Hola ¿Cómo están? Hoy va el capítulo nueve de La princesa valiente. Me acabo de dar cuenta de que se llama igual que el primer álbum de una de mis bandas de música preferidas. Hace unas semanas publiqué una entrada al respecto (toquen aquí para verla), pero no quiero dar vueltas. Disfruten la lectura.
9
La invitación
— No tenemos
oportunidad— dijo Alison—. Ellas son buenas. El año pasado hubo campeonato
entre colegios y salieron campeonas.
—No me asusta
Brittany— dije. Vi que armó una ronda con su equipo y llamé a mis compañeras a
hacer lo mismo.
Esa semana, la
profesora de educación física organizó un campeonato de voleibol con todo el
colegio. Empezó enseñándonos las reglas del juego, los saques, la forma de
golpear la pelota. De los que jugaban mejor, armó dos equipos: uno de chicas y
otro de chicos. Alison y yo estábamos entre las mejores de nuestra clase.
Brittany y sus
amigas eran las mejores de sexto año. Cuando desarmaron la ronda, toda la clase
las aclamó. Entre las advertencias de la profesora, el novio de Brittany, quien
se encontraba en las gradas dispuestas a un lado del gimnasio, se adelantó y le
paltó un beso en los labios.
— No sé que piensen
ustedes— dijo una de nuestras compañeras—, pero sería fantástico borrarle la
sonrisita a esa bruja.
— Hay que hacerlo—
dije—. Déjenme sacar primero.
— Vale— dijo
Alison. Las cinco unimos las manos en el centro y gritamos al unísono:
— ¡A ganar!
Corrí a mi puesto y
saqué. Al grupo de Brittany no le costó devolver la pelota a nuestro campo,
pero nosotras no estábamos desconcertadas. La lucha continuó hasta que robamos
el primer punto. Brittany me miró directo a los ojos y yo le eché la lengua.
Las chicas y yo nos
llenamos el pecho con esa victoria y seguimos aplastando al grupo de Brittany
hasta ganar el primer set. A parte de parecerme divertido, descubrí que el
voleibol no me costaba. El juego dependía mucho de la agilidad y de buenos
reflejos, todo lo cual obtuve gracias a la espada. Aproveché ese talento para
compensar las carencias de mis compañeras, sobre todo de Alison, quien
agradeció que le quitara de encima las pelotas difíciles.
El partido se nos
fue cuesta arriba. Brittany azuzó a su equipo y nos quitaron el segundo set.
— Están locas si
piensan ganar— dijo ella—. Jamás perdí en este juego y no pienso empezar frente
a unas muertas de hambre.
— ¿A quién le
llamas muerta de hambre?— dijo Alison, cruzando al lado opuesto de la red.
— ¿Te sientes
identificada?— se burló Brittany. Corrí y me interpuse entre ella y mi amiga,
quien tenía los puños apretados.
— El juego no
terminó— dije—. ¿Por qué no te guardas los adjetivos para el final?
— ¿Quieren volver a
su parte?— gritó la profesora—. A la menor pelea, las echo a todas en
detención.
Alison y yo
volvimos a nuestros puestos. Empezamos el set ganando puntos, pero la tensión
no decayó. Al final, los dos equipos quedamos empatados. Faltaba un punto por
disputarse y podía dar la victoria a cualquiera. Les tocaba sacar a las chicas
de sexto.
— Bueno, se hizo lo
que se pudo— dijo Alison—. Si perdemos ahora, al menos será con dignidad.
— No existe
dignidad si se pierde frente a Brittany— dijo otra chica del equipo.
— ¡Animo, chicas!—
gritó James Grisham.
Me volví a mirarlo.
Estaba de pie en las gradas, animando al resto de los chicos a levantarse. De
un segundo a otro, toda nuestra clase nos aclamaba a voces, sin que la
profesora pudiera hacer nada para cerrarles la boca.
— Terminemos con
esta tontería— gritó Brittany. Cerró el puño y golpeó la pelota con tal fuerza
que ésta casi toco el techo del gimnasio.
El partido se
transformó en un cerrado manojo de manotazos. La pelota osciló de un campo a
otro, peligrosamente cerca de la red, hasta que un golpe la mandó hacia arriba,
sin quedar claro a quien correspondía el turno. Brittany saltó para alcanzarla
al mismo tiempo que yo, pero le gané la brazada. La pelota se estrelló en su
cara y rebotó a la red. Brittany cayó al suelo agarrándose la nariz.
— ¡Lo hicimos!—
gritó Alison, lanzándose encima de mí. Nuestra clase nos aplaudió.
— ¡Tramposas!—
gritó Brittany. Tenía la cara colorada—. No vale lastimar a los del equipo
contrario.
— Yo solo golpeé la
pelota— dije—. No tengo la culpa si tu cara estaba para detenerla. El problema
es que no sabes perder.
— No soy una
perdedora— Brittany se acercó con los puños apretados. James apareció en la
cancha y se interpuso.
— Tranquilas,
chicas— dijo, tomando a Brittany de las muñecas—. No hay por qué iniciar una
pelea.
— Suéltame— dijo
ella. Un chico llegó corriendo y le asestó un puñetazo a James.
— ¡Deja en paz a mi
novia!— grito.
Cuando James se
recompuso, armó los puños y se lanzó contra él. Me interpuse.
— No lo hagas—
dije. Apoyé una mano en su pecho y lo empujé hacia atrás. La profesora tocó el
silbato. Diez minutos después, estábamos los cuatro en la sala de detención.
