—. Presencié el torneo que se organizó ante los muros de
Camin Balduin el último verano.
— ¡Lo sabía!—
exclamó Marian. Lilly sonrió.
— Ya decía que tu
acento era muy raro— dijo, y bajó la cabeza—. Tienes razón. Yo
soy de aquí, pero mis hijos, no. Tampoco lo era su padre.
Lilly hizo silencio. Miré
a James buscando una explicación, pero él evitó poner los ojos en
mí. Como nadie habló, Marian me acribilló a preguntas sobre
Dermorn. Le respondí con gusto, y cuando le conté de mi hermano, se
puso colorada. Solo omití que ambos éramos príncipes y que mi
padre era el rey.
Después de la cena,
fuimos a la sala y me senté con James en el sofá. Su mamá se quedó
en la cocina, lavando los platos y preparando té, y su hermana
corrió a su habitación a buscar algo que quería mostrarme.
— Disculpa si incomodé
a tu familia— dije—. No fue mi intención...
— No te preocupes—
dijo James—. Es que el recuerdo de papá nos pone tristes a todos.
Él murió antes de que naciera Marian.
— Lo siento…
— No lo sientas. Murió
como un caballero, luchando por proteger a gente inocente.
— ¿También era
caballero?
— Era el señor de La
Torre del Abismo, y fue un gran caballero. Siempre participó de
torneos y ayudaba a la gente que lo necesitaba. Mamá es una de las
tantas personas a las que rescató de una muerte segura: la salvó de
ahogarse en un río.
— Si tu familia tiene
un castillo ¿por qué no viven en él?
— Mi madre no soportó
los recuerdos que le traían esas paredes. Cuando nació Marian, dejó
el castillo al cuidado de Clive Ardream, el pupilo más fiel a mi
padre, y nos trajo a vivir a Londres. Todos los veranos nos lleva
para que visitemos nuestro legado y para que yo entrene para ser un
caballero, igual que mi padre.
— Entiendo…
— Por eso les mentí
sobre el torneo— James hablaba con la vista perdida en algún
pensamiento doloroso—. Cuando llegó la invitación para el
heredero del gran Joseph Grisham, supe que no podía decepcionarlas.
Me coloqué la armadura de mi padre y partí a Dermorn junto a Clive
Ardream y el resto de los caballeros invitados al torneo… Pero no
pude regresar con ellos. No después de la manera en que perdí ante…
No terminó la frase.
Acuné una de sus manos entre las mías y él me miró.
— Se lo que es eso—
dije—. Entiendo lo que es sentirse obligado a hacer algo solo por
satisfacer a tu familia, solo para que tus padres estén orgullosos
de ti.
— Dices eso pero
abandonaste tu reino a escondidas.
— Lo hice porque me
cansé de que la gente me diga como tengo que actuar, de que me
obliguen a coser en vez de dejarme practicar con la espada, y de
pasar el día entero encerrada en una torre. Quería ser libre para
elegir, igual que cualquier mujer de este mundo.
James se rió.
— Esta charla es de lo
más rara ¿te das cuenta?
— La princesa que
quiere ser una chica común y el chico que quiere ser caballero…
Sonreí y me quedé
mirándolo. Un destello son sobresaltó.
— ¡Marian!— exclamó
James. La niña, todavía apoyada en el respaldo del otro sillón,
soltó una risita.
— ¿No te gusta mi
cámara de fotos?
Marian rodeó el sillón
y me puso un papel negro en las manos. En un pestañeo, apareció una
imagen de James y yo, tomados de la mano. Me sonrojé.
— Eres una pilla ¿te
lo han dicho?
— Voy regalarte mi
cámara— dijo ella—. Si alguna vez regresas a Dermorn, quiero que
saques fotografías para mí.
La niña me dio la cámara
y yo asentí.
— Trato hecho.
Gracias por leerme. ¿Son
de tomarse muchas fotografías? Yo no, pero es porque no tengo una
cámara buena. Hace poco estuve leyendo sobre el tema y me parece un
arte muy interesante. Comenten y, si les gustó el post, compártanlo.
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