— Todo es mi culpa—
dijo James—. Yo creé esa pelea por meterme en el juego. No debí agitar a la
clase.
— No te
mortifiques— dije—. La pelea hubiera empezado con tu intervención o sin ella.
Brittany es una malcriada insoportable. Si hay una culpable, soy yo, por
meterme en su preciado juego.
— ¿Entonces
lamentas haberla vencido?
— De ninguna
manera— dije. Brittany estaba al lado opuesto del salón, abrazada de su novio.
Al verla haciéndose la víctima, me recordó a Ámbarin, y pensé que bien podían
ser hermanas—. Lo que sí lamento es perder mi autobús. Cuando salga de aquí,
tengo otra media hora de espera. A menos que tome el metro, claro... pero me
produce un poco de escalofríos pensar en toda esa gente metida en una lata,
lejos de la luz del sol.
— Y lo dice alguien
que gateó en la cloaca de un castillo— se burló James—. Pero te entiendo. Yo
vine en mi motocicleta.
— ¿Qué es una
motocicleta?
— Es un vehículo.
— ¿Es una maquina?
— Exacto.
— Pensé que se
debía ser mayor de edad para conducir una.
— Y lo soy— James
sonrió—. Empecé el colegio un par de años tarde. En unos meses cumplo los
veinte.
De repente me sentí
incomoda. Miré el reloj en la pared, deseando que la aguja se moviera más
rápido.
— ¿Y? ¿Qué dices?—
preguntó James.
— ¿Sobre qué?
— ¿Quieres que te
alcance en mi motocicleta?
— Prefiero caminar.
— ¿Todavía no
confías en mí? ¡Acabo de recibir un golpe por ti!— James me miraba a los ojos.
Sentí un pellizco en el estomago—. Tengo que ir por mi hermana a la escuela,
así que no me cuesta nada alcanzarte. Si no aceptas, es porque eres una
amargada.
— No soy una
amargada— dije.
— ¿Entonces
vendrás?
Tardé un momento en
responder.
— Te acompaño hasta
la escuela, pero después sigo sola ¿vale?
Cuando por fin
dejamos la sala de detención, el colegio era un desierto. En el
estacionamiento, James me guió hasta la motocicleta. Al verla, me dio un vuelco
el corazón.
— ¿Eso es una
motocicleta?
— Si— James se
montó sobre la máquina y acarició el tanque de combustible—. Es genial ¿no?
— Parece un poco
peligrosa.
— Lo es si no te
pones esto— sonrió y me pasó un casco. Me lo aseguré al mentón y me subí detrás
de él. Encendió el motor.
— Ni se te ocurra
ir rápido— dije. Mi voz quedó ahogada por el rugido del motor cuando James
aceleró de un saque.
— ¿Me dejarás
respirar?— preguntó, tirando de uno de mis brazos. Me aferraba a él con todas
mis fuerzas, temerosa de resbalar y caer al pavimento.
Cuando vi la
escuela, solté un suspiro contenido. Marian ya esperaba a su hermano, parada al
borde de la acera.
— Hola— la saludó
James—. Disculpa la demora: salí tarde del colegio.
— Hola, Madeleine
¿cómo estás?— me saludó la niña. Bajé de la motocicleta y la saludé con un
beso.
— Estoy encantada
de volver a verte— dije—. ¿Cómo te quedó el vestido?
— Bien— dijo ella.
— Bien es poco—
dijo James—. Con él parece una princesa.
Me sonrojé.
— Tienes que
mostrármelo un día de estos— le dije a Marian.
— ¿Por qué no
vienes esta noche y te lo muestro?
— ¡Marian!— exclamó
James.
— Me encantaría,
pero no sé si sería bueno— dije.
— ¿Por qué no? ¿Te
peleaste con James?
— James no es mi
novio…
— Pero es tu amigo
¿no?
— Si, pero…
— Entonces ven a
casa esta noche y conocerás también a mamá. Ella cocina muy rico ¿sabes?
Miré a James,
indecisa, y luego miré la sonrisa dulce que me dedicaba su hermana. No tuve
como resistirme.
— Vale. Pero no te
olvides del vestido.
— ¡Genial!— Marian
dio un saltito de alegría y me abrazó—. James te puede ir a buscar.
— Ahora ve con tu
hermano— le di el casco y vi como subía a la motocicleta. James me miró.
— ¿Te parece si
paso por ti a las siete?
— Bien…
— Cuídate,
Madeleine. Adiós.
La motocicleta
rugió. Marian se despidió agitando la mano y yo imité su gesto. Cuando
comprendí lo que acababa de hacer, sentí una patada en el vientre…
Gracias por leerme.
¿Alguna vez jugaron al voleibol? Yo sí, en las clases de educación física del
Liceo (Escuela Secundaria), y debo decir que, a diferencia de Madeleine, era
bastante malo. Lo único que hacía bien eran los saques. Comenten y, si les
gustó el post, compártanlo. También pueden seguirme en Google+ o añadirme en
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a
a
Hola! Me ha parecido un relato muy ameno y divertido, con cierta inocencia y dulzura propia de la gente joven que lo protagoniza. Y además está muy bien escrito, me encantó! Desde hoy procuraré seguirte tanto como el tiempo me alcance :)
ResponderEliminarUn saludo!!
Gracias. Tus palabras me halagan. Estoy encantado de tener más gente que me siga. Saludos
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